Pearl Jam ponen Mad Cool patas arriba
El grupo de Eddie Vedder ofrece un concierto memorable en la segunda jornada del festival madrileño
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Llegaban a Madrid después de haber espantado el peor de sus presagios. Pearl Jam se presentaban ante una enorme masa de aficionados en Mad Cool (y con nutrido catálogo de camisetas identificativas) sólo unos días después de haber revelado que la misteriosa enfermedad que había obligado a Eddie Vedder a suspender tres conciertos en las fechas previas era algo más serio de lo que esperaban. "Fue una experiencia cercana a la muerte", había reconocido con su proverbial optimismo el cantante y compositor de la banda de Seattle. "Llegó a ser aterrador. Parecía una bronquitis. Parecía que no podía respirar y que no sobreviviría a la noche, que tendría que ir al hospital y que...", relató Vedder sobre el escenario de Barcelona unos días antes. En Mad Cool demostraron que, quien canta, sus males espanta. Los estadounidenses, con 15 minutos de dramático retraso, exorcizaron cualquier mal con un espectáculo catártico, realmente memorable.
En el fondo, Pearl Jam nunca han sido un grupo de "carpe diem", sino más bien de "memento mori". No es el optimismo ni la alegría de vivir lo que caracterizan sus canciones, como no lo eran en general las de sus coetáneos de la escena "grunge" del noroeste de Estados Unidos, recordemos los finales trágicos de Kurt Cobain (Nirvana) y Chris Cornell (Soundgarden). Sin embargo, Vedder se ha dulcificado en no pocos aspectos. Una vez se declaró en guerra con Ticketmaster y ahora hace mutis por el foro cuando sus entradas de Barcelona se vendían por esta compañía a 165 euros. Tampoco el Eddie de hace 20 años habría aceptado aquello de una "primera clase" o "golden ring" para una parte de los fans, pero bueno, quién no ha cambiado de principios alguna vez.
Lo que no se puede decir que haya perdido su magia es el repertorio de Pearl Jam, que logra que la épica y la grandilocuencia resuenen íntimas y que el grito primario de rabia social suene a confesión personal. Sus temas, no pocas veces crudos alegatos contra el sistema (aunque otra cosa sea beneficiarse de él) se envuelven del estilo vocal de su carismático cantante. También tiene Vedder un punto mesiánico indiscutible que te obliga a elegir si te encanta o te amuerma. Sin embargo, su paso por Madrid en absoluto fue una noche circunspecta ni atormentada sino cargada de emoción liberadora. Un concierto musculado, proteico, colosal. Con la oscuridad curativa como paleta de color predilecta, la banda sonó espectacular, rebosante de crudeza y vitalidad.
Vedder cargó el verso cuando tocaba y se mostró simpático, luchando con el español. Se ha dulcificado, como decíamos arriba, también en positivo, no solo en lo que al capital respecta. Atinó primero a decir “bienvenidos”, leyendo un papel, no con poco esfuerzo. “¿Cómo estáis? No os veo muy bien, os veo fantásticos, súper bien. Qué bonita noche en esta ciudad, este país donde pasan cosas magníficas. Brindo por vosotros, por este festival y para tener bendiciones esta noche”, dijo blandiendo una botella de vino. No fue la única vez que puso todo lo que pudo de su parte proclamando ante la chuleta que su español “es la mierda”.
Las intervenciones de Vedder, su carisma, su simpatía, enamoraron. Celebró “la luna de España”, también a “su amigo” Javier Bardem. Pidió un “Cumpleaños feliz” a capella para unos amigos en California. Pero lo que dejó completamente ojiplático al personal fue la dedicatoria a “uno de mis héroes”. “Estoy feliz de poder llamarlo amigo”, dijo Vedder cuando todos pensábamos, no sé, en Neil Young o en Mookie Blaylock en persona. Pero no. Dijo: “Miguel Ríos. No se puede encontrar a un hombre mejor”. Y no le faltaba razón, pero la línea de puntos entre una y otra estrella seguimos sin resolverla todavía.
Y, pese a que la selección del repertorio pudiese dejar insatisfecho a más de uno, ahí estaban “Do The Evolution” y sí, claro, “Alive” que permitieron gritar, especialmente al propio Vedder tras ver de cerca a la parca, que estamos vivos, al menos, de momento. Así que carpe diem.
Varias horas antes, en la tarde, Michael Kiwanuka había enamorado con su infinita dulzura y un concierto delicadísimo que el público más madrugador vivió como un arrullo. Para quienes buscaban otras emociones, estaban los suecos Mando Diao, sometidos a la tortura del sol del atardecer clavado en sus gafas negras. Sexy rock & roll que luchó incluso con un inesperado viento de cara y que cerró con la evidencia: “Dance With Somebody”. Y los suecos desearon fortuna a España contra la pérfida Albión, en la suerte futbolística, antes de irse. Precisamente de aquellas islas innombrables proceden Keane, quienes, justo antes del gran reclamo de la noche, se confirmaron como la definición de placer culpable. Son ese grupo que no mola decir que molan, pero, si a veces son irresistibles, ¿qué hacemos? En español decimos tararear. Sus melodías pop enternecieron y divirtieron a partes iguales.
La primera jornada de Mad Cool había dejado una enorme sensación de alivio. Dentro del recinto del festival, todo funcionó como la seda también en la segunda, con una afluencia de público superior. Las necesidades básicas, ese mínimo común múltiplo que se le exige a un evento de estas características, pasaban desapercibidas. Accesos, aseos y restauración cumplían su propósito eficazmente y, por fin, los 58.000 asistentes al macroevento pudieron centrarse en lo importante, la música (aunque, de nuevo, algo no cuadra con las cifras de asistencia oficiales que facilita el festival: la diferencia oficial de asistentes era de 1.000 personas, según datos publicados por EFE, pero la sensación era abrumadoramente superior). Además, conviene decirlo, la producción musical ha sido, durante las dos jornadas, más que aceptable: el sonido en todos los escenarios fue notable incluso a cierta distancia. Aunque, claro, cada uno habrá tenido una experiencia distinta en este sentido. El cuidado de los detalles se apreciaba en el escenario The Loop, eso que de toda la vida se conocía como "carpa dance", ofrecía actuaciones refrigeradas por una decena de potentes chorros de aire acondicionado que hacían de la inmensa lona una nevera. Así, sí, desde luego. El esfuerzo por mejorar se ha notado y es menester que se reconozca. Ojalá que esta sea la línea en el futuro.