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¿Por qué G.W. Pabst dejó Hollywood para rodar en la Alemania de Hitler?

Daniel Kehlmann novela en «El director» la vida del gran director de cine alemán, autor de «La caja de pandora», y relata la controvertida relación que mantuvo con el régimen nazi y que marcó su vida posterior

G. W. Pabst (a la derecha) dirige a Albert Préjean durante «La ópera de los tres centavos» (1931)
G. W. Pabst (a la derecha) dirige a Albert Préjean durante «La ópera de los tres centavos» (1931)La Razón

E l director de cine alemán Georg Wilhelm Pabst tomó una decisión insólita: abandonar el sol de Hollywood y, contra todo orden y criterio, regresar a la Alemania nazi. Una elección sorprendente que tomó en contra de los consejos de colegas próximos como Fritz Lang o Fred Zinnemann, y que durante años pasó desapercibida hasta que de manera reciente llamó la atención del escritor Daniel Kehlmann (Múnich, 1975), el autor de «La medición del mundo», la obra que desbancó a «El perfume» de Patrick Süskind como el libro más vendido en su país.

¿Qué había detrás de ese inesperado regreso? ¿Cuáles eran los motivos profundos que podían empujar a uno de los cineastas más prestigiosos y más progresistas que había dado su época, el descubridor, nada menos, que de las actrices Greta Garbo y Louise Brooks, para que abandonara las playas californianas y regresase al grisáceo mundo que representaba el Reich de Hitler?

La actriz Greta Garbo
La actriz Greta GarboLa Razón

A lo largo de su carrera, G. W. Pabst había firmado una obra sin mácula, grandiosa. Un cine inesperado, moderno y rompedor que esquinaba los filmes de cuentos tradicionales y leyendas alemanas, y mostraba las barbaridades y tensiones que habitaban en el mundo contemporáneo, desde los horrores que deparó la Primera Guerra Mundial («Cuatro de infantería») hasta las tentaciones subconscientes de la sensualidad, una realidad casi freudiana que retrató en una controvertida trilogía sobre el erotismo en cuyo eje central estaba la celebérrima «La caja de Pandora», uno de los mayores clásicos del cine mudo. Si no bastaba su antibelicismo o la sexualidad que rezumaban algunas de sus películas, su nombre, además, solía pronunciarse acompañado de un apodo que en los años de apogeo del partido nazi solo cabía la posibilidad de definirlo como peligroso: «El rojo».

La película perdida

Para dilucidar el embrollo de todas estas cuestiones, Kehlmann ha ficcionalizado los hechos en su novela «El director» (Random House Mondadori), un relato sobre el controvertido cineasta, las razones que le empujaron a regresar a Alemania, el misterio que encierra, y persiste hoy, alrededor de una de sus películas, que desa-pareció sin dejar rastro durante los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias que tendría para Pabst, y que arrastraría a lo largo de toda su vida, haber trabajado bajo el régimen nazi. «Él pagó un precio muy alto a nivel internacional por seguir con su carrera como director bajo la dictadura del nazismo, aunque a nivel nacional no fue así, porque la mayoría de las personas, sobre todo en Austria y Alemania, no lo veían sospechoso de nada, ni siquiera de haber sido un colaborador. Esto explica por qué después de la contienda todos le permitieron que prosiguiera rodando filmes, pero esa fama ya no logró quitársela de encima y esta es la causa, también, de por qué nunca se han organizado retrospectivas sobre su trabajo alrededor del mundo: porque la mayoría lo considera un nazi, pero eso no es cierto. Pabst no lo era», subraya el autor con contundencia, todo lo contrario que Leni Riefenstahl, que también aparece en su libro: «Ella sí que era una nazi activa y que, además, adoraba a Hitler. Era una nacionalsocialista hasta la médula, que utilizaba a prisioneros encerrados en los campos de concentración como extras en sus películas. No mató a nadie, es cierto, pero era una mujer completamente integrada en el régimen nazi y que filmaba películas de propaganda, aunque luego asegurara que solo era una documentalista, que se dedicaba solo a documentales, como si alguien pudiera ir únicamente por ahí, por la calle, haciendo películas sin financiación y sin pedir permisos. Es completamente absurdo. Ella misma formaba parte de la propaganda», dice el escritor.

Louise Brooks, todo un ídolo de la gran pantalla
Louise Brooks, todo un ídolo de la gran pantallaLa Razón

El dilema del libro, que en el fondo es el dilema de Pabst, no forma parte únicamente del pasado y todavía goza de una urgente contemporaneidad: cómo mantener la independencia creativa y hacer arte al margen de las influencias políticas y las económicas. El autor de «Paracelso» decidió dejar los Estados Unidos porque pronto comprendió que el cine norteamericano imponía unas reglas, como el control de la producción, un rendimiento en taquilla y la imposición de guiones. Unas condiciones, la del capital y, en el fondo, la máquina de los estudios, que es el cine, que no estaba dispuesto a aceptar ni a tolerar. «La verdadera ironía de todo esto, y es lo que me convenció para que relatara esta historia, es que al final Pabst tuvo más libertad de expresión en la Alemania nazi que en la industria cinematográfica norteamericana. Lo que sucede es que una persona no puede ceder todo por el arte. No se pueden respaldar nuestras decisiones actuales solo por la situación que está atravesando el mundo y considerar que mañana, en el futuro, todos concluirán que lo que hiciste en el fondo fue por el arte. Nadie debe cometer semejante error. Ser un gran artista no es una justificación para todo».

Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, toleró la presencia de Pabst. El motivo es que necesitaban realizadores que hicieran películas, aunque no fueran políticas o propagandísticas, para mostrar al mundo que el nazismo también hacía obras maestras. Y, también, porque querían películas para entretener al público en tiempo de guerras. Al final, la huida de Pabst no sirvió de nada y, aunque su cine fuera de autor, acabó sirviendo al poder.