En el cerebro del fenómeno fan: física y química
Psicólogos analizan qué resortes de nuestra mente y nuestras emociones se desencadenan detrás de las escenas de histeria
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La escena lleva décadas repitiéndose. Gritos de desesperación, aullidos suplicantes, manos en el rostro, histeria y angustia se suceden en un arrebato extático producido desde el interior. El fenómeno fan y sus locas reacciones es uno de los resortes más enigmáticos y fascinantes de la cultura popular, como hemos podido comprobar recientemente con la locura desatada por la gira de Taylor Swift, pero seguirá produciéndose en el futuro, como ha ocurrido antes, de Elvis a los Beatles o las «boy -bands». Pero ¿cuáles son los mecanismos psicológicos y químicos que los desatan? ¿Qué sucede dentro de la cabeza de los fans? Hablamos con algunos expertos para desentrañarlo.
La psicóloga María Padilla apunta a una suma de factores esenciales, que pueden variar según los casos y han variado con el tiempo, a medida que las mentalidades de la juventud cambian. Lo que hacía enloquecer a los adolescentes con Elvis no es necesariamente lo mismo que con Backstreet Boys, sino que hay una suma de elementos. De esta manera, la actual fiebre por Taylor Swift se explica según cuenta Padilla por «la conexión emocional que sienten hacia sus canciones quienes las escuchan. Ella conecta con sus seguidores compartiendo experiencias intensas que generan lazos y una palabra esencial: empatía. Los fans se identifican con las canciones, que reflejan emociones universales, como la alegría o el desamor», a través de una narración que se siente como real. Este es un mecanismo ancestral que hace que nos involucremos en una narración ajena y que ha permitido que los cuentos, mitos y leyendas pervivan hasta hoy. ¿Por qué se produce esta identificación del espectador o el oyente con la historia que recibe? Hay una razón fisiológica, como explica Padilla. Se trata de las neuronas espejo, un tipo especial de estas células que se activan al realizar una acción o bien al observar a una persona realizarla. «Permiten sentir lo que Taylor está sintiendo –explica Padilla–. Cuando ven su entusiasmo o su dolor, lo experimentan de forma directa». Estas neuronas están ubicadas en varias zonas del cerebro, asociadas con el procesamiento motor y sensorial y juegan un papel crucial en la comprensión de las acciones de los demás, la imitación y el aprendizaje social.
Para Enrique Jurado, coach y experto en inteligencia emocional, los elementos mencionados (la empatía y el aprendizaje social) juegan un papel clave, porque apuntan directamente a la construcción de la personalidad. «En la adolescencia, sustituimos los roles modelo de los padres por unos nuevos para construir nuestra identidad. Eso, en cierto modo, es positivo. Construyes tu mundo a base de declararte madrileño, murciano, de izquierdas, del Real Madrid o seguidor de Depeche Mode. Funcionas, literalmente, como un espejo de otros. Esas son las identidades que te moldean, que te permiten conectar con otras personas y proyectarte a ti mismo», explica.
Ese factor social (el individuo, recordemos no puede existir en sí mismo, sino que necesita de la existencia de otro individuo enfrente) se desencadena cuando vemos las imágenes más excesivas de los fans. Hablamos de la tribu. «Eso te da seguridad. Perteneces a algo. Y cuando formas parte de algo mayor el miedo se disipa, como la tristeza o el enfado», dice Jurado. Todo lo malo se pone en suspenso. Padilla abunda: «Ese efecto es muy fuerte en los conciertos, porque la comunidad crea un poderoso sentido de pertenencia y aceptación, elimina las inseguridades que esas personas individuales puedan tener en su cotidianeidad, sus problemas de amor propio. Con un factor añadido: hay una anticipación de los días previos, que, a veces, multiplica exponencialmente la liberación de dopamina y serotonina. Eso marca el ‘‘subidón’’ del concierto», dice la psicóloga.
Porque hemos llegado a un aspecto clave: la química. Al menos cuatro compuestos son los responsables de la locura del momento. La dopamina es el neurotransmisor de la recompensa y el placer. En presencia del ídolo, su liberación contribuye a la euforia. Junto a ella, está la adrenalina, que se desencadena cuando la anticipación del gran momento ha sido muy prolongada e intensa. En ese caso, actúa como potenciadora de la excitación y la energía. Entonces, sale a escena la serotonina, que está asociada al bienestar y la estabilidad emocional. «Una conexión emocional positiva con la música y la identificación con tu modelo musical completan experiencias compartidas con otros fans que aumentan los niveles de serotonina», dice Padilla. Y así es como llegamos a la oxitocina, llamada la «hormona del amor» o la «hormona del vínculo», que facilita la formación de lazos sociales y la confianza. «Durante los conciertos y otras experiencias compartidas, la liberación de oxitocina fomenta sentimientos de conexión y pertenencia entre los fans. Este neurotransmisor también fortalece la empatía y la cohesión grupal», añade esta experta. Todos esos «jugos», entre otros, generan lo que Jurado denomina la «euforia química». «El ser humano no puede aguantar eso mucho tiempo, es como cuando te enamoras. Elimina los defectos de la persona, se queda una alegría exponencial que dura unos meses y que va remitiendo, afortunadamente, porque el cuerpo no puede mantener esos niveles de oxitocina o cortisol. A veces son parecidos a los del miedo. Es una mezcla que provoca estas histerias, el griterío y todo eso. La consecuencia es que pierdes el raciocinio: la parte del neocortex, la más moderna del cerebro humano, abandona el control, tira la toalla. Es parte del proceso, es muy humano. Tenemos una parte emocional y otra química. Las emociones no es bueno apagarlas ni mantenerlas arriba demasiado tiempo», explica Jurado.
En «Starlust. Las fantasías secretas de los fans», el escritor Fred Vermorel recogía algunas de las locuras y delirios más alucinados de los admiradores: fantasías eróticas, pensamientos suicidas y todo tipo de chaladuras dignas de terapia. «Es que hay un funcionamiento similar a las estrategias de las sectas para anular la voluntad de los incautos, solo que, en este caso, por voluntad propia. Cuando eres adolescente, este comportamiento se puede entender, porque necesitas sentirte parte de algo, pero hay que incidir en que el proceso te debe llevar a madurar y separarte de esos ídolos o ideas. Por ejemplo, ser español o del Real Madrid te puede representar, pero no convertirse en tu mundo. Porque ahí aparece el problema. Cuando la sociedad se enraíza en eso, se polariza. Y en el camino de idealizar a un artista se puede cortar el desarrollo emocional propio. Hay que despegarse de esos referentes para madurar. Pero vivimos en una sociedad ciega o dormida que no sale de la adolescencia colectiva», apunta Jurado.
Como dice Enrique Jurado, en la sociedad actual nadie nos enseña a entender las emociones. «Son protagonistas de todo pero nadie nos explica para qué funcionan y por qué hay que saber manejarlas. Hoy en día vivimos en la sociedad de la tristeza y del cansancio. Estamos desconectados de nuestro amor propio y esa pérdida nos lleva a estar tristes continuamente. Así que necesitamos chutes de algo que pensamos que nos va a dar alegría, cosas que vengan de fuera a levantarnos. Cada uno elige lo suyo: deporte de aventura, la Champions, conciertos...», enumera este experto en inteligencia emocional. Quizá sea esa la explicación del auge actual de la música en directo. «Hay que abrazar la idea de que todo lo que necesitas está dentro de mí y conocer cómo funcionan mis pensamientos, emociones y mi identidad sabiendo que ninguna de esas cosas eres tú. Que se pueden cambiar, que se pueden utilizar. Pero tú eres otra cosa más profunda».