Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Julián Hernández: «No podemos ver los ochenta como un momento orgiástico de libertad»

El fundador de Siniestro Total analiza la actualidad musical y recuerda aquellos años sin censura
El cantante y fundador de Siniestro Total, Julián Hernández
El cantante y fundador de Siniestro Total, Julián HernándezDiego FernandezEFE

Madrid Creada:

Última actualización:

Fundaba Julián Hernández, allá por principios de los ochenta, el mítico grupo Siniestro Total. «Hacedor de canciones», como lo designó José Manuel Blecua cuando era director de la Real Academia. Influenciados por Ramones, Sex Pistols, los Clash o los Cucharada de Manolo Tena, sus referencias eran viscerales y subversivas. No cree que los discursos en la música ahora, los de las nuevas generaciones, del rap y el trap, sean más superficiales que entonces. «¿Realmente es tan banal o apolítico un mensaje “superficial”?», responde. «Cuando Rosalía dice “segundo es chingarte, lo primero es Dios” está mandando un mensaje claramente ideológico. Si a esto le añadimos la publicidad y ostentación obscena de marcas de lujo, estamos difundiendo consignas muy claras. A Fermín Muguruza se le acusó siempre de ser un “cantante político”, por ejemplo. Y claro que se le puede considerar como tal, siempre y cuando consideremos también a Julio Iglesias. Esta superficialidad no me parece tan inocente». Le deslumbraron en su momento por igual «el “Canto de los Adolescentes” de Stockhausen y el “God save the Queen” de los Sex Pistols», y, ahora que tiene casi toda la música al alcance de un clic, que «me puedo tragar del tirón media docena de sinfonías de Haydn por la mañana, y por la tarde, la discografía entera de Junior Kimbrough», sigue, igual que de chaval y en lo referente a la música, buscando «no cosas nuevas por el mero hecho de serlo, sino cosas deslumbrantes. El Maestro Reverendo me enseñó mucho al respecto de esto».
Con canciones como «Todos los ahorcados mueren empalmados», «Las tetas de mi novia», «Matar hippies en las Cíes», «Hoy voy a asesinarte», «Chochos voladores» («que la amiguita del picoleto del caso Mediador se apode “Chocho Volador” no puede ser casualidad, por más vueltas que le doy. La edad de los implicados los sitúa como probables conocedores de una canción de 1982. Vaya usted a saber quién de ellos puso ese mote. ¡Que les pregunte el juez!»), «Más vale ser punkie que maricón de playas» o «El sudaca nos ataca», un disco como aquellos parece imposible de publicar hoy en día, cuando el exceso de corrección política impone una nueva censura, una queda y ajena a los poderes habituales, pero efectiva en tanto en cuanto sirve también de aviso a navegantes. «¡Tan impublicables no serán, digo yo!», señala. «Los acabas de citar uno por uno sin omitir ni una palabra ni poner asteriscos». Y, efectivamente, lo hemos hecho. Pero claro que podemos citar el título de una canción de hace cuarenta años, solo faltaba, de un grupo de entonces. Otra cosa sería que alguien que empieza hoy (como Siniestro Total entonces) tuviera una oportunidad de prosperar, como la tuvieron ellos, en este momento y con esas letras. «Tampoco podemos ver los ochenta como un momento orgiástico de libertad y desenfreno», prosigue. «“Cuervo ingenuo”, la canción de Javier Krahe que le relegó a la lista negra del PSOE de Felipe González, es de 1986. “Me gusta ser una zorra”, el gran escándalo de Las Vulpes que acabó con el programa “Caja de ritmos” de Carlos Tena, es de 1983. En Radio Popular de Vigo los álbumes de Siniestro Total tenían trozos de cinta aislante sobre el vinilo para que no se radiaran determinadas canciones ya en 1982. Lo que nos ha pasado, lo que nos pasa, es que la justicia española se desmelenó en un momento dado admitiendo a trámite denuncias absurdas y se ensañó, precisamente, con las letras de las canciones, no así con los cómics, las novelas o las series de TV, donde puede pasar de todo sin que pase nada. Bueno, miento, se ensañó con canciones y cantantes y también con El Jueves y su portada de los entonces príncipes, con la Procesión del Santo Chumino Rebelde, con Títeres desde Abajo por su función La Bruja y don Cristóbal, con los tuits de César Strawberry... Entiendo que la justicia española tiene cosas más importantes que hacer que andar detrás de estas cosas: es una irresponsabilidad perder tiempo, dinero y recursos humanos en disparar al pianista. Nos quedamos con el término “corrección política” y lo vemos como un signo de nuestros tiempos», continúa, «pero creo que, si ampliamos el foco, vamos a dar con casos como el de los hermanos Grimm edulcorando, en sucesivas ediciones, los cuentos populares que recogieron. Transformaron sus propios contenidos ya en el siglo XIX para no ofender a la moral y dar “mejor ejemplo” a los pobres niños de la época. Lo increíble es que pase a estas alturas porque es una chorrada patética».
Cree el músico que el actual clima de polarización se debe a «no haber barrido la casa cuando la abandonó Franco tras el show. Simplemente, el hecho de que España ostente el récord compartido con Camboya de muertos en cunetas, fosas comunes y otros agujeros inmundos ya da una imagen muy poco edificante de puertas afuera y mantiene un guerracivilismo que subyace bajo este bipartidismo homologado con el entorno geopolítico». (España, nos sentimos en la obligación de apuntarlo aquí, no ostenta ningún récord de fosas en cunetas, ni lo comparte con Camboya ni con ningún otro país. Ha sido desmentido hasta la saciedad incluso por el autor del informe de 2014 de la ONU a quien se atribuye la cita).
En las redes sociales se lo toma «con calma». Llegó a ellas tras «una decena de años escribiendo una columna semanal en Faro de Vigo y en otras publicaciones. Y hasta que no tuve Facebook, no tuve casi ningún feedback de lo que decía. Puedo ponerme a debatir si la cosa es medianamente civilizada; si no, no merece la pena. Lo importante es pasarlo bien y no llevarse un golpe en la cabeza». Aunque reconoce que para algunos «puede que sean una manera tecnológica de eludir responsabilidades, como en la vieja turbamulta y la práctica del linchamiento. Multitud equivale a anonimato y anula la culpabilidad: “¿Quién mató al comendador? ¡Fuenteovejuna, señor!”. Las redes sociales son perfectas para eso».
Por Javier Menéndez Flores
En aquel pote bullía la basca más salvaje, lo mejorcito de cada casa. Sex Pistols y Bukowski. Ramones y Mortadelo y Filemón. Cucharada y Lenny Bruce. Los Clash y John Belushi. Tip y Coll y una ristra de playmates que brillaban más que el tesoro del rey Salomón. Sólo faltaban el Padre Abraham y sus pitufos pasados de vueltas, o acaso sí que estuviesen. Y en la cúspide de ese guiso tan loco, sentado en el trono, despatarradísimo, el ruido. Un ruido del copón, infernal. Porque a ver qué carallo es un siniestro total sin un estruendo también absoluto.
A través de la cortina de lluvia de Vigo, que era el zulo asfixiante del que había que huir a toda mecha para volver enseguida, Madrid se veía como el extrarradio esplendente en el que se estaba fundando una nueva era. Un paraíso libre de cadenas y habitado por multimillonarios en ganas de vivir. Las dos ciudades compartían el amor hasta la tumba por los bares y la adoración por la noche, y entre una movida y otra, oye, se formó tremendo movidón. Decir que aquellos chicos con nombre de vehículo para el desguace eran unos cachondos y ya, es una simplificación inaceptable. Porque eso estaba ahí, claro, por toneladas, pero había mucho más. Había, y las más de cuatro décadas de viaje y un porrón de discos así lo atestiguan, un impulso por la música y la palabra que sólo late con fuerza en las sienes de los músicos de vocación. Y eso les hizo crecer, año tras año, como atletas de la cosa.
De ellos aprendimos lecciones impagables. Que si nos sobreviene una invasión de grandes chochos voladores, les arrojamos un condón y fin de la historia. Y que si hay que matar hippies en las islas Cíes con saña de asesino en serie, pues adelante. Es Galicia, estúpido. La Galicia caníbal, que cantaban aquellos colegas tan tronados como ellos. Tierra del polbo á feira y de Sito Miñanco. Del albariño y del EGPGC. De Adolfo Domínguez, Zara y Papuchi Iglesias. Del Pazo de Meirás y las chabolas de Cabral. De doña Rosalía y doña Emilia. De don Ramón María y don Camilo José. De la Torre de Hércules y la catedral de Compostela. De pescadores y gaiteros y trotamundos sin freno. De las Rias Baixas y del mar de tus ojos. La única, la incomparable. Miña terra galega, ay. Allí donde Alabama y esa morriña que estruja el alma se engastaron como la piedra preciosa al colorao.
Y cuando Julián Hernández, madrileñovigués del Madison Square Garden esquina Wembley Arena, se subía a un escenario, aquello era como el tiroteo final de «Grupo salvaje». Sangre semejante ha de tener algo que ver con el sur, y me juego una Estrella Galicia helada a que antepasados habrá en su árbol genealógico que así lo constaten. El punk y el rock son ese tsunami que resuena en los oídos pero estalla en el hipotálamo. Johnny Rotten eructándole a la Corona británica con su «no hay futuro». Paul Simonon reventando su bajo contra el suelo del escenario del New York Palladium. Manolo Tena vestido de monja como una epifanía de la ola de cambio imparable.
Un día te sale la primera cana en el corazón, otro se baja el telón para siempre y otro caes en la cuenta de los muchos entierros a los que has acudido. Y piensas que ojalá Germán pudiera mirar aún a los ojos de la gente, aunque no quisiera.
Qué lío de conciertos, de giras, de bares que eran siempre el mismo. Qué hermoso desastre aquellos años que vivimos peligrosamente y qué colisión tan placentera. Pero lo volvería a hacer. Volvería a chocar. Desobedecería a ese fascista semáforo en rojo de nuevo, seguro.