El oráculo de Ifá: un eco del dios Apolo en el corazón de Nigeria
Millones de personas pertenecientes a la etnia yoruba acuden a este oráculo para conocer su futuro y poner su destino en manos de sus dioses
Ogún Creada:
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“El oráculo de Ifá me salvó la vida hace cuatro años. Fue cuando tenía planeado ir a Abuya desde Lagos, era un viaje normal que había hecho muchas veces pero algo dentro de mí me decía, alerta, ten cuidado, y vine a visitar al oráculo para preguntarle si debía ir a Abuya o quedarme en casa. El oráculo dijo que, si iba a Abuya, volvería a casa, pero que mi cuerpo lo traerían otros a cuestas. Por eso decidí quedarme en Lagos. ¿Y sabes qué? El coche en el que iba a viajar salió sin mí y tuvo un accidente, y todos los que había dentro murieron de camino a Abuya. Sí, es así, es verdad, no es magia. El oráculo me salvó la vida”.
El testimonio de Yusuf, un joven nigeriano de 30 años perteneciente a la etnia yoruba, despierta interés al periodista e incredulidad al europeo. Según confirman él y sus amigos, el oráculo del dios Ifa pocas veces falla, si es que llega a fallar en alguna ocasión, y merece la pena escuchar lo que tenga que decirte si quieres que la vida y la buena fortuna vayan de tu lado. Yusuf reza cinco veces al día y acude a la mezquita todos los viernes, cumple los preceptos del islam y se diría un musulmán de manual, y sin embargo mira al sacerdote de Ifá con una admiración que trasciende lo cultural, hasta que esa mirada atraviesa las fronteras de la fe y encaja con las palabras que pronuncia a continuación: “Todos aquí somos musulmanes o cristianos, eso no importa, porque en el fondo los nigerianos creemos en nuestros dioses, los yoruba creemos en nuestros propios dioses más allá de las religiones monoteístas que trajeron de fuera”.
Sus amigos lo confirman. Yusuf, por ejemplo, adora como deidad principal a Orunmila, dios de la adivinación representado a través del oráculo de Ifá (de una forma que recuerda a cómo Apolo se comunicaba con el oráculo griego de Delfos); su amigo Mamadou, un hombre fuerte y callado que corrobora cada palabra que diga Yusuf, adora en contrapartida al poderoso Ogun, el que perfora, dios de la guerra y del hierro que nació del cuerpo de Yemayá. Ambos son musulmanes, puede ser, pero también se identifican como tradicionalistas, siendo dos ejemplos más de entre los millones de africanos que profesan la doble religión sin considerarlo incongruente.
La reunión con Yusuf y sus amigos se está llevando a cabo en la morada de un conocido sacerdote de Ifá en el estado de Ogún, y merece la pena resaltar que un estado nigeriano comparte nombre con una deidad yoruba, para así comprender hasta qué punto salpican las creencias tradicionales a la configuración política y social de esta enorme nación africana. Y saber que todos se inclinaron como muestra de respeto al saludar al sacerdote, que besaron su mano y se dirigen a él con un tono respetuoso que no conceden siquiera a sus propios políticos.
El sacerdote, un hombre menudo que rechaza comunicarse en otra lengua que no sea el yoruba (aunque habla el inglés sin dificultades), se sienta en un amplio sofá desde donde pueda dirigirse a los congregados. Es tajante en su mensaje, aunque lo expresa con una sonrisa: “Lo que dice el oráculo debe hacerse”. Su función consiste en interpretar los signos que envían los 240 odu, deidades espirituales cuyos secretos sólo conocen los sacerdotes Ifá. Por ejemplo, al nacer un niño, “los padres lo llevan al oráculo para que sea éste quien decida el futuro camino que deberá recorrer el recién nacido”. Si el oráculo dice que tal niño será soldado y tal niña será costurera, los padres enfocarán la educación de la criatura en la dirección especificada, sin dudas.
Existe una fuerte creencia en el oráculo dentro de la sociedad yoruba, una creencia que alcanza incluso a la clase política. El sacerdote recuerda la vez que los separatistas yoruba (que desean la configuración de una nación independiente a Nigeria) acudieron en tropel a consultarle sobre su futuro, momento en que el oráculo dijo que “la única manera de alcanzar el desarrollo económico entre los yoruba es a través de la independencia”. Desde entonces, movimientos secesionistas como los Yoruba Nation Agitators se aferran al oráculo de Ifá para dar consistencia a sus ideas frente a las reticencias que pueda expresar la clase popular.
Esto no quita que la religión yoruba haya sido “oficialmente” expulsada de la vida política, mientras el sacerdote critica la intromisión en los gobiernos de las religiones monoteístas. Es su opinión que “los tradicionalistas somos el pilar de la paz en Nigeria, los verdaderos intermediarios en los diferentes conflictos que nos afectan”, pero son intermediarios discretos, sin ansias de grandeza, casi invisibles, son individuos que se sientan en sus hogares para esperar a que políticos y personalidades se presenten con los ojos gachos y anhelantes de su sentencia.
Los expertos europeos consideran la religión yoruba como un modelo de santería donde las creencias africanas y cristianas se han combinado para dar lugar una nueva dinámica de creencias, algo que el sacerdote niega con rotundidad: “En primer lugar, fue la Biblia quién nos copió a nosotros. Ifa ya estaba presente cuando se decidió el destino de la gente y del mundo, y fue Oduduwa, nuestro dios, quien vino al mundo para cumplir con su misión sagrada antes de regresar al mundo divino”. Lo dice con convencimiento, sereno, y el batiburrillo de cristianos y musulmanes que le rodean asienten y murmullan con aprobación.
¿Existe entonces un infierno para el sacerdote? ¿Algo que se asemeje a nuestra idea de Satanás? Contesta que “hay dioses mejores y peores y muchos envidian a Oduduwa por su poder”, y describe el infierno como “la reencarnación en un animal impuro”.
Uno de los amigos de Yusuf se adelanta entonces para solicitar una cuestión al oráculo. Su nombre es Issa y se casó hace dos años, aunque todavía no tiene hijos. Y aquello que le preocupa tiene que ver con su mujer. Perece ser que lleva buscando trabajo varios meses pero que la esposa no ha tenido éxito hasta la fecha, y ella necesita una guía, una dirección que seguir para buscar empleo en los lugares adecuados. El sacerdote consiente y saca lo que él llama su “Biblia”, que no deja de ser un cuenco con nueces de cola mohosas y por el que reptan un amplio repertorio de minúsculos insectos, hormigas, mosquitos. Saca un collar metálico con cuentas de madera y unas tabas, colocándolo todo sobre la mesa:
El sacerdote murmura unas palabras en yoruba, coge una taba y la arroja al otro extremo de la habitación. Prosigue su perorata y arroja otro hueso, fijándose en dónde ha ido a caer. Al rato chasquea la lengua y hace un gesto. “El dios no está disponible ahora. Podemos esperar un rato o hacerle una ofrenda para que venga, lo que prefieras”.
Issa tiene prisa y sale de la casa en busca de la ofrenda, que traerá a los pocos minutos en forma de una botella de ginebra que compró en un minimercado próximo a la casa del sacerdote. Muy contento, entrega la botella al sacerdote, que la abre, bebe un generoso trago, se enjuaga la boca con el alcohol y lo escupe salpicando la mesa y a los presentes. Repite la operación dos o tres veces y vuelve a arrojar los huesos. “Ahora sí”. Pregunta al oráculo qué debe hacer la esposa de Issa para encontrar trabajo y deja caer el collar con cuentas sobre la mesa, toqueteándolas para colocarlas de una manera determinada. Sigue hablando en yoruba. Asiente. Vuelve a dejar caer el collar. Coloca las cuentas. Asiente y habla de nuevo. Finalmente levanta la cabeza y asegura a Issa que “tu mujer no tiene que hacer nada en especial porque antes de diez días habrá conseguido un nuevo empleo, todo irá bien para vosotros”.
El joven creyente reacciona entusiasmado. Sabedor del funcionamiento de sus ritos, se ofrece a hacer un sacrificio al dios para facilitar su buena fortuna, porque una cosa es que su mujer encuentre trabajo, como confirmó el oráculo, y otra muy diferente sería cómo de bueno y de bien pagado será ese trabajo, algo que depende del sacrificio que esté dispuesto a hacer. Una cabra, una torcaz, una gallina… su futuro dependerá del costo de su sacrificio.
Finalmente se decide por sacrificar una gallina, comprometiéndose a llevársela al sacerdote antes de que concluya la semana. El sacerdote asiente satisfecho y sirve lo que queda de ginebra en unos pocos vasos para ofrecerlos a los congregados, que aceptan como recibiendo un gran honor y dedicarán el resto de la tarde a beber y comer cacahuetes mientras comentan con el sacerdote, un hombre serio y respetado, los convulsos acontecimientos que afectan a la política nacional de Nigeria en el 2023.
Escribí a Issa dos semanas después para preguntarle si su mujer había conseguido empleo: me dijo que sí. Nueve días después de la reunión con el sacerdote, su esposa empezó a trabajar de camarera en un restaurante cercano a su casa.