Crítica de clásica

El pellizco del Quiroga

El Cuarteto Quiroga, en esta ocasión acompañados para la obra de Schubert, por el chelista Nicolas Alstaedt, se encuentra en un espléndido momento de forma

Una imagen de los integrantes que forman el Cuarteto Quiroga
Una imagen de los integrantes que forman el Cuarteto QuirogaElvira MegiasElvira Megías/CNDM

Obra: Beethoven y Schubert. Cuarteto Quiroga. Chelo: Nicolas Alstaedt. Sala de cámara. Madrid, 3-XI-2022.

Un concierto construido a partir de dos auténticas obras maestras, como son el “Cuarteto nº 11 en Fa menor op. 95″ de Beethoven y el “Quinteto en Do mayor D 956″ de Schubert, es algo muy serio. Estamos en lo más profundo de la mejor música de cámara. Si, partiendo de esa base, nos encontramos además con interpretaciones que no solo traducen las notas sino que ahondan en ellas, que las organizan, miden, regulan y proyectan de manera especialmente inspirada, nos podemos situar en el mejor de los mundos. Por eso este concierto fue un auténtico goce espiritual. El Cuarteto Quiroga -Aitor Hevia y Cibrán Sierra, violines, Josep Puchades, viola y Elena Poggio, chelo-, en esta ocasión acompañados, para la obra de Schubert, por el chelista Nicolas Alstaedt, se encuentra en un espléndido momento de forma y ha sabido penetrar de manera muy directa en los intríngulis de ambas composiciones.

El conjunto se muestra afinado y compacto, maleable y flexible, con admirables y medidos grados de regulación dinámica, del pianísimo más delicado, casi inaudible, al más fogoso y turbulento de los fortísimos. Sus cuatro componentes conforman un bloque unitario y, al tiempo, de notable transparencia de líneas. Agreste, casi agresivo, un pelín desajustado, fue el comienzo del Cuarteto beethoveniano, una de las obras más hoscas del compositor, trazado de un modo acre, casi expresionista, revelador de una fuerza expansiva y de una mirada al futuro. Todo cambió, tras ese chisporroteo inicial, en el casi espiritual “Allegretto ma non troppo”, una música casi irreal, con un grado de matización superior. Bien servidos los contrastes del “Allegro assai vivace” y bien balaceado el “Larghetto espressivo”. Adecuadamente desatacadas a continuación las aristas del “Allegro agitato” postrero. Coda enormemente virtuosa.

Luego vendría la ascensión a los cielos operada en el milagroso “Adagio” del Quinteto schubertiano, iniciado con el sutilísimo dibujo, desde la lejanía, del tema base, expuesto en un maravilloso pianísimo a lo largo de una casi fantasmal pintura desarrollada con extrema lentitud. Momentos de éxtasis solo quebrados por los agrestes “pizzicati” del segundo violonchelo. Como era de esperar, el contraste con el turbulento pasaje central fue violento. Luego, una transición casi eterna hacia el “Adagio” y bien medido crecimiento hacia la nueva exposición. Gran música, admirablemente dicha, planificada y cantada.

Previamente los Quiroga nos sumergieron en las profundidades insondables del inicial “Allegro ma non troppo”, elaborado con mil y un matices, con modélica resolución de los pasajes imitativos. Engarce instrumental perfecto, aun en momentos en los que la sonoridad no era confortable (quizá tampoco lo pretendiera el compositor). La desolación más absoluta reinó luego en el “Scherzo”, con un Trío escalofriante. Después, los Quiroga parecieron buscar la paz interior en el tan vienés, y tan engañoso, “Allegretto”. Toda la gracia aparente que más tarde se disuelve en el fragoroso desarrollo. Nos quedamos sin respiración. Afortunadamente, y a pesar de las aclamaciones, los cinco músicos no regalaron un bis.