El mito de una tierra de vino y miel
En España y fuera proliferó el mito de una tierra que poseía de todo y de todo en abundancia. Tuvo muchos nombres, pero el que más se difundió fue el país de la Cucaña o la Tierra de Jauja
Madrid Creada:
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Había una vez un país cuyas ciudades tenían fuentes, estaban regadas por ríos y fuentes de los que manaban vino, leche y miel, y casas cuyas paredes estaban a su vez hechas de pastel y embutido, mientras que de los árboles colgaban longanizas y jamones y todo estaba cubierto, la hierba, las flores y las piedras, de una gruesa capa de azúcar. Este paraíso –que acaso es propio de la fase oral de la infancia más profunda y también del cuento maravilloso– era el objeto de deseo con el que soñaban los habitantes de las ciudades y aldeas del otoño de la edad media y de los comienzos de la edad moderna: era el lugar idílico en el que no había que trabajar para obtener el sustento, la felicidad y la justicia equitativa. La idea del país de Cucaña es antigua y enlaza con el mito de la edad de oro, en la que no hay que trabajar para vivir y la alimentación es gratuita y espontánea. En la baja edad media las historias sobre esta tierra fantástica proliferaron de manera extraordinaria y muchas de ellas situaron este paraíso en la tierra en la mitificada península ibérica. Textos tardoantiguos como la «Totius orbis descriptio» o la «Visio Sancti Pauli», de los siglos III y IV, transmiten este viejo lugar común de la antigüedad, que aparece ya en poetas grecolatinos como Hesíodo (s. VII a.C.) o Virgilio (s. I a.C.), a quien debemos una fantástica descripción de las llanuras eliseas en el canto VI de la «Eneida».
Ahí se recoge el viaje al más allá, porque muchas veces hay que morir para conocer esa especie de paraíso, aunque otras veces hay islas fantásticas, como las que refieren Yambulo o el historiador Teopompo, según transmite Claudio Eliano. Estas tierras fabulosas de la antigüedad y el medievo, muchas de ellas estudiadas por Umberto Eco en su «Historia de las tierras y los lugares legendarios», o por Raymond Trousson en su «Historia de la literatura utópica: Viajes a países inexistentes» aparecen en forma de recuentos utópicos o de relatos de viajes de aventuras y hunden sus raíces en la antigüedad, desde la comedia utópica griega hasta la poesía latina de la edad de oro de Augusto, emperador que se complacía en decir que había restablecido la edad de oro en la tierra. Pero si ese otro mundo aparece en el nuestro bajo el signo carnavalesco de Dioniso y Saturno en la antigüedad, en el mundo medieval germano o celta hay hadas que lo guardan o islas que hablan de la tierra de la eterna juventud (Tir Na Nóg), la tierra prometida, la tierra bajo la ola, la gran llanura o las islas más diversas, como la de San Borondón o la isla Brasil, solo aptas para los justos, los guerreros o los santos. Así es, por ejemplo, la tradición de los viajes de San Brandán, que comienza en el siglo X en Irlanda, se supone que remonta al año 516, cuando parte con otros catorce monjes en busca del paraíso terrenal. Estas ideas y relatos fantásticos se extendieron por toda la baja edad media y llegaron hasta la edad moderna. Muchas de ellas aparecen en el folklore, en los cuentos populares que hablan de lugares hechos de golosina –como en «Hansel y Gretel» recogido por los hermanos Grimm– a veces historizados y otras psicoanalizados. Entre ellos destaca por derecho propio el país de Cucaña, con una etimología seguramente relacionada con la «cocina».
La tierra de Cucaña se convirtió en importante motivo popular de cuento que luego fue consagrado en poemas como «Li Fabliaus de Coquaigne», francés del siglo XIII, o «The Land Of Cokaygne», irlandés del siglo. XIV, que recoge este tema y lo mezcla con otros de ámbito celta. Tal es la tierra fabulosa por excelencia, el país de Jauja de la edad media, que no por casualidad aparece situado en nuestros lares, en la tierra de poniente, del finis terrae: «far away in the sea, to the west of Spain, is a land called Cokaygne».También, por último, hay que mencionar que muchas tradiciones populares y festividades, en Italia o en España, tienen origen en estas ideas de paraísos utópicos, prometidos y áureos. El juego de la Cucaña toma nombre de este mítico país en España y parece que se origina como pasatiempo en Nápoles durante el siglo XVI y se extiende por toda Europa.
La vieja tradición castellana de situar un jamón en lo alto de un gran mástil engrasado, llamado cucaña, y organizar una competición entre los mozos más aguerridos para conseguirlo, está en la esencia de este relato patrimonial. Estas fiestas populares se han extendido desde España a muchos países de América Latina y a Filipinas. El juego se puede desarrollar con una cucaña, en modo horizontal, como se ve en el norte de España, y muy característicamente en A Ponte de Padrón, en La Coruña: allí, en las festividades de San Roque en el río Ulla, la cucaña se coloca horizontalmente, untada de grasa, y hay que rescatar el banderín. También se hace de modo vertical en fiestas variadas como las de San Pedro en Tudela de Navarra. Recordemos, para finalizar, las versiones pictóricas del reino de Cucaña por Brueghel el viejo y la del «Juego de Cucaña» por Goya. Es un tema de larga tradición y un ejemplo de geografía mítica de lugares nexistentes relacionados con nuestro país.