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La princesa que nos enamoró en los 80

Fallece a los 87 años William Goldman, autor y guionista de "La princesa prometida", mítica cinta de Rob Reiner.

William Goldman
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Fallece a los 87 años William Goldman, autor y guionista de "La princesa prometida", mítica cinta de Rob Reiner.

«Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. ¡Preparate para morir!». Inolvidable. Puros años 80. El último cuento de hadas que pudimos permitirnos a caballo entre la infancia y la juventud, tan purista como irónica con el propio formato. Una de caballeros aguerridos y damiselas en apuros narrada desde la autoconsciencia de una generación que ya no cree a piés juntillas en la literalidad de las fábulas. Eso es (fue) «La princesa prometida», la cinta de 1987 surgida de una novela de William Goldman, adaptada como guión por él mismo. Ese escritor falleció ayer a los 87 años, dejando una legión de silenciosos fans de aquella cinta ochentera.

Muchos de ellos ni siquiera saben quién fue Goldman, pero en su haber, incluso antes de la generacional "La princesa prometida", se contaban dos premios Oscar al mejor guión: por «Dos hombres y un destino» (1969) y «Todos los hombres del presidente» (1976). Entonces, ¿por qué recordar a Goldman solo, o sobre todo, por la cinta de aventuras medievales de Rob Reiner? Quizás porque es la más entrañable de las tres, con un particular sello propio, entre la ternura y la ironía, el ingenio de unos diálogos decreídos y la magia irrenunciable del «fairy tale». Las otras dos responden (aunque con suma pericia) a moldes clásicos de Hollywood y a la personalidad de sus directores (George Roy Hill y Alan J.Pakula), que se comen el libreto y lo regurgitan en potentes imágenes y ágiles tramas.

Con «La princesa prometida», el binomio Goldman-Reiner firmó una "rara avis"en toda regla, algo a medio camino entre dos tiempos, el de «La bella durmiente» y el de «Shreck». Tan deudor del «Roman de la Rose» como preconizador de los héroes y heroínas de Pixar. Y, sin embargo, su estreno en taquilla fue discreto. En cambio (otro de esos milagros entre los 80 y 90), el videoclub lo entronizó como elección familiar por antonomasia. Así, de casa en casa, fue creciendo la leyenda del pirata Westley y la princesa Buttercup, el gigante André y, cómo no, el noble español Íñigo Montoya. Nunca antes o después Mandy Patinkin consiguió un papel tan arrebatador para la memoria del espectador, al igual que tampoco el luchador André Roussimoff, que dio vida al gigante.

Goldman se empeñó en tener en el set a un gigante de verdad y mediante la World Wrestling Federation dieron con Roussimoff, francés para más señas y a punto de embarcarse hacia Tokio para una pelea millonaria. La cancelación del combate, le abrió las puertas del filme. Rob Reiner viajó a París para ensayar con el gigante sus líneas en inglés. A fuerza de repetirlo grabadora en mano, se aprendió el guión.

Reiner decidió rodar la novela, publicada quince años antes del filme, porque su padre le regaló en su juventud la novela, al igual que es el abuelo quien lee y transmite a su nieto enfermo la historia que es la trama principal de la película. En esa oralidad de los cuentos folclóricos, en el encanto indestructible de ideas naif como el «amor verdadero», la valentía, la lealtad, etc, así como en el fino humor de Goldman, se basa el éxito de una película que, ya bien pasados los años 80 y 90, sigue encandilando.