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Festival de San Sebastián

La reivindicativa y tiernísima revolución sexual en la vejez de "Maspalomas" agita el Festival de San Sebastián

José María Goenaga y Aitor Arregi compiten por la Concha con un emotivo retrato de la homosexualidad en edad provecta y de la vuelta a los armarios

José Ramón Soroiz se pone en la piel de Vicente, protagonista de "Maspalomas"
José Ramón Soroiz se pone en la piel de Vicente, protagonista de "Maspalomas"Imdb

Bajo el cielo limpísimo y espectral de Maspalomas, a diferencia del cubierto uniformemente por borrosas nubes predispuestas a una intervención no solicitada de lluvia durante la tercera jornada del certamen donostiarra, caminan hombres desnudos, observadores, oteantes, excitados, exploradores de la morbosa celebración de lo oculto, en busca de un placer sexual sólo complacido de manera satisfactoria por parte de otros hombres.

Entre esos homosexuales que disfrutan del sexo, de los cuerpos y de la libertad en la reducción ambiental de las dunas del municipio canario se encuentra Vicente, un señor de 76 años que tras una separación relativamente reciente de una pareja masculina que le mantenía económicamente, atraviesa un periodo de disfrute, despreocupación y esparcimiento en la isla hasta que un accidente relacionado con la salud le obliga a regresar a su Donosti natal para internarse en una residencia donde a pesar de la sensible relación de amistad y respeto que termina desarrollando con su compañero de habitación -perfecta para hilvanar un entrañable planteamiento sobre cómo operan las distintas masculinidades- las circunstancias sociales (externas y autoimpuestas) y su propia relación con la vergüenza, con la culpa y con su hija, le condicionan lo suficiente como para tener que volver a meterse en el armario y ocultar su orientación.

"Vivimos en una sociedad todavía con mucha gerontofobia que prefiere que no le muestres decadencia, ni carnes flojas, ni cuerpos imperfectos o envejecidos"

Aitor Arregi

La cruda, tiernísima y agitadora historia que la celebrada dupla de cineastas vascos formada por José María Goenaga y Aitor Arregi ("Handia", "La trinchera infinita" o "Marco") relata en "Maspalomas" y con la que compite por la Concha, es la historia de una generación para la que muchos años después de que la persecución franquista recogida en la Ley de Vagos y Maleantes desapareciese de sus vidas o al menos su aplicación se terminase extinguiendo –cosa que de manera absolutamente intolerable no ocurrió hasta nada menos que 1970– para sustituirse por otra menos estigmatizante para el colectivo, ya se suponía que era demasiado tarde: tarde para liberarse de unas expectativas familiares que concentraban todo su empeño organizativo en preservar los valores tradicionales de la heterosexualidad, tarde para reconocerse públicamente libres y liberados, tarde para significarse, para reivindicarse sin miedo a no ser aceptados, tarde incluso para ser capaces de aceptarse ellos mismos.

¿Desaparición del deseo?

Contar este relato en el que después de vivir una liberación no exenta de renuncias personales (separarse de su primera mujer conlleva una ruptura con su hija, a la que da vida una extraordinaria Nagore Aranburu), se produce para el protagonista encarnado por José Ramón Soroiz –que ya suena en las quinielas del palmarés por el ejercicio de honestidad y entrega que propone aquí– un gran retroceso tras la entrada en la residencia, comparte Goenaga en entrevista con LA RAZÓN, "en cierta forma me ayudaba a narrar algo de mí mismo. Cuando leí por primera vez un artículo en el que se hablaba de la gente del colectivo LGTBIQ+, que cuando eran ingresados en residencias volvían al armario, me resultó muy duro y muy triste. Entre otras cosas porque a mí mismo me costó bastante salir del armario. Me parecía desalentador, y sobre todo para una generación a la que le costó mucho más salir que a las que vinieron después. Entonces el primer impulso es sobre todo contar algo que lo sientes muy tuyo y de lo que quieres hablar", señala.

Algo secundado por Arregi, quien califica "Maspalomas" como "seguramente de las historias más políticas que hemos hecho. Y fíjate que hemos hecho "La trinchera infinita", "Marco" etc, pero esta yo creo que desde luego dialoga muchísimo con la actualidad. Hablamos, entre otras cosas, de la pérdida de las conquistas sociales, de cómo de repente vuelves otra vez a dar pasos hacia atrás sin darte apenas cuenta", subraya antes de reconocer que vivimos "en una sociedad todavía con mucha gerontofobia que prefiere que no le muestres decadencia, ni carnes flojas, ni cuerpos imperfectos o envejecidos. Y ya ni te cuento cuando hablamos del sexo en la tercera edad".

"Los bares de ambiente en San Sebastián han desaparecido"

José María Goenaga

"Hay algo de negación de la vejez en la sociedad, todo parece que está dirigido a negarla o a revertirla. Nos hemos encontrado a gente –prosigue Goenaga– que te pone en duda que los mayores sigan teniendo necesidades sexuales. Y ante eso cabe preguntarse: ¿realmente no existe porque no tienen impulsos o porque creamos un mundo en el que parece que si eres mayor y tienes pulsiones relacionadas con el sexo eres un viejo verde?", inquiere instando a reflexionar sobre la tendencia generalizada a penalizar moralmente la exploración del deseo mostrada a según qué edades. "Antes nos escondíamos en los bares y ahora lo hacemos en las aplicaciones", pronuncia en un momento determinado Vicente con un conocido insinuando que esa parcela de clandestinidad impuesta en la que históricamente se ha movido el colectivo ha podido cambiar de escenario por una necesidad de adaptación a los tiempos actuales, pero no ha dejado de existir.

"¿Realmente no existe el deseo sexual en la vejez porque no tienen impulsos o porque creamos un mundo en el que parece que si eres mayor y tienes pulsiones relacionadas con el sexo eres un viejo verde?"

José María Goenaga

"Los bares de ambiente, en las grandes ciudades o en los grandes destinos turísticos, siguen estando y teniendo público, pero, por ejemplo, en una ciudad como San Sebastián, han desaparecido. En los años 80 Donosti era un epicentro de la zona norte con muchísimos bares gays, tenía afluencia de gente del País Vasco francés, de Cantabria, etc., y se ha ido perdiendo, por un lado, porque va cambiando la sociedad y los hábitos, pero también porque las aplicaciones han favorecido una especie de anonimato que ha sido muy abrazado por el colectivo. Es curioso, porque luego además son relaciones muchas veces que se quedan en un simple flirteo virtual, o en un intercambio de fotos que no llega a ningún lado", comenta al respecto Goenaga antes de despedirnos: "Como gay, creo que te sientes más cómodo en un sitio donde sabes que todo el mundo, o al menos casi todo el mundo, puede ser gay, con gente con la que sabes que tienes posibilidades de encajar o de que surja algo. Igual no, eh, pero considero que en según qué casos es preferible. En un bar con todo tipo de preferencias puedes tener hasta miedo, porque igual empiezas a mirar a un tío que te viene y te dice, ¿qué cojones estás mirando? por no sentirse cómodo con nuestra presencia. Sí que es verdad que hay gente que luego te dice "ya está bien de guetos" pero dices, ya, a ver, es que a veces los guetos están guays".