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cine
Miki Esparbé: "Hay una tendencia a la infantilización de los más pequeños frente a temas complicados"
El actor catalán se vuelve a poner a las órdenes de Javier Ruiz Caldera y en la piel de un padre para coprotagonizar "Wolfgang"

Se encuentra en uno de los momentos más disfrutones y amalgamados profesionalmente hablando de su carrera y eso es algo que refleja en el tono, pero también en la buena energía dialéctica con la que nos recibe. Miki Esparbé sobrepasa ligeramente la cuarentena sabiendo que aunque ahora mismo compagine de forma agradecidamente poliédrica su trabajo en las tablas del Teatro Valle Inclán a través del texto de "Los nuestros" de Lucía Carballal con el rodaje de un drama histórico como "Frontera", de Judith Colell y esté a la espera de comenzar a rodar con Alberto Rodríguez la adaptación de la novela de Cercas de "Anatomía de un instante" para Movistar, algunos de los papeles que le ofrecen para el cine se aproximan peligrosamente desde hace pocos años a una correspondencia evidente con la etapa vital presente atravesada.
Y en ese periodo de alejamiento de la inconsciencia o los gozos de la juventud hay búsquedas afectivas complicadas, separaciones, responsabilidades, desequilibrios de expectativas, cambios y claro, también hijos. El primero lo tuvo en "Una vida no tan simple" y el segundo viene ahora en forma de virtuoso de la música de la mano de Wolfgang, un niño de diez años con un coeficiente intelectual de 152 y trastorno del espectro autista, que se ve obligado a vivir con un progenitor caótico e inicialmente peterpanesco a quien no ha visto nunca, tras la repentina muerte de su madre y que da nombre a la nueva película de Javier Ruiz Caldera conformando una delicada adaptación de la exitosa novela de Laia Aguilar, quien también participa en el guion. "En mi cabeza estoy haciendo el combo perfecto con todos los trabajos actuales, muy diferentes entre sí pero todos súper estimulantes, así que en eso estoy: tocar madera, cruzar dedos y deséame suerte Marta para que siga así por favor te lo pido", demanda tierno. Y nosotros se la mandamos toda, con los ojos cerrados.
Es la segunda vez que haces de padre, la primera fue de la mano de Félix Viscarret con la maravillosa "Una vida no tan simple". ¿Te sientes en una etapa generacionalmente orgánica para que le ofrezcan este tipo de papeles?
Lo que es una cuestión evidente es que para el niño no me habrían cogido (señala entre risas) y por lo tanto tengo que aspirar a la interpretación de personajes que sin duda vayan un poco con mi edad.. Pero bromas aparte, yo empecé a dedicarme a la actuación no te diré tarde pero sí ya con una edad avanzada para lo que es este mundo. Nunca fui un niño de la tele, comencé con unos 24 o 25 años. Recuerdo que de las primeras cosas que hice fue «Barcelona, noche de verano» con Dani de la Orden y ahí no tenía hijos, pero sí un predictor en las manos, estaba ya cerca. A mí no me importa abordar este tipo de papeles, al contrario, me hace muy feliz defender historias que de alguna forma cuenten conflictos de los personajes en la edad en la que yo estoy ahora mismo. Por otro lado es verdad que no tengo hijos, sino cuatro sobrinos y me encanta compartir tiempo que nos ellos, por eso trabajo muy a gusto con los niños. Es verdad eso que decía Hitchcock de no trabajar con animales ni con niños, pero este caso también se ha juntado el hecho de que estaba a la dirección Ruiz Caldera, que es colega como bien decías, es nuestro tercer proyecto juntos y que Jordi lo ha puesto muy fácil: es un niño excepcional que en todo momento transmitía la seguridad de saber cuál era su responsabilidad y no se dejaba vencer por ello. Tú como adulto frente a eso solo puedes dejarte llevar.
Una de las reflexiones más inmediatas que se extrae de la cinta es la capacidad que muchas veces tienen los niños para recolocar el mundo de los adultos y la poca confianza que depositamos en la posibilidad de que sean en realidad capaces de hacerlo. ¿Crees que subestimamos un poco como sociedad todavía a los más pequeños?
Estoy totalmente de acuerdo contigo y efectivamente esto es algo que pone un poco de manifiesto la película. Me parece muy necesario como complemento al tratamiento de estos temas tan sensibles que aborda y de una manera muy orgánica como las segundas oportunidades, el duelo, el poder reparador de las emociones en ocasiones difíciles o el saber pedir ayuda en un momento como este en el que la salud mental está tan en boca de todo el mundo y se ha convertido en un terreno sobre el que parece que hemos avances. Todavía hay una tendencia de infantilización de los más pequeños frente a temas complicados cuando en realidad nos pasan la mano por la cara millones de veces. La historia frente a esto propone algo que me parece muy interesante y es la perspectiva de tres generaciones distintas ante el mismo conflicto o ante varios: la abuela, que es la más reticente a hablar con el niño y forma parte de este pensamiento de que si las cosas no se nombran no existen, luego el niño, que es la versión más despierta de todo esto y luego la generación de Carlos, mi personaje, que está en mitad de las dos, debatiéndose sobre lo que es más correcto. Creo que ahí, en ese lugar, es donde estamos todos y todas ahora mismo: hemos aprendido la lección y sabemos que la comunicación es la única vía para poder sanar y reparar, pero por otro lado estamos continuamente buscando la mejor forma de hacerlo, de convertirnos en personas asertivas.
¿Te parece realista el tratamiento cinematográfico que se suele hacer de personajes que tienen trastorno del espectro autista?
Bueno aquí en este caso hemos tenido la suerte, primero de todo, que nos avalaba la novela de Laia Aguilar, que ya no es que solo haya sido un fenómeno obligatorio en muchos centros sino que además ha sido una novela que se ha divulgado mucho a través de charlas en coles y centros. Pero más allá de esto, en el proceso de escritura, hubo un asesoramiento por parte de la Asociación Catalana de Asperger de Cataluña y en general están muy contentos con el efecto que puede causar la película desde su perspectiva. Esto es importante porque sí es verdad que evidentemente un niño o una niña que sufra este tipo de trastorno no tiene por qué tener un coeficiente intelectual de 152, ni estar asociado al perfil del genio pero sí comparte condiciones comunes con un personaje como Wolfgang como la sinceridad, la literalidad del lenguaje, la dificultad en los procesos de interacción social o las rutinas y más allá del estereotipo del niño prodigio, creo que este tipo de representaciones con las que resulta fácil empatizar, constituye una labor social importante y no estamos tan acostumbrados a que sea un personaje protagónico con autismo quien las encabece.
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