Carmen Linares y María Pagés: lo suyo es puro flamenco
Reciben este viernes el Premio Princesa de Asturias de las Artes y aprovechan la ocasión para reclamar un mayor reconocimiento institucional y social del género
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No hay nada más nuestro que el flamenco. Ese arte del zorongo y el zapateo, del «quejío» y dedos escarolados, del revuelo del mantón y la bulería. Pocas cosas las sentimos tan cerca y tan de todos como el legado de Camarón de la Isla, Paco de Lucía, la Niña de los Peines o la Argentinita. Y no se conmemora lo suficiente el centenario que deberíamos realzar este año, pues en 1922 Lorca y Falla abrieron las puertas del mundo al flamenco y lo exaltaran como merecía: como un arte de nivel, de proyección, de valor y a fomentar. La noche del 13 al 14 de junio de aquel año, el duende envolvió Granada con el mayor homenaje que se le haya hecho al cante jondo, así como puso el freno a la decadencia de lo que Lorca definió como «el tesoro artístico de toda una raza». Pues se trata de un arte que, aún con potencia y personalidad única, se enfrenta de manera casi patológica a no recibir todo el mérito que se merece. «El flamenco no está valorado lo suficiente, necesita más reconocimiento por parte de las instituciones. La pandemia ha sido tremenda, y aún habiendo artistas muy buenos les está costando un trabajo tremendo salir adelante. Debe haber mayor representación en teatros, en las programaciones, mucho más apoyo», explica Carmen Linares, una figura fundamental en este universo, a LA RAZÓN. Y coincide con María Pagés, quien también saca unos minutos entre bambalinas para atendernos, y reivindica que «en España, de donde el flamenco es autóctono, necesitamos reconocimiento institucional y social. Que la gente acoja este arte como propio, que lo valore». Ambas artistas, mujeres imprescindibles del flamenco, la primera con el cante, la segunda con la danza, hablan con este diario por vía telefónica y por separado, pero coinciden en esta reivindicación. Y qué mejor forma de difundirla, de dar voz a esa necesidad, que a través de un reconocimiento que podría ser el primero de muchos otros: reciben el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2022 este viernes, un galardón que realza cómo «la obra de Linares y Pagés ha ensanchado el cante y el baile desde el respeto por la tradición, apostando por ampliar sus cauces expresivos», falló el jurado.
Linares confiesa estar «nerviosa, pero también muy contenta», mientras que Pagés vive «un cúmulo de sensaciones. Más allá del reconocimiento personal, este premio es una gran responsabilidad. Y que sea a dos artistas, a dos mujeres flamencas, es ejemplar. La mujer está liderando muchísimos proyectos, está marcando el camino del flamenco, por lo que es justo que se le ponga en valor». Entre estas reivindicaciones, la bailaora habla de su terreno, y reclama que «la danza flamenca debe ser reconocida como otras disciplinas como la clásica o la contemporánea. En España, la música clásica tiene un lugar, el Auditorio Nacional, tiene una sede. Eso la danza flamenca no lo tiene, se habla siempre de proyectos que nunca se llegan a realizar, y eso es grave. ¿Se puede imaginar lo que cuesta poner en pie cualquier creación dancística y coreográfica en nuestro país?», plantea. Una situación que define como «torpe»: «Es una torpeza desaprovechar una riqueza enorme por no saber cómo posicionarla, por no tener un proyecto cultural. Vamos a hacer un plan, porque hay patrimonio, historia, talento y creadores».
Avanzar desde las raíces
También es tarea pendiente, según ambas artistas, la de facilitar el camino a las nuevas generaciones. Linares recuerda cómo «en la época que yo viví apenas te exigían nada. Estábamos dignificando el flamenco para que se conociera en todo el mundo, pero lo teníamos más fácil. Ahora hay mucha presión». En este sentido, su compañera de galardón advierte de «la increíble cantidad de artistas que se van al extranjero porque aquí no hay posibilidades. Es una pena, porque tenemos un valor cultural enorme y debemos alimentarlo, darle sustento, para que sea más grande y más estable».
Reciben, por tanto, este premio como lo que siempre han sido: mujeres y artistas insaciables, luchadoras, guerreras, con talento, con perspectiva y guiadas casi a ciegas por un intenso amor hacia el flamenco. Al ser un arte con tanta tradición, como todo aquello en la vida que se aferra a un pasado, cualquier cambio ha sido susceptible de contrarios y escépticos. Pero, finalmente, queda comprobado cómo el éxito y la huella perdurable ha residido en los que han innovado, los que han roto moldes y han llevado al flamenco por nuevos caminos, siempre respetando sus orígenes. Y ejemplo de ello son Linares y Pagés, tal y como el jurado resaltó al concederles el premio. «Son muy acertadas sus declaraciones, porque nosotras dependemos de nuestras raíces. Si no las tenemos, no sabemos dónde agarrarnos. Y eso es muy importante para luego poder evolucionar, porque el arte tiene que avanzar, es necesario y es sano», explica Linares, «debe haber una tradición para saber de dónde vienes y lo que estás haciendo, pero también debes vivir tu tiempo, ser tú misma para ser auténtica. No hay que tener miedo, porque condiciona mucho la vida y hace infeliz a muchas personas. Debemos ver el momento que nos toca vivir, ser consecuente y no anclarnos en el pasado, porque eso no es auténtico». Por su parte, asegura Pagés que «en la danza hemos tenido que romper muchos tabúes, porque en concreto la flamenca siempre ha estado rodeada de ese halo romántico, y reducida a él. Entonces, hay una falta de conocimiento, porque se intenta relacionar al intérprete que está en el escenario con un producto divino, de la magia del duende, pero en realidad detrás hay muchísimo trabajo, personas, dedicación y esfuerzo. Y eso se resiste a conocer para que no pierda el halo romántico del arte, lo que es peligroso».
No podríamos referirnos hoy al flamenco sin hablar de Linares y Pagés, y más si tenemos en cuenta que su arte está más vivo que nunca. Ambas llevan a sus espaldas trayectorias largas, lo que no les lleva a callar ni a parar los pies. «Yo no entendería mi vida sin cantar y sin estar en este arte, y yo también le he dado mucho al flamenco, le he dedicado mi vida entera», dice Linares. Mientras que Pagés piensa que su aportación ha sido «mi dedicación, mi forma de entender el flamenco de una manera seria, honesta y comprometida». Y ambas coinciden en que aún queda mucho por hacer. Eso sí, saboreando, disfrutando, «y estando siempre dispuesta a hacer cosas nuevas, no me duermo en los laureles», dice la cantaora, y Pagés agrega que «queda todavía mucho por hacer para seguir intentando dignificar esta profesión». Una pasión que casi podemos palpar, y cuyo principal atractivo reside en que el premio que ahora reciben, antes de tomarlo como algo propio, lo comparten. Con sus compañeros, con los que se fueron y los que vendrán. Con todos aquellos que hacen del flamenco una comunidad y que se encargan de que nunca se acabe el Jaleo.