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Jaime I el Conquistador y la dura infancia de un rey en el Medievo

Nacido por una artimaña en 1208 y entregado a sus enemigos, el infante quedó huérfano y cautivo a los 5 años. Centro de luchas nobiliarias por el trono, liberado por el Papa y tutelado por los templarios, consiguió imponerse y convertirse en el monarca de Aragón
Miniatura de las Cantigas de Santa María. El rey Jaime I de Aragón negocia con los andalusíes la entrega de la mezquita mayor de Murcia, en el año 1266
Miniatura de las Cantigas de Santa María. El rey Jaime I de Aragón negocia con los andalusíes la entrega de la mezquita mayor de Murcia, en el año 1266Real Biblioteca del Real del Monasterio de San Lorenzo del Escorial
La Razón
  • Eduardo Kavanagh - Desperta Ferro Ediciones

    Eduardo Kavanagh - Desperta Ferro Ediciones

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Tan escaso era el aprecio que el rey Pedro II sentía por su esposa la reina, María de Montpellier, que los nobles del reino temieron muriera sin descendencia legítima, es decir, sin heredero. Para evitarlo, urdieron un engaño: hicieron que el rey yaciera con la reina creyendo que lo hacía con una de sus amantes. De ese único encuentro nacería en 1208 Jaime, el futuro Jaime I de Aragón, o Jaime el Conquistador. Sea como fuere –y fuera o no verdaderamente el hijo del rey–, de lo que no cabe duda es de que Pedro nunca sintió aprecio por Jaime. Es más, conforme a una tradición establecida en el reino, este debía haberse llamado Alfonso, como su abuelo, pero el rey le negó ese honor.
Y de este modo tan poco ortodoxo vino al mundo el que sería uno de los más grandes monarcas de la historia de Aragón. Pero no acabaron ahí las contrariedades. Las crónicas de la época refieren que, siendo todavía un niño de leche, sufrió un atentado contra su vida, felizmente frustrado. Nada sabemos, sin embargo, de la identidad de los instigadores.
Tan poco afecto le tenía su padre que no tuvo reparos en entregarlo como rehén a uno de sus enemigos, Simón de Montfort, quien por entonces lideraba una cruzada contra los herejes albigenses en el sur de Francia. Esta sería, por tanto, la jaula de oro en la que Jaime pasaría sus primeros años de vida, en manos de un enemigo de su familia. Para colmo de desgracias, en 1213 Pedro intentó divorciarse de la reina, y esta acudió a Roma para pedir justicia al pontífice, pero en lugar de eso halló la muerte. Apenas había vivido treinta y un años.
Pero, de forma algo irónica, a los pocos meses Pedro encontró asimismo la muerte, combatiendo en batalla campal precisamente contra el mencionado Montfort, en la batalla de Muret, de septiembre de 1213. Este suceso colocó al joven Jaime, de apenas cinco años de edad, en una gravísima tesitura. Con la muerte de ambos padres, perdía a sus valedores y, al tiempo, su corta edad y su situación –cautivo en manos de un enemigo y en el extranjero, en Carcassona– hacían imposible que se postulara como candidato al trono de Aragón. Esto, a su vez, hacía de él un rehén menos valioso, agravando así su precaria situación.
Además, con la muerte del rey, Aragón se sumió en el caos. Los nobles se hallaban divididos y enfrentados. Se postularon dos candidatos al trono: Fernando y Sancho, tío y tío abuelo respectivamente de Jaime. Se abría así un contexto de disputas nobiliarias y de lucha por el trono en el que la candidatura del pequeño Jaime parecía la más débil de todas. No obstante, esas mismas disputas le favorecieron, ya que, al no ponerse de acuerdo los nobles sobre quién debía suceder a Pedro, acordaron repartir el poder entre Fernando y Sancho, gobernando el primero en Aragón y el segundo en Cataluña, pero como regentes y no reyes. Un grupo de nobles acudió a Carcasona a exigir la liberación del joven Jaime, pero su captor se negó a ello. De modo que acudieron al único árbitro de disputas internacionales del momento: el pontífice de Roma, que no era otro que el célebre –y poderoso– Inocencio III. Y aquí sí tuvieron suerte, pues este obligó al líder cruzado a liberar al niño. Jaime fue entonces conducido a la fortaleza templaria de Monzón, donde pasaría buena parte de su juventud, bajo la tutela de los monjes-guerreros de esta orden. Además, el pontífice envió a un cardenal, Pedro de Benevento, para que amparara a Jaime y velara por sus intereses y los del reino. El cardenal, astutamente, convocó cortes y, una vez reunida toda la nobleza del reino, conminó a los presentes a jurar fidelidad al joven rey –de apenas seis años–. Fue un hecho decisivo, a partir de este momento todos quedaron sujetos bajo juramento, ya nadie podía poner en tela de juicio quién había de ser el legítimo rey. No acabaron ahí los problemas, ni mucho menos. A lo largo de toda su juventud Jaime hubo de enfrentarse a desplantes, insubordinaciones e incluso rebeliones abiertas de la nobleza de su propio reino, tal era la debilidad de su autoridad. En un caso, incluso, llegaron a hacerlo prisionero a él y a la reina, humillando a esta última hasta tal punto que hubieron de disolver su matrimonio. Pero, poco a poco, y tras innumerables pugnas con su propia nobleza, Jaime logró imponerse y recibir la sumisión de los sublevados, que se fraguó definitivamente en la Concordia de Alcalá de 1227. A partir de ese momento, a la edad de veintiún años, tuvo las manos libres para acometer las campañas de conquista en el sur, contra los musulmanes, que le harían célebre y marcarían un antes y un después en la historia de Aragón.
Portada del número 82 de "Desperta Ferro Antigua y Medieval"
Portada del número 82 de "Desperta Ferro Antigua y Medieval"DF
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