Clara Petacci, la única mujer que amó a un Mussolini adicto al sexo y venido a menos
Se llevaban casi 30 años, pero esto no le impidió a la joven italiana amar al Duce durante los últimos años de su vida
Madrid Creada:
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Hasta el más vil de los seres humanos es o ha sido querido. Eva Braun acompañó siempre a Hitler, se rumorea que Putin tiene una nueva novia, e incluso diferentes asesinos en serie de nuestra historia llegaron a tener esposa. El amor no solo mueve fronteras, sino que también es capaz de borrar, por complejo que parezca, las maldades de una persona hasta hacerla lo suficientemente digerible para mostrarle amor y cariño. Hubo quien pudo querer al tirano de Benito Mussolini, y que además lo hizo en sus últimos años. Es decir, en su época de declive. Se trata de Clara Petacci, una figura fundamental en los últimos años de la vida del Duce, y cuya pasión fue tal que estuvo dispuesta, incluso pudiendo huir cuando cayó el régimen fascista, de morir junto a él.
Petacci nació un día como hoy de 1912 en Roma, y en 1933 se enamoró de Mussolini. Era una mujer bella, inteligente y culta, y gran admiradora desde joven de la política del Duce. Creció en el seno de una familia burguesa, con padres fervientemente católicos, y su infancia se basó en la educación musical: fue alumna del violinista y compositor Corrado Archibugi. También leyó mucho, y esta curiosidad le llevó a descubrir las ideologías que comenzaban a imperar en su país y en parte de Europa. Comenzó con esto a sentirse atraída por la figura y pensamiento de Mussolini: la joven empapeló su habitación de fotos del dictador, a pesar de una notable diferencia de edad.
Petacci y Mussolini se conocieron en una playa de forma casual, cuando ella tan solo tenía 20 años. El dictador tenía 49, y estaba casado con Rachele Mussolini. Esta última era consciente de que su esposo tenía diferentes amantes, pero la historia con Petacci no fue una más. El amor que sintió por el Duce fue el más sincero que éste jamás recibió, y a pesar de casarse con Riccardo Federici, se separaron tan solo después de contraer matrimonio. De quien realmente estaba enamorada era del dictador italiano, tal y como afirman las investigaciones biográficas alrededor de ambas figuras. Los expertos secundan que Petacci fue una amante devota e incondicional, algo que llevó a pensar que incluso podría ser la sustituta de Rachele.
Existen unos diarios donde Clara detalló sus relaciones íntimas con Mussolini, revelando su lado más cotidiano y cariñoso. Se reunieron en 2009 en el volumen "Mussolini secreto. Los diarios de Claretta Petacci (1932-1938)", y arrojaron luz sobre el dictador más allá de los grandilocuentes y masificados discursos. Estos escritos relatan cómo ella le llamaba de forma cariñosa "Ben", así como le definía como "un antisemita fascinado por Hitler y una adicto al sexo que sufría recuentes episodios de impotencia".
Cartas, poemas y pasión corporal se sucedían entre la "clandestina" pareja mientras, no obstante, Italia se venía abajo, y el régimen fascista con ella. La Segunda Guerra Mundial comenzaba su esperado fin, y el pueblo italiano comenzó a notar el cambio de rumbo en su régimen, hasta que Mussolini fue destituido por Víctor Manuel III. Poco después, el ya ex dictador comenzó a vivir su propio fin, y Petacci no concebía que lo hiciera solo. Se negó rotundamente a dejar al Duce, diciéndole que "quiero que sepas que me gustaría estar contigo hasta el final y morir contigo si tu destino es morir", a lo que él le contestó: "Qué extraño amor es el tuyo Claretta, no sé qué he hecho para merecerlo. Vete, sálvate, por favor. Eres muy joven, atractiva e inteligente, te queda mucha vida por delante. La mía se acaba".
El 28 de abril de 1945 Mussolini, Petacci, y otros acompañantes del dictador, también líderes fascistas, fueron fusilados y sus cuerpos trasladados a Milán, donde fueron colgados por los pies en plena ciudad. El pueblo fue testigo de los cadáveres, pensando que el de la mujer se trataba de Rachele Mussolini, pero realmente era la eterna amante del Duce, quien cumplió su promesa y pretensión de acompañarle por mucho que le costase la vida.