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Historia

París, cuna de bastardos y borbones

En la capital francesa se lavaron históricamente muchos trapos sucios de la Familia Real española

El rey Alfonso XIII contempla las vistas de Madrid desde la azotea del edificio de Telefónica, en octubre de 1927
El rey Alfonso XIII y su esposa, la reina VIctoria Eugenia de Battenberg, el día de su boda en 1906. telefonicaARCHIVO FOTOGRAFICO ALFONSO XIII

Hijo y nieto de empresarios del teatro, Andrés Lozano vivía su ancianidad cuando le conocí, en 2010, en un edificio restaurado del viejo Madrid de los Austrias. «Don Andrés», como le saludaba Antonio, el conserje, cada vez que entraba o salía por el portalón de su residencia, era una enciclopedia abierta sobre la vida cultural madrileña del primer tercio del siglo XX. A sus incontables lecturas y relaciones con personas ligadas al mundillo teatral y de variedades se sumaban las increíbles vivencias de su padre, testigo excepcional de las tardes y noches del Teatro Real, así como de numerosas fiestas del silenciado Madrid aristocrático.

El hombre paseaba casi siempre solo con su bastón nacarado por la plaza de la Villa, en dirección al mercado de San Miguel, para dirigirse luego a la Plaza Mayor y desembocar en la de Puerta Cerrada, donde tomaba un cafelito con sus amigos de la «cuarta edad», como él los llamaba, simplemente porque le llevaban uno o dos años, lo cual, a la suya, ya era bastante.

La fecha: 1920

Bajo el seudónimo «duque de Toledo», Alfonso XIII mantuvo a buen recaudo en la capital del Sena a su hija bastarda Juana Alfonsa Milán, su viva estampa.

Lugar: París

La reina exiliada Isabel II, sin ir más lejos, se prodigó allí en amoríos con el silencio cómplice de su reducida corte en el Palacio de Castilla.

La anécdota

Alfonso XIII tenía una cuenta secreta con la que operaba con París y Londres mediante el London County Westminster & Parr’s Bank.

Fue Andrés Lozano quien me contó, precisamente, cómo en París se lavaron muchos trapos sucios de la Familia Real española. Isabel II, sin ir más lejos, se prodigó allí en amoríos con el silencio cómplice de su reducida corte del Palacio de Castilla. Años atrás, su propia madre María Cristina de Borbón, la reina gobernadora, crio también allí a los ocho «muñoces» que tuvo con su guardia de corps Agustín Fernando Muñoz, con quien se había casado en secreto. París se convirtió así en cuna de bastardos de los Borbones de España.

Alfonso XIII eligió también la capital del Sena para mantener a buen recaudo a Juana Alfonsa Milán, la hija ilegítima que tuvo con Beatrice Noon, la antigua institutriz de los infantes en palacio. De ascendencia irlandesa, la Noon les impartía también clases de piano. Expulsada de la Corte para evitar un gran escándalo, la pobre mujer dio a luz en París a Juana Alfonsa, que adoptó finalmente como primer apellido uno de los títulos históricos de Alfonso XIII: el ducado de Milán. La ayuda inefable del albacea testamentario del rey, José Quiñones de León, resultó crucial para velar por Juana Alfonsa, así como para cumplir con otros ocultos fines.

El rey Alfonso XIII y su esposa, la reina VIctoria Eugenia de Battenberg, el día de su boda en 1906.
El rey Alfonso XIII y su esposa, la reina VIctoria Eugenia de Battenberg, el día de su boda en 1906. Agencia EFE

Alhajas, vestidos y caballos

Investigando en el Archivo de Palacio descubrí en su día que el monarca había gastado en París y Londres, en tan solo seis años, 1,35 millones de pesetas de la época, equivalentes hoy a más de ochenta millones de euros. Con todo ese dinero, Alfonso XIII adquirió alhajas, muebles, cristalería, vestidos, y hasta balandros y caballos, la mayoría de los cuales jamás tuvieron como destino el regio alcázar. Tras mucho indagar, comprobé también que el monarca disponía de una cuenta secreta con la que operaba subrepticiamente con París y Londres utilizando el nombre de «duque de Toledo», a través de la sucursal madrileña del London County Westminster & Parr’s Bank.

Los movimientos de la cuenta a la que tuve acceso revelan, por ejemplo, que el 18 de octubre de 1919, mientras la Bella Otero seguía cosechando éxitos en los escenarios de París, el enigmático «duque de Toledo» ingresó 65.000 pesetas de entonces. El 27 de octubre se pagó en Londres un cheque al portador de 4.212 pesetas; y otro más, por importe de 22.071, el 4 de noviembre. Los días 4 de mayo y 24 de junio de 1920, el «duque de Toledo», es decir, Alfonso XIII, ingresó en esa misma cuenta 15.000 y 40.000 pesetas, respectivamente. En apenas nueve meses, el monarca ingresó en total en esa cuenta secreta una cantidad equivalente hoy a más de ocho millones de euros.

Bella Otero, amante de Alfonso XIII
Bella Otero, amante de Alfonso XIIIDominio Público

Un apasionado romance con la Bella Otero

Alfonso XIII, según me desveló también Andrés Lozano, protagonizó un apasionado romance en París con la celebérrima Bella Otero –en la imagen–, reina también, pero de la frivolidad. Todo un símbolo viviente de la Belle Époque, ese periodo que comenzó a finales del siglo XIX para terminar en 1914 como el rosario de la aurora y que nos dejó inolvidables óperas de Verdi y Wagner, o grandes valses de Strauss. La Bella Otero fue descrita primorosamente en estos términos por la escritora francesa contemporánea Sidonie Gabrielle Colette: «Entre los racimos de sus cabellos vigorosos, su frente pequeña permanece pura. La nariz y la boca de Carolina eran modelo de construcción simple y de serenidad oriental. Desde los párpados abombados al mentón goloso, desde la punta de la nariz aterciopelada a la mejilla célebre, dulcemente llena, me atreveré a asegurar que el rostro de madame Otero era, por su estructura convexa, una obra maestra».

Se hiciese llamar «duque de Toledo» o «monsieur Lamy», como me reveló Andrés Lozano, el rey de España utilizaba ambos seudónimos para pasar inadvertido en su otra vida. Cierto día, un escritor norteamericano le mostró el índice de una biografía que pensaba publicar sobre él en Nueva York. Alfonso XIII leyó atentamente cada uno de los capítulos que componían el libro, hallando uno titulado «Los amores del monarca». Don Alfonso levantó enseguida los ojos del papel y dijo, enojado: «¡Cómo! Esto no puede ser. El rey de España no tiene más amor que el de su esposa». El norteamericano sonrió y entonces, el rey añadió socarrón: «Le insisto en lo dicho. Ahora, yo no sé si el duque de Toledo...». El duque de Toledo o «monsieur» Lamy cayeron rendidos, como también me comentaba Andrés Lozano, ante los irresistibles encantos de la Bella Otero.