Buscar Iniciar sesión

Javier Cercas: "Hay que preservar la lengua de la mentira y la manipulación"

El próximo domingo leerá 'Malentendidos de la modernidad', su discurso de ingreso en la Real Academia Española, que, según dice, "será polémico y suscitará debate"
Javier Cercas
Javier CercasMiquel González

Creada:

Última actualización:

El escritor Javier Cercas inició un periplo literario que traía consigo cierto regusto por lo limítrofe y fronterizo. Una obra marcada por su desafío de los convencionalismos vigentes y desbordaba las categorías de la ficción y realidad, y que en su devenir ha dejado libros reconocidos como «Anatomía de un instante», «El impostor», «El monarca de las sombras» o «Soldados de Salamina». Entra ahora en un tiempo de bonanza. En abril de 2025 publicará su esperada «El loco de Dios en Mongolia», un libro que se separa del camino que abrió con la trilogía de «Terra Alta» y busca sus raíces primeras, con las que llegó a la escritura. Una obra de muchos márgenes y orillas que recoge su experiencia en El Vaticano y al lado del actual Papa, Francisco, con el que viajó en secreto por las tierras asiáticas a las que remite el título. Pero esta racha comienza antes. En realidad, el próximo domingo, cuando lea «Malentendidos de la modernidad. Un manifiesto», su discurso de ingreso en la Real Academia Española, donde ocupará el sillón «R», que quedó vacante trae el fallecimiento de Javier Marías. 
¿De qué le gustaría ocuparse en la RAE?
No puedo contestarte todavía con exactitud. Ni debería entrar en eso porque no conozco el funcionamiento de la RAE ni las comisiones... Pero me gustaría contribuir a que todos cobráramos conciencia, los primeros, los políticos, de que la principal riqueza de la que disponemos los españoles y los hispanohablantes es la lengua. Tenemos una lengua universal. Es un privilegio que poseen pocos países. Los franceses y alemanes e italianos no lo tienen. Cobrar conciencia de eso para que nuestras autoridades y responsables obren en consecuencia... Eso sería fantástico para todos. La principal riqueza es nuestra lengua. En todos los sentidos: político, económico, diplomático, pero de eso las autoridades no son conscientes. Si lo fueran, no harían lo que hacen, que es no hacer nada. Los españoles somos un diez por ciento de una gran comunidad. No hay conciencia de eso.
Y los políticos trabajan con palabras.
Si, en los discursos y las reuniones, pero no obran en consecuencia. Si lo hicieran, el Instituto Cervantes tendría un presupuesto un diez por ciento superior o habría un Instituto Cervantes de toda la lengua.
¿A qué se refiere?
El instituto Cervantes hace un trabajo fantástico, pero debería disponer de más medios, y para mí debería ser un Instituto Cervantes de la lengua y no solo español. Trabajar con todos los países. Imagine un Instituto Cervantes español con medios procedentes de todas las naciones donde se habla nuestra lengua. Un Instituto Cervantes del español, no español. Su potencia y capacidad para difundir la lengua se incrementaría. Hay que prestigiar la lengua. El inglés lo que tiene es un prestigio enorme en todos los ámbitos, científico, político, que no tiene nuestra lengua. Para eso hay que invertir y tomárselo en serio. Nuestra lengua es la primera fuente de riqueza. Si esto lo tuvieran los franceses se volverían locos. Ya lo dijo Mitterrand: «Ah, si nosotros tuviéramos América Latina».
¿Hay que preservar la lengua hoy en día?
Sí. Hay que preservarla de la mentira, de la manipulación, de la cursilería, del engaño. Hay que decir una cosa importante. La RAE es una institución público privada, pero tiene una función pública. El peso de lo público es fundamental. Es una institución estatal en gran parte y es un servicio público. Y lo digo muy en serio. Los académicos no tienen un sueldo ni un despacho ni una secretaria. Trabajan gratis. La gente tiene opiniones fantasiosas sobre esto. Lo que hacemos es preservar lo más precioso, que es la lengua. Pero lo que hace la Academia no tiene un sentido prescriptivo, sino descriptivo. En qué estado está el español, cómo se usa... Solo prescribe en la ortografía. Pero lo demás, lo que dice es lo que la gente dice. La lengua es un bien común. No es de los académicos. Pero cuidado. Hay que preservar la lengua, no embalsamarla. La lengua está viva y es de todos. Y todos la enriquecemos. Hay que preservar el idioma de usos perversos.
¿Cómo se puede hacer eso?
Los periodistas y escritores tenemos una enorme responsabilidad en este asunto. Hay que dotar a las palabras de su sentido auténtico. No hay que prostituir las palabras, no hay que devaluarlas, como ha sucedido con las palabras «libertad» y «amor». Hay que usarlas con su sentido auténtico. Por eso hablaba de mentiras, de su devaluación. La RAE describe en qué estado está la lengua, pero quienes la creamos somos todos. Hay enriquecerlas y dotarlas de significados potentes. Hay que insistir en la claridad y la exactitud, y huir de la verborrea, que es letal. O la oscuridad, que también es letal, que es algo de nuestros políticos. Cuando a alguien no se le entiende, seguro que quiere engañar.
Potenciar significados.
Y darles nuevos significados. Muchos creen que escribir bien es escribir barroco, adornado, bonito, con palabras raras, adjetivos, pero los escritores nos recuerdan que también es decir lo que pasa en la calle. El escritor es aquel que es capaz de usar las palabras de la tribu de una forma precisa, rica, significativa y vital. Eso es lo que hace el escritor. La responsabilidad del escritor es enorme en ese sentido. El prestigio de una lengua viene de los escritores.
Su discurso es «Malentendidos de la modernidad». Lo ha subtitulado «manifiesto». Es una defensa de la palabra y de la literatura.
No es común un manifiesto, ¿verdad? En una academia. Por lo general los manifiestos son contra las academias. Aspiro a que la Academia, con la que estoy agradecido, tenga una presencia importante en la sociedad y en la sociedad literaria. La RAE debe preservar las tradiciones y a la vez abrirse a la sociedad. La RAE tiene una presencia importante y un prestigio grande; quiero, además, que esa presencia sea fuerte y que sea también un lugar de debate. Cuando la RAE dice la palabra del año, todos lo debaten. Mi discurso no es técnico, ni es un discurso para especialistas. Es sobre intervenir en el debate público, literario. Es un discurso que pretende suscitar debate y resultar polémico, en el mejor sentido de la palabra.
¿Cree que la política, los bulos, los discursos, están robando las palabras a la gente?
Sin la menor duda. A la corrupción de la lengua sigue la corrupción moral y política. La manipulación lingüística, el engaño lingüístico, es el instrumento para el engaño político y moral. La creación de una lengua falsa es el instrumento para la falsedad. La impresión es que hoy se miente más que nunca, pero no es verdad. Siempre se ha mentido igual. Lo que sucede es que hoy la mentira tiene mayor capacidad de difusión que nunca gracias a internet, a las redes sociales, a la inteligencia artificial. La mentira es letal. La mentira hace esclavos. Y las mentiras se construyen con la manipulación de la lengua. Con la construcción de una lengua que no corresponde con una realidad y que oculta la realidad. A esto asistimos cada día. Lo que deberíamos hacer es no usar las palabras como instrumentos de ocultación, sino de revelación de la realidad. El poder, cualquier poder, tiende al uso de un lenguaje embustero, porque la mentira es el principal instrumento de dominación. Se emplea el lenguaje para dominarnos y crear esclavos. La batalla por el lenguaje es una batalla por la libertad y por tener una vida más intensa. Para eso sirve la literatura, que es el lenguaje en su máxima tensión.
En un mundo trabado de relatos de unos y de otros, ¿por qué son tan necesarios los relatos creados por los escritores?
Porque las grandes novelas dicen la verdad. Esa es la misión de la literatura. Pero no es la vedad del periodismo o la historia. Esta no es factual, es una verdad moral, que es universal. La literatura dice esa verdad. Don Quijote no existió, pero a través de la lectura de su historia tenemos acceso a una verdad moral, más profunda, a la que no teníamos antes.
¿Sueña con incluir una palabra en el diccionario?
Quiero cambiar la definición de «faro». En el diccionario, creo, aparece como una torre, y no es una torre, es un punto de luz. El faro puede estar en el suelo. Existen faros a pie de tierra, pero tenemos la idea de que es como una torre. Una palabra que me encanta es «postureo». Y «fachaleco». Me parece preciosa. No sabemos si hay que incluirla. A lo mejor su uso se desvanece. Me gustan las palabras complejas. Es vital cambiar. Lo pasaré muy bien hablando con los lingüistas de la RAE.
¿Su nuevo libro?
El tema me ha elegido a mí. Desde hace tiempo me pregunto: ¿qué hacemos con nuestra tradición católica y cristiana? Soy ateo, pero soy católico. Los españoles y los europeos lo somos. Benedetto Croce decía que no podemos no llamarnos cristianos. Nuestra deuda con el cristianismo es inmensa. Pero ahora que Europa es laica y que Occidente está dejando de ser cristiano, ¿qué hacemos con la trascendencia y la religión? Esto me preguntaba. El Vaticano me ofreció posibilidad de abrirme las puertas. Ningún escritor ha tenido la oportunidad que yo he tenido. He podido entrar, hablar con cardenales, prefectos, intelectuales, misioneros, y con el Papa.
¿Qué le ha preguntado a Francisco?
El libro es una novela sin ficción. Una mezcla de géneros. Hay biografía, autobiografía, ensayo, historia y crónica. Aquí las fronteras están diluidas. Todas las novelas que me importan son novelas policiales. En todas hay un enigma que descifrar. Pero en este libro vuelvo a las novelas que había escrito antes: «El impostor», «Anatomía de un instante»... Se parece a ellas. Es una novela sin ficción. No hay nada de ficción y todo lo que se cuenta está cosido a la realidad. Pero la forma es novelística y es un instrumento novelístico. Con ella regreso a las novelas anteriores. Vuelvo a ese mundo.
¿Y Francisco?
Cierto. Sobre todo, es un «thriller», como todos mis libros, y en su centro está Francisco y, por supuesto, el mayor misterio del que tengo noticia: la resurrección de la carne y la vida eterna. El libro transcurre en El Vaticano y en Mongolia y, por supuesto, hablo de este secreto con el Papa. Esa es la pregunta central del libro. Cómo no hablar con el Papa esta cuestión que es fundamental.