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Esos pliegues extraños; por Ignacio Martínez de Pisón

La Razón
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Con Javier Tomeo me unía que los dos éramos aragoneses en Barcelona y que los dos publicábamos en la editorial Anagrama. Nos veíamos en Barcelona y después en Zaragoza. Recuerdo que le distinguía un talento natural que transmitía en sus cuentos. Javier Tomeo era un tipo especial. Sus libros resultaban extraños porque él era raro. Parecía vivir en un mundo distinto al de las demás personas. Se rodeaba de cosas diferentes, como su amigo Ramón. Le atraía lo extraño. Tenía ese prestigio, porque precisamente le atraía lo raro. Era un hombre que tenía muchos amigos y a la vez estaba un poco solo. Vivía con sus padres, que murieron muy mayores hace poco, y eso le dio siempre cierto aire adolescente. Solía verle en bares en el velódromo. Lo que más le gustaba, más incluso que leer o escribir, era hablar con la gente, que le contaran historias, que era de donde provenía después su inspiración.

Los libros más importantes que escribió fueron «Amado monstruo» y «El castillo de la carta cifrada», que son dos pequeños clásicos españoles. En estas obras acuñó ya una manera de concebir la literatura. Fueron los importantes, los fundadores del Javier Tomeo escritor. Entonces es cuando obtuvo su prestigio. Además, disfrutó de una época dorada porque algunas novelas suyas se adaptaban fácilmente al teatro. De hecho, se representaron en Francia y otros países de Europa. Él no era muy intelectual, pero sí un escritor de raza, de los que llevaban la literatura en las venas. Poseía un extraordinario instinto de narrador, el de una persona que sabía ver en la realidad lo que nadie percibía. Él distinguía los pliegues más extraños de la realidad.