Anécdotas de la historia

La otra crisis España-Argentina: el encontronazo entre Carmen Polo y Evita en 1947

En junio de 1947, la esposa de Juan Domingo Perón visitó España como manifestación de dos naciones hermanas... pero no llegó a conectar con la mujer del Caudillo

Franco y Carmen Polo saludan a Eva Perón a su llegada al Aeropuerto de Barajas
Franco y Carmen Polo saludan a Eva Perón a su llegada al Aeropuerto de Barajaslarazon

«Hay que declarar la guerra a Argentina, Paco», dijo la collares. «Esa mujer, la Perón, es insoportable. Me ha faltado al respeto, y eso es insultar a España, al Fuero de los Españoles, a la Luz de Trento, al brazo incorrupto de Santa Teresa,... a ti, Paco, a ti», insistió Dª Carmen señalando con el dedo al Caudillo. Franco se había puesto ya el pijama. Se caía de sueño. Había sido un día agotador. Todo el día metiendo tripa para acompañar a Eva Perón por Madrid agotaba más que una campaña africana.

«¿Pero no has visto cómo hablaba desde el balcón del Palacio de Oriente, Paco? –preguntó con los ojos abiertos la esposa del Martillo de Herejes–. ¡Si es peor que la Pasionaria!». «Luego, con esa mala baba, no contenta con los gritos preparados de ‘‘Franco, Perón, un mismo corazón’’, me obligó a visitar los barrios rojos», explicó. «¿Me has oído, Paco? ¡Los barrios rojos! Pero, pero,... ¿Qué es eso de los ‘‘descamisados’’? Son obreros y punto», pareció concluir Dª Carmen. Franco se dispuso a explicar que aquel viaje de junio de 1947 a España de la esposa de Juan Domingo Perón, presidente de Argentina, no era más que la manifestación del acuerdo entre dos naciones hermanas… «¡Y vas tú, con toda tu pachorra gallega, y le regalas la Gran Cruz de Isabel la Católica!», acabó soltando.

«¿Sabes lo que me ha dicho cuando hemos visitado las casas de los obreros? ¿A que no? Claro que no porque tú estás a lo tuyo, Paco –reprochó la esposa de la Espada de Roma–. Pues que tú no habías ganado unas elecciones, sino una guerra, no como su marido. Mira, Paco, esto es un insulto. Le he recordado que los rojos quemaban iglesias, violaban monjas y mataban curas, ¿y no va y me contesta que sus obispos se ocupan de cosas argentinas? Qué descaro, Paco, qué descaro». La collares tomó aire para calmar su desgarro. Franco giró la cabeza hacia su mujer para contar que Argentina había salvado a España de morir de hambre con créditos y alimentos, mientras el mundo daba la espalda al país y… «¿Te puedes creer –prosiguió la ilustre indignada– que la he llevado a ver la maravilla de El Escorial? Vamos, la grandeza de este país que levantó la Cruz donde no se ponía el Sol, y me dice que ahí cabría un hospital para acoger a los niños pobres, que se ven muchos por las calles». Se hizo el silencio. «Y para colmo, Paco, la traes aquí, a mi casa, al Pard. Nunca más. ¿Me oyes? Por muy Caudillo que seas aquí solo entra la familia… la familia, Paco», concluyó Dª Carmen y apagó la luz para dar concluida la conversación.

En una sala estilo imperio del Palacio de El Pardo, sin escuchar ese diálogo, estaba Lilian Lagomarsino de Guardo, la ayudante de Eva Perón. Ya había preparado la ropa para el día siguiente, y se disponía a escribir los sucesos de la jornada antes de dormir. De pronto sonó el teléfono de su mesita de noche. «Liliancita, Liliancita», escuchó. Era la voz de la esposa de Perón. «Venga acá, así intercambiamos ideas y me entero de lo que está poniendo», dijo la argentina. La mujer del líder del justicialismo, ese populismo simpatizante del fascismo, estaba alojada en un dormitorio que daba a los jardines.

Inquietudes intelectuales

Lilian atravesó las salas y encontró a Eva dentro de la cama, arropada como una niña. «He escrito a Perón –anunció la Primera Dama de la República Argentina–. Le he dicho que Franco no es el hombre que me dijo. Yo esperaba a un atractivo militar, y me he encontrado a un tipo petiso, barrigón, con pinta de almacenero, y una banda que se le apoyaba en la panza». Las dos rieron. «¿Y su mujer, la gorda, la viste? –preguntó a Lilian– Tiene cara de haber chupado un limón, con esa ropa aburrida y esos sombreros, chamuyando con la trompa todo el rato, ¿oíste?». Lilian se dejó caer en un silloncito para escuchar el desahogo de su jefa. «Ya me estoy arrepintiendo de la ayuda a este país –dijo la justicialista–. Qué aires para tanta miseria. ¿Viste la cara que puso la gorda cuando dije que me gusta el fútbol?». Lilian asintió aburrida. «Las inquietudes intelectuales se las dejo a Perón. Yo me he hecho fotos con jugadores del River, del Boca, y siempre apoyo al Racing-Banfield. Que tengo mucho mundo. Que yo he hecho cine, teatro y radio. ¿Qué ha hecho ella, a ver?», preguntó en un hilillo de voz como quedándose dormida. Lilian se levantó y comenzó a salir de puntillas cuando la voz de Eva la detuvo: «¿Sabe, Lilian? Tengo miedo».

(Datos tomados de J. Nicolás Ferrando, «Eva Perón en Madrid», 2018).