Música

Los dos hombres que mataron a Elvis Presley

Era un purasangre, la encarnación de la adolescencia, pero tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de dos seres siniestros que le hicieron marchitar y languidecer: pese a todo, hasta el final de su vida seguía teniendo un brillo en la voz

Elvis Presley junto a Scotty Moore, Bill Black y DJ Fontana en una actuación en televisión en "The Stage Show", 1956
Elvis Presley junto a Scotty Moore, Bill Black y DJ Fontana en una actuación en televisión en "The Stage Show", 1956Alfred WertheimerAgencia AP

Cuando Elvis Presley sonó por primera vez en la radio local, el presentador tuvo que volver a poner la canción otras once veces. Le gustaba a blancos y negros, a amantes del blues y del gospel, a mayores y jóvenes. Todo el mundo daba por sentado que esa voz tenía que ser de un negro y nadie se podía imaginar cómo movía las caderas el dueño de semejante voz que envolvía, mecía y enamoraba. Era una vieja canción, “That’s All Right”, pero sonaba como nunca antes. Era el primer paso de un chico especial, un talento natural e ilimitado. Llegaría a ser el rey del rock, pero en su camino se cruzaron dos hombres siniestros que (además de sus propios errores) le harían marchitar hasta casi no poder reconocerse a sí mismo.

El primero de esos hombres fue su manager. El siniestro y avaricioso Coronel Tom Parker. Seducido por sus promesas de llevarle a Hollywood, Elvis firmó un contrato inconcebible hoy en día en el que le entregaba el control absoluto de su carrera y Parker se encargará de extender sus tentáculos hasta la totalidad de sus actos. Parker, es cierto, consiguió para el joven Presley el mayor contrato discográfico que se había firmado hasta la fecha. El sello RCA traía asociada, además, la promesa de entrar en la industria del cine de Hollywood y Sam Phillips, su descubridor en el sello Sun Records de Memphis, entendió que su pupilo estaba llamado a cotas mayores de éxito.

Sin embargo, Parker estaba movido por la avaricia, no por la música, como sí vivía Sam Phillips. El segundo había lanzado la carrera de Elvis gracias a versiones de clásicos del blues y estándares americanos que el joven de Tupelo llevaba a otra dimensión. Todo tenía un precio: había que pagar los derechos de autor (como es natural) y por tanto los beneficios eran menores, pero valía la pena. Parker decidió que no se volvería a pagar a nadie a cambio de las composiciones: a partir de entonces, Elvis solo cantaría canciones “producidas” para él por los Aberbach. Julian y Jean eran dos compositores de temas para terceros (Ray Charles, Johnny Cash y Jacques Brel interpretarían algunos con su firma), una especie de factoría de éxitos con acuerdos con RCA. De esa manera, el dinero se lo repartirían entre ellos.

Pero Parker tomó otra decisión drástica y más perniciosa: llevar a Elvis a Hollywood le dio una fama enorme y le convirtió en un icono rápidamente, pero pronto fue un grave error. El enorme éxito de “Love Me Tender” (1956) y “El rock de la cárcel” (1957) llevó a Elvsia a pensar que era un buen camino: suponía combinar buenas canciones y películas dignas, pero tras los primeros éxitos, el Coronel Parker le enroló en películas infumables, a razón de casi dos por año, matando a trabajar a su estrella. Cintas de serie B, con guiones demenciales y papeles caricaturescos que alejaban a Elvis de los escenarios. Aunque algunas de las canciones (”Can’t Help Falling In Love”, por ejemplo) fueron dignas, la mayor parte de sus interpretaciones (musicales y actorales) fueron una completa pérdida de tiempo y de talento. Un desperdicio tal que, entre 1956 y 1968, Elvis no pisó un escenario para cantar en directo. Tiró una década, quizá sus mejores años, por el albañal.

Curiosamente, casi al final del periodo de Holywood, en 1967, entro en la escena de Elvis el otro de los hombres que más daño le produjo. El doctor George Constantine Nichopoulos, “Dr. Nick”, recibió una llamada del Rey del Rock, malherido en uno de los rodajes. El dolor era insoportable y necesitaba algún calmante. Elvis ya era un consumidor voraz de anfetaminas, que había visto a su madre tomar como adelgazantes, prescritas con receta médica de la forma más normal. En aquellos años, Elvis trataba de hacer las películas que no tenía más remedio que rodar, y entrar en el estudio a grabar discos con los que volver a sentirse músico. El doctor Nick se convirtió en su asesor personal, manteniendo sometido al cantante con una dieta de opiáceos, anfetaminas, barbitúricos, tranquilizantes, hormonas y laxantes.

Elvis había perdido el rumbo artístico y la credibilidad en el mundo de la música. Sus fianzas se iban a pique entre gastos disparatados de mantenimiento de sus viviendas y su familia. Aumentó el ritmo de conciertos para tratar de hacer frente a las facturas. Para soportarlo, el “doctor Nick”, George Nichopoulos, comenzó a inyectarle Demerol, el fármaco que se llevó por delante al rey del rock, Elvis, y al rey del Pop, Michael Jackson. Sufrió crisis respiratorias que anticipaban el fatídico desenlace. Unos días antes de morir, dijo que “estaba cansado de ser Elvis Presley”. Hasta que su corazón se cansó también el 16 de agosto de 1977. Se lo encontraron tirado en el suelo del baño.