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Keith Lowe: “Debemos mantener hasta las estatuas más vergonzosas”

El autor británico presenta un ensayo, “Prisioneros de la historia”, en el que ahonda en la epidemia que ha llevado a derribar símbolos históricos por todo el mundo
La Razón

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Keith Lowe (1970) vio cómo por todo el mundo se extendía una epidemia que se debatía entra la rabia y la reescritura de la Historia. Los viejos símbolos, héroes en muchos casos, ya no valían para los tiempos modernos. De pronto, eran casposos, villanos y malos ejemplos. Muy lejos del ideal del yerno perfecto. El cambio llamó la atención del británico y se propuso abordarlo en el libro que edita Galaxia Gutenberg, “Prisioneros de la historia”, un repaso por 25 monumentos de la Segunda Guerra Mundial que han quedado desubicados.
¿La guerra todavía no ha terminado?
Se acabó, pero no. Hace 75 años firmamos acuerdos de paz, construimos nuevas ciudades y creamos nuevas instituciones como la ONU y la Unión Europea, pero el fantasma de la guerra sigue rondando, como un mal olor. Basta con mirar el Brexit: la campaña para dejar la UE estuvo impregnada de comparaciones ridículas entre la Gran Bretaña de 2016 y la Segunda Guerra Mundial, como si Europa fuera algo maligno que intentara invadirnos. En lugares como Gran Bretaña no hay escapatoria de la guerra. Está donde quiera que mires.
¿Qué ha cambiado para que los monumentos no sean un simple objeto?
Son símbolos poderosos que se vuelven invisibles porque, con el tiempo, el mundo avanza y comenzamos a darlos por sentado. Pero, cuando nuestras sociedades cambian, los viejos símbolos se ven mal. Los países occidentales ahora tienen poblaciones mucho más mixtas, y nuestras actitudes hacia los negros han cambiado drásticamente, por lo que todas esas viejas estatuas de esclavistas y aventureros imperiales ya no se ven tan gloriosas. Lo mismo ocurre con algunas estatuas de la Segunda Guerra Mundial. ¿Fueron liberadores o conquistadores los soldados soviéticos que invadieron Polonia en 1945? ¿Fue Churchill el salvador de Europa o un viejo imperialista británico? Nuestras actitudes están cambiando, pero nuestros monumentos no pueden cambiar junto a ellos.
¿Qué riesgos tiene la política de la cancelación?
Al “cancelar la cultura” se asume que los valores de un grupo de personas son los únicos correctos. Por eso algunas personas quieren derribar estatuas. Aunque, para ser honesto, el otro lado es igual de malo. Me refiero a las personas que creen que debemos conservar todos los monumentos, incluso los más controvertidos, incluso si ofenden. Ninguno de los dos escucha al otro.
¿Los movimientos sociales condicionan nuestra educación?
Afectan, pero más influencia tienen el gobierno, los padres, Netflix o los amigos de nuestros hijos. Hay mucho pánico por las ideas nuevas que se apoderan de la próxima generación, sin embargo, creo que deberíamos tener más fe en nuestros jóvenes. Si quieren cambiar un poco el mundo, déjelos; después de todo, es un mundo que algún día les pertenecerá. No son tontos. Tomarán lo que necesiten de estos movimientos y dejarán el resto.
¿Qué riesgo tiene que los juicios históricos de esos movimientos sustituyan a los expertos?
¡Nadie ha escuchado nunca a los historiadores! Los movimientos sociales solo están interesados en presentar una buena historia: algo que sea lo suficientemente cierto como para ser convincente y lo suficientemente emocional como para llamar nuestra atención. Los activistas contra la esclavitud no están enojados por lo que sucedió en el siglo XVIII: están enojados por la forma en que todavía se trata a los negros en la actualidad. No es diferente de lo que hacen nuestros políticos.
¿De dónde proceden estos grupos?
Vienen del descontento.
¿Es correcto conservar la escultura de un personaje poco ético?
Hay algunas estatuas que no creo que deban permitirse estar en nuestras calles. ¿Quién quiere una estatua de Stalin o Hitler? Pero, por otro lado, creo que también es importante enfrentarse de vez en cuando a los acontecimientos de nuestro pasado comunitario que no son gloriosos. Se trata de mantener los pies en el suelo. Por ello creo que deberíamos mantener en exhibición algunos de nuestros monumentos más vergonzosos. Guárdelos, pero deje absolutamente claro que los desaprobamos. Hay muchas formas de mostrar desaprobación sin derribar estas estatuas. Solo tenemos que usar un poco de imaginación.
¿Están respondiendo bien los intelectuales a este cambio de valores?
Sí. Vemos los nuevos valores, los debatimos, los analizamos y tratamos de ayudar a otros a comprender sus ventajas y desventajas. Ese es nuestro trabajo. Por supuesto, a veces podemos ponernos un poco emocionales o perder los estribos, pero eso es humano. ¡Es imposible ser intelectual todo el tiempo!
Si ningún personaje del pasado es ejemplar y no quedan héroes, ¿de dónde vamos a sacar las leyes morales?
Bueno, aquí me gustaría hacer una distinción importante. Nuestros monumentos se tratan de dos cosas. Por un lado, representan personas reales y eventos reales que sucedieron en la historia. Por otro lado, están ahí para representar nuestros valores y nuestras leyes morales. Si miras la estatua de Winston Churchill en Parliament Square, puedes verlo de dos maneras: la figura histórica real no es alguien a quien me gustaría emular, era un borracho, un holgazán, tenía puntos de vista racistas y se oponía a los movimientos para introducir la igualdad de remuneración para las mujeres; pero “Churchill” como símbolo es algo completamente diferente, representa coraje, independencia y fortaleza. Él nos dice que nunca nos rindamos ante los matones, sino que nos defienda a nosotros mismos a cualquier precio. Es el salvador de Europa. Es un héroe maravilloso, pero completamente irreal.
  • “Prisioneros de la historia” (Galaxia Gutenberg), de Keith Lowe, 334 páginas, 22,50 euros.

LUGARES DE LA MEMORIA

Por Jorge Vilches
Siempre han existido los «lugares de la memoria» en nuestras ciudades; es decir, sitios donde una estatua o un nombre de una calle o plaza nos recordaba algo o alguien del pasado que merecía la pena recordar. Ese recuerdo callejero era un modo de educar y crear conciencia nacional o social. Era una politización instrumental del espacio público, siempre adanista y finalista; esto es, por primera vez y para siempre. Hoy, la política de cancelación es un instrumento de la izquierda para sustituir esos lugares por otros, hacer política verificando la Historia según su ideología, e imponer una memoria nueva.
Keith Lowe lo explica. Los iconoclastas creen que esas estatuas que se derriban se hicieron en un mundo dominado por hombres ancianos de raza blanca. No están representadas las mujeres ni otras razas en esos monumentos, ni la corrección política de hoy. Por eso no merecen estar e incluso, hay que hacer una retirada violenta. En el fondo, dice la autora, subyace la relación de cada generación con la Historia, el continuo deshacer el pasado y la necesidad de dotarse de una identidad.
El libro recoge veinticinco monumentos conmemorativos por todo el mundo sobre un pasado común: la Segunda Guerra Mundial. La tesis es que no son cosa del ayer, sino una expresión de la historia del presente, y que como tal condiciona la vida política, social y cultural de la sociedad. Keith Lowe ha elegido esos monumentos porque son los únicos que no han tocado los feligreses de la política de cancelación. La autora se pregunta la razón de ese indulto, porque aquellas figuras son de personas colonialistas, racistas y machistas que en algún caso cometieron crímenes de guerra.
La respuesta es que todas estas obras forman un mito, el de la muerte y resurrección de sus países. Los héroes, mártires y villanos, el apocalípsis y la reconstrucción, componen una tragedia griega inmejorable. Lowe ve un error la iconoclastia «woke», y propone conservar el arte, construir nuevos monumentos, o trasladar los «ofensivos» a museos. Destruir estatuas no corrige el pasado, solo consigue ocultarlo.