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La nueva historia de la Gran Armada

El hispanista Geoffrey Parker, junto a Colin Martin, amplían su clásico sobre la Invencible con nueva documentación, datos y un capítulo especial: la «Contra Armada inglesa», que fue derrotada en España
'Destrucción de la Armada Invencible', de José Gartner de la Peña (1892)
'Destrucción de la Armada Invencible', de José Gartner de la Peña (1892)Museo del Prado
La Razón

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«The Armada», en mayúscula y referida a la de 1588, ha venido siendo en Gran Bretaña un hecho histórico sobre el que se ha cimentado lo esencial de la nación, hito de su devenir y espejo de su idiosincrasia. Es un tema popular y conocido que hasta su propia denominación, tan resumida, ha pasado, sin más, a su propio léxico. En España, «armada» es un término genérico, sinónimo de «escuadra» aplicable a cualquier agrupación de barcos de guerra en cualquier momento histórico. Entre nosotros, para referirnos a la que se organizó, más para destronar a Isabel I Tudor, su entorno, su iglesia personal y su comercio ultramarino, que para «conquistar» el reino inglés, empleamos un apelativo añadido, un «alias» malinterpretado, el de «Invencible», que aplicó, pero no supo explicar, Cesáreo Fernández-Duro. Expresión retórica de un deseo ferviente contemporáneo y nunca de una denominación concreta que fue recogida con particular regocijo por los herederos culturales hoy de los salvados «in extremis» –por cuestión de horas– de ayer, reconvertidos en inevitables vencedores aunque solo fuera por lo que tenía el hecho histórico de romántico y de pragmático, que no siempre se oponen ambos adjetivos.
En el extenso mundo anglosajón, culturalmente inglés, «The Armada» –la armada por antonomasia– ha sido un momento estelar que a lo largo del tiempo ha ido adquiriendo las indeseables adherencias en lo ético, en lo social y en lo científico, de quienes, en todas las épocas, han querido ver en él la manifestación más espectacular de una supuesta superioridad general: moral, cultural, industrial, militar, e incluso étnica, por no decir claramente racial, propias, tan inadmisibles las de entonces como felizmente superadas hoy. Parker y Martin, los autores de la obra que nos relaciona, queridos lectores, afirman en su introducción: «En aquel momento nadie podía predecir el resultado y no es necesario denigrar a España por no haber logrado sus objetivos, como tampoco hay que atribuir la liberación de Inglaterra a su superioridad innata». Felipe, «el déspota ambicioso», frente a «Gloriana», Isabel, «adalid de libertades»; el Goliath español y el David inglés ayudado por la Providencia; el ingenioso Drake y el torpe y pacato Medina Sidonia... estos y otros apelativos se usaron como banderas populistas. Fue un fracaso español sin precedentes, sí, pero que tampoco serviría de experiencia aleccionadora para el otro bando.
En España hemos vivido demasiado tiempo de espaldas a los detalles menos agradables, aliviados con la versión resumida al extremo que achacaba a los malos vientos lo que estuvo a punto de realizarse. Tal vez por ello y como ha señalado Patrick Williams (2000), hasta hace muy poco la historia de la Armada ha sido una historia anglosajona. En el Reino Unido incluso la mitificación más burda y detectable a este respecto ha venido resultando útil para sucesivos momentos de crisis nacional y también para otros de mero jolgorio conmemorativo local y bullicioso. Es decir, lo mismo que sucedía en nuestra patria con victorias, reales o míticas, de otros momentos y ámbitos. Actitudes excusables, excepto por lo que respecta a los cultivadores de la ciencia histórica, jurados analistas bajo un prisma de objetividad.
Los historiadores tradicionales se preocuparon más por difundir su versión entre sus connacionales que por contrastar fuentes rivales, especialmente en aquellas obras con aspiraciones enciclopédicas que parecían imponer unas conclusiones conservadoras y sicológicamente motivadoras de consumo interno. Hemos vivido durante décadas del legado de Fernández Duro, esfuerzo ejemplar basado en la investigación, recopilación y copia documental de sus colegas marinos y predecesores, Navarrete y Sanz de Barutell, lo que era en sí un gran paso. Herrera Oria y el duque de Maura ampliaron notablemente el espectro, pero sin agotarlo, sin salir de fuentes españolas ni librarse del todo de condescendencias tradicionales carentes de verificación.
En los países anglosajones no se ha sentido necesidad de revisión y ampliación de conocimiento sobre este tema, desde el confort de un hecho histórico favorable y de la existencia previa de un grupo de historias generales, e incluso de buenas monografías –de Hume, Corbett, Laughton, Elliott, Froude, Lewis o Williamson– que también prefirieron ocuparse en ampliar la información disponible a pararse a desmitificar. Como Martin y Parker señalan en todas sus ediciones en las que alternan el orden de titularidad: «La historia se sostiene por sí misma y los únicos pasados que han de olvidarse son los mitos». Tanto en Gran Bretaña como en España y en otras partes había material suficiente para llegar más allá, como se demostraría con los resultados con motivo del chispazo de una efeméride ocurrida en una época más objetiva y libre de connotaciones nacionalistas y de condicionamientos emocionales previos, tiempos de relación académica y de intercambio de conocimientos casi universal.
Los preparativos y las consecuencias de la celebración en 1988 del IV Centenario de los acontecimientos abrieron la puerta a nuevas investigaciones, consideraciones y debates sobre lo documental conocido y lo que, ya en goteo, iba apareciendo, así como a las aportaciones de la arqueología, especialmente, la subacuática, y otras ciencias aplicadas sobre temas más concretos pero también esclarecedores. Nuevas muletas y andamios para una generación desacomplejada y libre de clichés y de estereotipos. Larga es la lista de las aportaciones y publicaciones en que se encuadran en forma equilibrada angloparlantes e hispanoparlantes, intérpretes duchos en ambas lenguas y buenos conocedores de ambas culturas.
En este esfuerzo contextuado y muy interrelacionado se publicó la primera versión de 1988 de «The Spanish Armada», obra capital del tándem formado, también por primera vez, por un profesor en Historia y un arqueólogo: Geoffrey Parker y Colin Martin. Causó sensación por su rigor, por la forma atractiva y literaria de exponer a la que no estamos muy acostumbrados los que nos dedicamos a este oficio, y también por su oportunidad. Un enfoque racional y didáctico hasta en los detalles aparentemente menores –retratos psicológicos, descripción de buques, de vida y de sensaciones a bordo– que adquirían relevancia a la luz de una interpretación meditada y acertada. Las siguientes ediciones, de 2002 y 2009, supusieron sendas mejoras, especialmente esta última que amplió la documentación recogida y adaptó su repercusión en la interpretación general, aunque disponiendo del escaso material arqueológico que se tenía. Esta edición pudo beneficiarse de la publicación por parte de la Armada Española de los primeros tres volúmenes de los diez dirigidos por el contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro: «La batalla del Mar Océano, 1568-1604», de la que todos los historiadores de esta temática somos deudores.
La presente edición incluye nuevos documentos y muchas de las aportaciones más novedosas. El resto de los volúmenes de «La batalla del Mar Océano», las actas de la conferencia internacional celebrada en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena en 2019 y los últimos hallazgos de pecios en Irlanda complementan una obra que, impresa siete lustros después de la primera bajo el subtítulo de «Una nueva historia», supone, como se ha difundido acertadamente, un torrente de investigación y referencias que da como resultado un estudio general que no podrá ser superado en mucho tiempo, aunque se reconozca superable. Su mayor innovación respecto a las anteriores es la de incluir un capítulo dedicado a la igualmente desafortunada «Contra Armada» inglesa de 1589. Ambas expediciones probaron, como había señalado Lynch, que tanto Inglaterra como la península Ibérica resultaban objetivos fundamentalmente inviolables. De fuente documental e inspiradora había servido la citada conferencia cartagenera «La Armada española de 1588 y la Contraarmada inglesa de 1589». Una estructura capitular diferente y acomodada a las novedades y apoyos a la comprensión en forma de tablas y recapitulaciones, así como un notable epílogo, auguran nuevos logros e invitan en mayor medida a su lectura. ¡Bienvenido sea un libro que concita ya tan gran consenso!