Sección patrocinada por sección patrocinada

cultura

Mary Kingsley: una exploradora y antropóloga en África Occidental

Esta mujer, que a los 30 años nunca había salido de Inglaterra y que carecía de formación académica, acabó transformando la comprensión occidental del continente

Noticias de última hora en La Razón
Última hora La RazónLa RazónLa Razón

En 1895, una mujer inglesa de 33 años se adentró sola en territorios inexplorados de África Occidental, ascendió el Monte Camerún por una ruta que ningún europeo había intentado antes y convivió con tribus consideradas caníbales para estudiar sus costumbres, que hasta entonces se calificaban de «fetiches». Ella comprendió que este fenómeno formaba parte de rituales religiosos. Mary Kingsley, quien hasta los 30 años apenas había salido de Londres y carecía de formación académica formal, se convertiría en una de las antropólogas más influyentes de su tiempo, desafiando no solo los peligros de la selva africana, sino también los rígidos roles de género de la era victoriana. Mary Henrietta Kingsley nació el 12 de octubre de 1862 en el municipio londinense de Islington en el seno de una familia de escritores

Durante su juventud recibió una educación limitada, como era habitual para las mujeres de entonces: aprendió a escribir, algo de alemán y poco más, ya que la formación académica femenina no se consideraba prioritaria. A pesar de no acceder a estudios superiores, Kingsley desarrolló un interés por otras culturas al escuchar, junto a su madre, Mary (lisiada), a su padre, George, leer libros sobre países lejanos. Absorbía estos relatos con atención, desarrollando una insaciable curiosidad por el mundo más allá de las paredes de su hogar. Las experiencias de su padre, médico de profesión, en América del Norte, donde había presenciado el brutal trato hacia los nativos americanos, sembrarían en ella una semilla de empatía hacia las culturas oprimidas, que más tarde definió su enfoque único del estudio antropológico.

Inmersión cultural

El destino, que parecía haberla condenado a una vida de cuidados familiares, le otorgó una inesperada libertad cuando, a los 30 años, ambos padres fallecieron. Con una herencia de 4.300 libras esterlinas (una suma considerable para la época), Kingsley tuvo finalmente la oportunidad de viajar y explorar los lugares sobre los que había escuchado durante años. En 1893 emprendió su primer viaje a África, llegando a Angola después de pasar por las Islas Canarias y Sierra Leona, convirtiéndose inadvertidamente en una pionera de la antropología moderna. Su situación era inusual: viajaba sola, sin estar vinculada a ningún misionero, funcionario gubernamental o explorador, lo que sorprendía tanto a europeos como a africanos, quienes frecuentemente le preguntaban por qué viajaba sin marido. A diferencia de muchos exploradores de su tiempo, optó por convivir con las poblaciones locales durante sus expediciones, aprendiendo sus técnicas de supervivencia y costumbres en lugar de limitarse a observar desde la distancia. Su enfoque revolucionario se caracterizó por el respeto y la comprensión, en marcado contraste con la actitud imperialista predominante.

Esta metodología, basada en la observación directa y la inmersión cultural, sentó precedentes para lo que hoy se conoce como trabajo de campo antropológico. Su perspectiva sobre las culturas africanas se distinguió por un análisis que criticaba a los misioneros por imponer prácticas como la monogamia sin considerar las consecuencias sociales en comunidades donde la poligamia cumplía funciones económicas y de protección. 

Documentó que, cuando los hombres convertidos al cristianismo abandonaban a sus esposas adicionales e hijos, estos quedaban en situación de vulnerabilidad, sin que la estructura social hubiera evolucionado para atender estas nuevas circunstancias. Eran repudiados por la tribu del mismo modo que su marido lo había hecho forzado por los misioneros. En su segundo viaje, en 1895, Kingsley estudió grupos que practicaban el canibalismo y sus sistemas religiosos, denominados en la época victoriana como «fetichismo». Durante esta expedición conoció a Mary Slessor, una misionera escocesa que trabajaba para erradicar prácticas como el infanticidio de gemelos, considerados por algunas tribus descendientes del Diablo, ya que ambos hermanos eran indistinguibles. 

En algunos casos, incluso la madre era asesinada por haber atraído al Maligno inconscientemente. Sus contribuciones a la ciencia incluyen la recolección de especímenes de peces previamente desconocidos para los científicos occidentales, tres de los cuales fueron posteriormente nombrados en su honor. En Gabón navegó por el río Ogooué y completó su histórica ascensión al Monte Camerún por una ruta jamás intentada por otro europeo. Al regresar a Inglaterra, Kingsley se convirtió en una celebridad. 

Sus conferencias atraían a multitudes fascinadas por sus experiencias, y sus libros «Viajes por el África Occidental» (1897, que se convirtió en un éxito editorial inmediato) y «Estudios sobre África Occidental» (1899) revolucionaron la percepción occidental de las culturas africanas, frecuentemente malinterpretadas en Europa. Durante la Segunda Guerra Bóer, Kingsley se alistó como enfermera voluntaria. Falleció en Simon’s Town a causa de fiebre tifoidea mientras atendía a prisioneros bóeres. Fiel a su espíritu libre hasta el final, pidió ser arrojada al mar tras su muerte.

Mary Kingsley nunca se casó ni tuvo tiempo para romances. Según sus propias palabras, su «motivo para ir a África Occidental era el estudio; este estudio era el de las ideas y prácticas nativas en la religión y el derecho». Aquella mujer que, a los 30 años, nunca había salido de Inglaterra y carecía de formación académica, acabó transformando la comprensión occidental de África, ascendiendo montañas inexploradas y estableciendo metodologías que influirían permanentemente en el desarrollo de la antropología moderna.