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Selvático Animal
Shuarma (Elefantes): «El abanico español es tan rico que te permite un aprendizaje infinito»
Tras celebrar con una gira sus tres décadas de vida, el grupo catalán prepara la del 25 aniversario de «Azul», el disco que les dio a conocer

Cuando en el último mes de 2005, tras una década de carrera, los miembros de Elefantes decidieron que hasta ahí había llegado aquella aventura conjunta, emitieron un comunicado rotundo: se habían vaciado, tocado fondo. Ocho años después volvieron e hicieron declaraciones del tipo: «Los grupos no deberían separarse nunca». Pasaron, en fin, de la pérdida de la fe a tener una epifanía, de un extremo al otro, algo muy radical, como confirma su vocalista y compositor, Shuarma (alias de Juan Manuel Álvarez Puig), barcelonés de 1972: «Sencillamente se nos agotaron las pilas –resume–. Y creo, también, como bien has dicho, que nosotros somos de todo o nada. Si hubiéramos sido un poco más pausados y tranquilos, en lugar de haber apretado el “stop” tendríamos que haber apretado el “pause” y tomarnos un tiempo. Pero las medias tintas nunca han ido con nosotros y, si parábamos, parábamos para siempre». Acaban de celebrar su 30 aniversario de vida y ahora vuelven a sumergirse en la celebración con «Azul», el disco que les sacó del anonimato y del que se han cumplido 25 años, y con el que planean una gira. ¿Se reconocen absolutamente en un trabajo de hace un cuarto de siglo? «Sí –responde en el acto–, me veo totalmente reflejado, hoy, en ese disco, aunque es verdad que es la voz y la mirada de un chico de 25 años. Más sencilla, pero también más atrevida. Esas canciones marcaron todo lo que vino después. En ese disco florece el equilibrio que siempre hemos buscado entre toda la música que llevamos dentro, la canción melódica española, el pasodoble, el flamenco, la rumba catalana…, todo eso que, geográfica y culturalmente hablando, nos pertenece, y la música que nos llegó de fuera, desde Inglaterra, Francia, Estados Unidos. Y en “Azul” plantamos la semilla de eso, que luego esa ha sido una característica en nuestra carrera, y empezamos a cantarle a Bambino, por ejemplo, en el 2000, cuando estaba mal visto. Cantar –prosigue– una canción de Manuel Alejandro en el 2000 no era lo “cool” que es ahora, pero hemos sido bastante impermeables a la opinión ajena. Esa es una de las cosas que más me enorgullece de nuestra forma de hacer música, que nunca hemos tenido prejuicios. Cuanto más libre sea tu mirada, más puedes profundizar en tu trabajo. Yo puedo escuchar desde Nick Cave hasta las Spice Girls, es que me da igual. Lo que me llega, me llega, no lo controlo yo».
Bunbury, eterna gratitud
Bunbury apostó por ellos, precisamente, con el lanzamiento del disco que ahora celebran, «Azul», cuya producción asumió. ¿Hasta qué punto es culpable el artista zaragozano de que esta entrevista esté teniendo lugar, cuán decisivo fue en la propulsión del grupo? «Siempre he tenido la sensación, aunque suene un poco mal y depende de cómo lo escribas va a ir o no en mi contra, de que nos iba a ir bien como grupo. Es solo una sensación, pero es que la implicación que hemos tenido con nuestra música ha sido muy profunda y muy… necesaria. Y eso, al final, florece por algún lado. Dicho este ejercicio de antihumildad, pero sincero, Enrique [Bunbury] fue capital. Cuando tocábamos, en el concierto en el que más gente había eran diez personas. Llevábamos cinco años así y nos daba igual porque lo flipábamos, era una necesidad. Pero nos vino a ver Enrique, se enamoró de la banda y, a partir de ahí, nos produjo un disco con medios, fuimos a buenos estudios, tuvimos los mejores ingenieros, el mejor equipo. Pasamos a tener un mánager, fundamental para una banda, y nos llevó de gira por España, Estados Unidos y México. Y de la mano de uno de los músicos con mayor credibilidad del país, aunque él estaba en un momento muy delicado. Eso –continúa– nos lo dio todo, nos permitió enseñar lo que hacíamos. Y entre esa fe ciega que teníamos en nosotros y la oportunidad que nos dio Enrique, y el puntito de talento que podamos tener, nos hicimos una banda fuerte, con músculo, y por fin pudimos llevar a cabo lo que teníamos en la cabeza. Eso se lo debemos a Enrique Bunbury. Nuestro agradecimiento nunca va a ser suficiente, es eterno».
Desde el principio, Elefantes eligió el español como lengua. ¿Cantar en español es, de entrada, tener vocación internacional? «[Largo silencio] Con este tema tengo un conflicto –reflexiona–. Soy catalán, de Barcelona, de padre vasco y madre catalana, y soy un adorador de mi ciudad, de su cultura y de Cataluña. Y de España también. He leído mucho en catalán, he escuchado mucha música en catalán y mi lengua materna es el catalán, y siento un vínculo obvio, muy fuerte, hacia el catalán. Además, me parece una lengua divina. Y siempre he tenido un conflicto porque no sé muy bien por qué razón, ni pretendo saberlo, necesité cantar en castellano. No sé si fue por llegar a más público, puede ser. No sé si fue porque el abanico español es tan rico que proporciona más flores distintas y te permite un aprendizaje infinito. No estoy diciendo que el catalán no lo tenga, pero al español le juntas todas las formas de lugares distintos del mundo que lo enriquecen y es una locura absoluta porque te lo permite todo. No sé por qué, pero algo me llevó a hacerlo en español y estoy feliz con esa decisión. Ya no tengo conflicto, porque también estoy escribiendo muchas cosas en catalán que no necesito sacar para disfrutarlas. Pero la lengua en la que he trabajado, y con la que siento que me manejo mejor, es el español, el castellano. Y tiene una mayor recompensa porque cuando viajamos a México, por ejemplo, nos viene a ver un montón de gente y el idioma es el que te abre la puerta a eso».
La política cierra la conversación. El descontento con los políticos es algo generalizado, ¿han dejado de representarnos? «Creo que en la política ha dejado de haber humanidad –afirma–. Y cuando se pierde eso, se pierde la espina dorsal de lo que es la política, que es gestionar la sociedad. Cuando no prevalece el aspecto humano es imposible que la gente se vea cuidada, abrazada y escuchada por sus políticos. Los partidos políticos son como empresas y estas tienen objetivos que cumplir y están por encima de la ética, las personas y de los mismos políticos. Porque creo que los políticos sufren como locos, porque formar parte de todo eso tiene que ser un drama. Pero es un buque y una forma de hacer, imparable, en la que no hay forma de bajar. Le veo una mala solución. La política es como un platillo volante que está encima de nosotros. Nosotros no les entendemos a ellos y ellos no nos entienden a nosotros, y puede pasar cualquier cosa», concluye.
Fuerza y memoria
Por Javier Menéndez Flores
Entre el Ensanche y el Borne cabían todos los sueños del mundo. Allí, en ese territorio sin contornos ni leyes, aprendiste a burlar la realidad, a poner patas arriba la razón, a encontrarte en los objetos más pequeños. Por eso levitaste la primera vez que le escuchaste cantar a Sisa que cualquier noche puede salir el sol y reconociste en él a un hermano, porque tú eso ya lo habías vivido absolutamente.
Ante la muralla romana, ese póster que guardabas fuera de casa, el juego consistía en proyectar aventuras que siempre protagonizaba alguien que tenía tu rostro. Y en Santa María del Mar te hiciste devoto del amor al arte y siervo de esas emociones que te propulsaban o te dejaban clavado al suelo. Y así, con una bota en la modernidad y la otra en la bohemia, como un vampiro que nunca se saciaba por mucho que cazase, fuiste haciendo camino.
Qué insolentes aquellos jóvenes que fuisteis, qué presuntuosos, qué osados. Los ensayos primeros eran como repetir cada día la liturgia de vuestra propia boda: había que ir bien maqueado –un respeto, oiga– y qué intensidad en cada nota, en cada verso, dentro de aquel local en el que a duras penas entraban los instrumentos y que a vosotros os parecía el Wembley Arena o el Palau Sant Jordi. Y qué más daba cuántas personas os fueran a ver, Juanma, si lo único importante era compartir lo que habías cocinado en soledad, sacar de ti todo un mundo y observar las reacciones igual que quien ve alejarse un globo cielo arriba.
Los prejuicios son una venda en los ojos de la imaginación, un bozal en la boca de la imaginación, unos tapones para los oídos de la imaginación. Y las cosas en apariencia frágiles a veces se revelan como las más poderosas, igual que hay grietas por las que se puede colar un elefante. Con ese líquido mestizo se han regado vuestros pies y en todos los géneros habéis encontrado respuestas y estímulos y puntos de apoyo para seguir creciendo.
Y cada vez que Miguel sostiene que el corazón que a Triana va nunca volverá, no sabes por qué razón se te empaña la mirada y te entra una sed feroz. Y cuando Rigoberta Bandini confiesa que el mundo le da el mismo miedo que a los nueve años, algo se te rompe cerca del corazón o en el corazón mismo. Menos mal que Dylan está ahí para curar cualquier herida, un bálsamo que nunca falla y al que los años le han otorgado mayor magisterio aún. Y aunque ahora al fin le entiendes, cuando no sabías qué decía el efecto era casi idéntico porque se te metía en el cuerpo como un demonio bueno, si es que tal cosa existe.
Si cierras los ojos la imagen que prevalece es la de aquellos benditos edificios modernistas custodiados por un ejército de árboles, bajo el sol de una primavera que podía asaltarte en cualquier estación del año. Esa instantánea es tu patria y aquel olor, a tantísimo por vivir, tu sola bandera. Y cuando vienen mal dadas te refugias en la llama doble de Octavio porque sabes que ese es el cuartel general del amor y la libertad. Y si algún día la cosa se pone fea y llueve cuarenta días y cincuenta noches siempre te quedarán los cafés de París, los bares de Madrid y el recuerdo de aquel día en Burkina Faso en el que sentiste que tus palabras habían superado a la mejor de tus canciones.
En tu cabeza refulgen azules que admiten verdes y rojos y amarillos y negros; fruslerías que te ayudan a seguir volando: «Just can’t get enough», «The times they are a-changin’», «Elixir de juventud», «Camino Soria», «Ne me quitte pas». Tu mayor tesoro quizá sea haber aprendido que hay que andar lento y con paso seguro, mirar siempre a los ojos, tomar un buen trago de aire antes de ceder a la tentación del abandono, reír justo después de llorar. Lo tuyo, lo vuestro, se resume en apenas dos palabras: fuerza y memoria.
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