Historia

«Napoleón»: Todos los errores de Ridley Scott

El historiador Alexander Mikaberidze, uno de los grandes especialistas en Napoleón y autor de «Las Guerras Napoleónicas», saca las inexactitudes del filme y subraya la ignorancia histórica del director

El actor Joaquin Phoenix no logra reflejar ni una sola dimensión de la complejidad del carácter de Napoleón
Ridley Scott quiere estrenar una versión de Napoleón de cuatro horas y mediaImdb

«Merde...». Después de ver «Napoleón», de Ridley Scott, una epopeya de 200 millones de dólares y 157 minutos de duración protagonizada por Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby, el espectador también puede sentir la tentación de emular el célebre exabrupto del general Pierre Cambronne al final de la batalla de Waterloo.

La película no carece de puntos fuertes: está repleta de escenas pintorescas, arrolladoras e incluso osadas; a pesar de cuestionar la relevancia de la exactitud histórica, Scott hizo los deberes en lo que se refiere a los detalles, y el esplendor de los uniformes, atuendos y mobiliario napoleónicos está presente en toda la película; Vanessa Kirby brilla en el papel protagonista, y las escenas en las que ella y Phoenix comparten pantalla son las más emocionantes de la película.

Sin embargo, nada de esto basta para compensar el hecho de que, a pesar de su duración, la película da la impresión de no ser más que un sucinto resumen de la vida de Napoleón. Galopando a través de dos décadas de historia, rara vez se detiene a explorar la tumultuosa relación de los personajes principales, dejándonos sin contestar a la pregunta de por qué Napoleón sigue tan profundamente enamorado de Josefina, y si ella alguna vez se preocupó realmente de él. En su lugar, la película sigue un camino incoherente. Concisas viñetas –muchas de ellas recreaciones de famosos cuadros de Jacques–Louis David, Jean-Léon Gérôme, Édouard Detaille, Maurice Henri Orange, Elisabeth Thompson y otros– que llevan al espectador a través de la vida de Napoleón, destacando una serie de acontecimientos vitales mientras descuida otros muchos.

«¡Viva la República!», gritan los soldados cuando Bonaparte es ascendido a general de brigada en Tolón en 1793; «¡Viva el Emperador!», truena un coro de hombres y mujeres en la coronación de Napoleón momentos después. Se nos muestran destellos de la Campaña de Egipto y de la gran conflagración de Moscú, pero las Campañas de Italia, la «Úlcera española» o las campañas decisivas de 1813-1814 ni siquiera reciben una mención. En un instante, Napoleón marcha hacia Rusia; al siguiente, está rodeado por sus mariscales mientras el ministro de Exteriores le responsabiliza de la pérdida de 600.000 hombres y le insta a firmar un acta de abdicación. Scott no intenta ofrecer una visión de quién fue Napoleón –¿un tirano? ¿un visionario? ¿un «gran hombre malo?» – o cuál fue/es su legado.

Actores planos

No se mencionan las reformas de Napoleón ni tampoco sus transgresiones. Phoenix, uno de los mejores actores de su generación, busca la sutileza en su interpretación de Napoleón y a veces está cerca de conseguirlo, pero en general su actuación resulta plana. Napoleón apenas evoluciona desde el punto de vista emocional en la película, y a falta de un contexto histórico más amplio, el espectador se queda perplejo sobre qué llevó a tantas personas a apoyar a este hombre inquieto, inseguro, petulante y deslenguado.

«Dejé la lectura de los libros al pobre desgraciado que tuvo que escribir el guión», comentó recientemente Scott. Se nota, pues el guionista tampoco se molestó en profundizar en el tema. Napoleón fue un fenómeno histórico polifacético que tiene mucho de «bueno» y de «malo», por lo que su carácter y su legado son intrínsecamente complejos y polifacéticos. Sin embargo, el guión rehúye la complejidad y la controversia. En su lugar, adopta una estructura monótona de escenas con Josefina intercaladas con batallas, todo ello repleto de diálogos superficiales y lapsus desconcertantes: los periódicos franceses se publican inexplicablemente en inglés; el emperador de Austria se convierte en «Príncipe de Austria»; durante el encuentro en Laffrey en 1815, Napoleón se refiere primero al «5º Ejército» y luego pronuncia un discurso a los soldados del «5º Regimiento».

También abundan las inexactitudes históricas. La escena inicial de la película presenta a Napoleón como un oficial de artillería que presencia la ejecución de la depuesta reina María Antonieta el 16 de octubre de 1793, sin tener en cuenta que él no estuvo presente en este acontecimiento, que tuvo lugar en la Plaza de la Revolución (la actual Plaza de la Concordia) y no en el patio trasero de alguna residencia parisina. Se acumulan demasiados errores a medida que se desarrolla la historia, pero merece la pena destacar algunos:

1. Los acontecimientos de la Revolución Francesa, especialmente el 9 de Thermidor (julio de 1794), cuando Maximiliano Robespierre y los jacobinos fueron desalojados del poder, quedan reducidos a una parodia, a la empresa enloquecida de una muchedumbre enfervorecida.

2. Paul Barras, que a pesar de tener catorce años más que Napoleón parece el doble de joven, no se reunió con el futuro general en una sala lateral de la Convención Nacional para pedirle que se hiciera cargo de la artillería en Tolón.

3. Napoleón conoció al joven Eugenio de Beauharnais después de los acontecimientos de la 5ª Vendémiaire (octubre de 1795), no antes.

4. La batalla de las Pirámides (julio de 1798) se libró a cierta distancia de las Grandes Pirámides de Guiza, que Napoleón no atacó realmente con su artillería, aunque constituye una interesante metáfora del legado que había dejado en la región. El ejército mameluco que se enfrentó a Napoleón era predominantemente de caballería, mientras que los irregulares fellahin, mostrados en la película, no desempeñaron prácticamente ningún papel en la batalla.

5. Napoleón no decidió abandonar Egipto porque su esposa le fuera infiel; lo mismo cabe decir de su decisión de abandonar la isla de Elba en febrero de 1815, ya que Josefina no murió mientras esperaba febrilmente su regreso, sino que llevaba muerta nueve meses.

6. Napoleón no se infiltró en Tolón para reconocer las defensas; el fuerte Mulgrave (junto con los fuertes Balaguier y l’Eguillette que fueron cruciales para la victoria francesa en Tolón) era un terraplén de madera y barro, más que una fortificación de piedra maciza, construido en el lado opuesto de la bahía de Tolón, a cierta distancia de la orilla; estaba defendido por los británicos y las tropas españolas y napolitanas. Bonaparte no sufrió el disparo de su caballo durante el asalto a Mulgrave, aunque la escena en la que recoge una bala de cañón del interior de su caballo muerto y se la da a su hermano con las palabras «para madre» es realmente sorprendente. Aunque no se muestra en la película, Bonaparte resultó herido en esa refriega, probablemente lo más cerca que estuvo de morir en combate.

7. La madre de Napoleón no estuvo presente en la coronación imperial, ni tampoco preocupada por conseguir amantes para su hijo.

8. El rey Luis XVIII no asistió al Congreso de Viena, ni tampoco las hermanas del zar Alejandro en Tilsit.

9. Talleyrand no estuvo presente en la famosa reunión de Fontainebleau, donde Ney, Lefebvre, Macdonald y Moncey presionaron a Napoleón para que abdicara. Tampoco el mariscal Davout, que seguía defendiendo Hamburgo.

10. Las tres batallas decisivas -Austerlitz, Borodino y Waterloo- recreadas en la película están tan alejadas de la realidad histórica que resultan irreconocibles. Sí, cuentan con un reparto de miles de personas, espectaculares cargas de caballería, explosiones y campos de batalla sembrados de cadáveres, pero poco de ello refleja lo que realmente sabemos del pasado:

–En la versión de Scott, Austerlitz se transforma en Napoleón atrayendo a las fuerzas ruso-austriacas a un lago helado y disparando cañones contra el hielo para ahogarlas. Dejando a un lado lo ridículo de la premisa, vale la pena señalar que, por orden del propio Napoleón, los estanques poco profundos cercanos a Austerlitz fueron drenados después de la batalla sólo para encontrar en ellos los cadáveres de tres hombres. Demasiado para las dramáticas escenas de ahogamiento de la película...

–La batalla de Borodino se reduce a una carga de caballería dirigida por Napoleón, sable en mano, a pesar de que en realidad nunca había dirigido tales cargas.

–La batalla de Waterloo se vio ciertamente afectada por la intensa lluvia, pero ninguno de los bandos recurrió a trincheras o abatis; tampoco se convirtió en un confuso cuerpo a cuerpo en campo abierto; los prusianos no llegaron para reforzar el flanco derecho británico; aunque Wellington hubiera querido, ningún francotirador británico habría sido capaz de disparar a Napoleón a través de la vasta extensión del campo de batalla. campo abierto; los prusianos no llegaron para reforzar el flanco derecho británico, y tampoco se conocieron nunca en persona, y mucho menos Wellington informó personalmente a Napoleón de su exilio a Santa Elena...

Respeto histórico

Y así sigue la letanía de errores, planteando la cuestión más importante de la exactitud histórica en las películas. A la hora de plantearse si los cineastas o guionistas tienen una responsabilidad con la historia, es difícil establecer con coherencia qué es una licencia artística aceptable. Una película o una novela no se supone que sea un documental; todos lo sabemos y lo entendemos. No se espera que los guionistas, directores y actores produzcan estudios llenos de notas a pie de página; queremos que deambulen libremente, imaginen ampliamente y experimenten con libertad. Pero también queremos que sean conscientes de la delgada línea que separa la ficcionalización histórica de la narración farsesca. Todas las películas históricas se toman libertades, pero cuando se hace correctamente, estas obras de ficción insuflan nueva vida a historias conocidas, despiertan nuestros intereses, nos estimulan y nos iluminan; nos plantean nuevas preguntas y nos obligan a buscar respuestas. «Napoleón. La última batalla» (2003), de Antoine de Caunes, se tomó una licencia artística al imaginar un desenlace alternativo al exilio de Napoleón en Santa Elena, pero lo hizo con una cuidadosa consideración de la historia que hizo que la película resultara emocionante y apetecible. Lo mismo puede decirse de «La cena del diablo» (1992), de Édouard Molinaro, que cuenta con un reparto de apenas media docena de actores y gira en torno a una cena ficticia entre dos de los ministros más talentosos de Napoleón. Por el contrario, Scott –un cineasta increíble que ha producido tantas películas icónicas– no aporta nada nuevo a «Napoleón» y muestra tal desprecio por la narrativa histórica que su película evoca la frase de Alejandro Dumas: «He violado la historia, pero he producido unos hermosos vástagos». Desgraciadamente, esta vez el vástago no es nada bello.

  • Alexander MIKABERIDZE es historiador y jefe de la revista «International Napoleonic Society»