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Geografía mítica

Liébana y los caminos de la Cruz en España

Muchas iglesias y monasterios aún conservan astillas de la madera donde Jesucristo fue crucificado y que en estas fechas atraen a muchos devotos

«Lignum crucis» de Santo Toribio de Liébana, uno de los más conocidos en España
«Lignum crucis» de Santo Toribio de Liébana, uno de los más conocidos en EspañaArchivo

El siglo IV fue, como quiere el historiador Pedro Barceló, «el siglo más largo de Roma», está marcado por la transición entre paganismo y cristianismo. Uno de los símbolos más duraderos es la ocupación del espacio sacro por la nueva religión y el hallazgo de reliquias o fundaciones de lugares santos, como se ve en el templo de Apolo, donde se funda la Abadía de Montecassino el mismo año en que Justiniano cierra la Academia de Atenas. Pero también se ve en el origen de una de las reliquias cristianas más veneradas en la actualidad, como se ha visto en la reciente Semana Santa, las de la Cruz de Cristo. Desde ese siglo IV, de confrontación con el paganismo, al VII-VIII, con la irrupción de los árabes, cabe hablar de los caminos míticos de la Cruz en España, con epicentro en Liébana.

Nos interesa la geografía mítica, o por mejor decir el itinerario mítico, de las reliquias de la Pasión y cómo se distribuyeron por todo el mundo cristiano, con especial incidencia en España. Según la tradición, cuando la madre de Constantino, Santa Elena, visitó Jerusalén a comienzos del siglo IV, quería buscar restos de la Pasión de Cristo, comenzando por el Santo Sepulcro, para honrarlo con edificaciones. Una vez que su hijo hubo abierto las puertas a la nueva religión, Elena hizo demoler en el Calvario el viejo templo a Venus y ordenó excavar en busca de reliquias hasta encontrar lo que pareció ser la Vera Cruz, cuyo mito cuenta la «Leyenda áurea» de Jacobo de la Vorágine. Los historiadores de Constantino y sus sucesores hicieron cundir la leyenda, acaso para primar al patriarcado de Jerusalén o para legitimar su programa político-edilicio construcciones (luego habría otra basílica de la Cruz en Roma, a de la Santa Cruz de Jerusalén, seguramente la más importante hoy día).

Pero la reliquia quedó en Jerusalén en una basílica hasta su robo por los persas de Cosroes II en 614, que la llevaron a Ctesifonte, y su recuperación por el emperador Heraclio en 628, que la llevó en procesión a Constantinopla y la devolvió a Jerusalén. Pero en la década de 640 los árabes tomaron el control de Jerusalén y, aunque pudo ser visitada al principio por los devotos con relativa tolerancia, luego se complicó la situación. La posterior conquista cruzada de la región y el establecimiento allí de los templarios para guardar los Santos lugares hizo alternar momentos de fácil y difícil acceso a la Cruz, hasta llegar a la toma de Jerusalén por los árabes de Saladino en 1187, cuando se pierde su rastro.

Desde entonces, el tráfico de reliquias relativas a la Pasión –los santos rostros en los lienzos, el «titulum crucis», el «lignum crucis» o el cáliz y la lanza de Longinos– ha sido intenso entre Oriente y Occidente, entre Jerusalén y Constantinopla: especialmente después de la Cuarta Cruzada y la toma de la capital bizantina en 1204. Entonces cunden pedazos de la Cruz por toda Europa repartidos en relicarios o estaurotecas: aparte de la gran reliquia de Roma, relacionada con Santa Elena, cabe mencionar las de Nápoles y Heiligenkreuz (Austria).

El "árbol sagrado"

En España la veneración a la Vera Cruz es fundamental en varios lugares, desde Cantabria a Caravaca, donde se atesoran diversos fragmentos del «árbol sagrado», siguiendo la antigua metáfora, ya en San Pablo, que hace de la Cruz el eje del mundo o el árbol cósmico: es la idea del «lignum crucis», cuyos fragmentos, desde los más grandes a los más pequeños, se veneran en una muy amplia geografía. Recordemos el ataque de Calvino, que sostuvo que si se unieran todos estos fragmentos de madera darían un gran barco, para apuntar a su falsedad. Otros defienden que los acreditados no llegan ni a una mínima parte de la Cruz verdadera, que se perdió en Jerusalén. En todo caso, el pedazo más grande acreditado se conserva en el espléndido monasterio de Santo Toribio de Liébana, relacionado con el propio santo, de época post-constantiniana, a la que se dedica.

San Toribio, obispo de Astorga activo en la lucha contra la herejía priscilianista, en el siglo IV, habría traído de Jerusalén el brazo izquierdo de la Cruz, donde se clavó la mano izquierda de Cristo. Luego sus restos, junto a la Cruz, habrían pasado a Liébana, al pie de los montes de la Viorna, en un enclave mítico cuya fundación remonta al siglo VI y a otro Toribio, que fue repoblado por Alfonso I como lugar estratégico de la resistencia frente a los árabes. Allí escribió sus emblemáticas obras, en el s. VIII, el abad Beato, como su «Comentario al Apocalipsis». La vetusta madera oriental se conserva en un relicario en plata dorada con forma de cruz, de época barroca, en un monasterio que es hoy uno de los lugares más santos del cristianismo. Pero la sombra de la Vera Cruz es prolongada en nuestra geografía y muchas cofradías atesoran un fragmento de lignum crucis que suele acompañar a sus imágenes en las procesiones de Semana Santa. Los caminos de la Cruz en la geografía mítica de España son inagotables y divergentes.