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El arte flamenco que salió de la cueva: del vino de madrugada a la investigación científica

La Bienal de Flamenco de Sevilla analiza los cambios en las últimas décadas de este arte: las mujeres se hacen escuchar en crítica e investigación

Imagen de un espectáculo flamenco
Imagen de un espectáculo flamencoRuizCaro

Parece que siempre haya estado ahí, con su categoría de Patrimonio de la Humanidad, su prestigio internacional y su reconocimiento como expresión digna de representarse en teatros e incluso óperas de todo el mundo, pero nada más lejos de la realidad. Al contrario, el flamenco ha vivido un proceso de transformación durante los últimos cuarenta años, desde la Transición, que ha supuesto varias revoluciones. Como las que van de pasar del misterio a la investigación científica, de la taberna al teatro, de ser coto cerrado masculino a la llegada de la mujer como voz autorizada. De considerarse el baile flamenco poco más que un adorno a elevarse a danza contemporánea en la que se aplaude todo. De estos asuntos y de la dificultad de abrirse camino hablan en la Bienal de Flamenco de Sevilla hoy y mañana una diversidad de voces femeninas en el ciclo «La crítica flamenca».

Cuando la hoy catedrática Cristina Cruces le planteó a su familia que iba a llevar sus investigaciones de antropología al flamenco y en particular a sus peñas, su familia le prevenía. «Hija, ten cuidadito, que ya sabes cómo es esa gente», le decían. La joven investigadora se rebelaba contra esa falsa creencia, la que condenaba al flamenco a admirársele desde el misterio y lo telúrico, casi lo tribal. «Es un arte que no tiene ni dos siglos y desde el primer minuto está arrastrando un estigma o un cliché que se vincula a un espacio cultural menor. Y relacionado con ámbitos de procacidad, de obscenidad, de mal gusto, de fiesta, de juerga, de navajas... Y yo pienso que es un objeto de estudio como lo puede ser la economía de Islandia. No puede condenársele a lo inexplicable, pero desde el mundo de la academia y la Universidad se lo miraba como una subcultura sin interés». Cuando Cruces comenzó sus investigaciones, «el flamenco era algo a lo que a lo que no te acercabas porque tenía toda esa carga asociada de folclorismo, falta de modernidad y de atraso, cuando, en realidad, es contemporáneo del impresionismo y tiene unas condiciones muy similares en términos de bohemia, artística y de lumpenización del arte», explica. Sin embargo, no fue esa la única reticencia que tuvo que vencer. Desde dentro del flamenco ella misma aparecía como sospechosa. «Se despreciaba y todavía se desprecia una mirada académica a su arte. Ya sabes, es el mundo de la cueva, el de la transmisión de padres a hijos y el ‘’aquí no penetra nada’'. Porque, ¿qué va a saber una que ha estudiado antropología lo que es el rasgo de una seguiriya? ¿Cómo vas a saber nada tú si no te has tomado un café con Camarón como yo?», ironiza Cruces, profesora de la Universidad de Sevilla y participante de la mesa en la Bienal. Desde el primer momento, notó la mirada masculina «paternalista y la actitud de reticencia». «Notas la sospecha, pero llega un momento en que el peso de los libros y los artículos científicos hablan por sí solos. Hoy, tenemos investigadores desde la elaboración de una suela específica de una plantilla para evitar lesiones en las bailaoras, hasta el análisis computacional de la música flamenca. Todavía hay un sector, no diré que sea mayoritario, que se permite despreciar públicamente sin ningún argumento la mirada académica sobre su arte. Defienden su bagaje, se autodemoninan los auténticos, pero te digo que hay gente que está haciendo investigación de calidad con tanta autenticidad como la del aficionado».

«Payaso de feria»

Rosalía Gómez ha sido la única directora de la Bienal de Flamenco de Sevilla en cuatro décadas. Lo fue en la edición más dura de su historia, con un recorte brutal de presupuesto. Y abrió camino en el campo de la crítica de espectáculos. «Yo provengo del mundo del teatro, y, cuando empecé a hacer crítica, todos los críticos de flamenco eran señores que sabían muchísimo de de teoría de cantes. Se sabían los 25.000 fandangos y la soleá de cada sitio. Pero, con todos mis respetos, no habían ido al teatro en la vida. Y mi primera pelea no fue por ser mujer, sino por el concepto que yo tenía de un espectáculo. Porque era normal ver a los artistas mal iluminados, mal situados, con esto arrugado y aquello torcido. Con pausas interminables... pero a los críticos de flamenco eso les daba igual. Incluso se jactaban de no apreciarlo», explica Gómez. «El flamenco ha sido un coto muy cerrado durante muchos años. Era un algo misterioso, para iniciados, y eso ha durado muchos años, ¿eh? Todavía hay gente que piensa que lo que hay ahora no es flamenco», dice esta crítica que tuvo que enfrentarse a desabridas protestas por programar a Israel Galván, al que llamaron «payaso de feria» o a Andrés Marín, dos figuras hoy indiscutibles. «El arte ha evolucionado, no se ha roto ni se ha abandonado. Los artistas de hoy son del siglo XXI y quieren expresar sus sentimientos y su sentir con formas del siglo XIX. Por eso está evolucionando mucho más rápidamente que la crítica». Recibió por aquello andanadas de machismo ligado a la falta de comprensión. «Hay otro factor, que es que yo no bebo porque no puedo y en la cultura flamenca antes estabas en la barra hasta las 3 de la mañana tomando vinos. Y eso yo nunca lo hice», explica. De la misma forma que ahora asiste a un cambio en el que las jóvenes críticas no tienen que enfrentarse (tanto) a la sospecha y la condescendencia, pero acarrean un teléfono desde el que escriben sin parar. «Esa es la nueva revolución a la que no me puedo subir. Los jóvenes están escuchando un cantaor y con la tablet o el teléfono escriben directamente porque lo importante no es escribir bien, sino salir los primeros. Yo le tengo un respeto al escenario bestial y necesito ver al artista y sentir, no concibo estar con el teléfono». A esa generación joven y precaria pertenece Sara Arguijo, que lo jugó todo por la profesión que amaba. «Sabía lo difícil que iba a ser. Me enfrentaba a una triple marginalidad que era la de dedicarme a un arte minoritario, la de ser mujer en un entorno masculino, y la de ser joven. A un hombre se le da más credibilidad que a nosotras, que se nos da una mirada condescendiente e infantil. A veces, dices las cosas en serio y los que están se sienten amenazados. Yo sabía que no iba a ser fácil».

Pasar al otro extremo: «Hoy se aplaude todo»

El proceso que ha vivido el flamenco incluso podría haberse pasado de frenada, como critica Rosalía Gómez, que ha visto cómo se ha pasado de hablar despectivamente de «dar taconazos» para referirse al baile flamenco a «aplaudirse cosas infumables como estoy viendo en los últimos tiempos». «A mí muchas veces me han dejado claro que no soy crítica de flamenco, sino de baile. Me lo decían críticos que tenían esa ambición de que se les reconociera así. Y mira por dónde, ahora todos los críticos quieren serlo de baile y empiezan a dar lecciones. Los mismos que menospreciaban ahora quieren estar ahí, y la consecuencia es que ahora se aplaude todo. Y me da mucha rabia, la verdad», lamenta. «Me he encontrado con el machismo pero más con el ego».