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La Historia rescatada

El santo grial y el pergamino 136

San Lorenzo intentó salvar la reliquia de los enemigos de la fe y la escondió en Huesca junto a una carta hoy desaparecida

Vista del grial que es venerado como el Santo Cáliz de la última cena de Jesús albergado en la Catedral valenciana.
Vista del grial que es venerado como el Santo Cáliz de la última cena de Jesús albergado en la Catedral valenciana.larazon

La fecha: 258 / Antes de su cruel martirio, san Lorenzo envió el Santo Grial a su tierra natal de Huesca con una carta suya, según el llamado «Pergamino número 136». Lugar: Roma / El cronista Juan Ángel Oñate cree que los destinatarios de la carta fueron los padres de Lorenzo: san Orencio y santa Paciencia, en su posesión de Loret. La anécdota / La discreción y cautela resultaron vitales para librar a la reliquia del pillaje de los bárbaros y del fanatismo de los arrianos que abundaban entonces en España.

En la historia del Santo Grial con el que Jesús de Nazaret celebró probablemente la Última Cena y que hoy se conserva en la Catedral de Valencia, emerge con todo su esplendor la figura de Lorenzo de Osca (225-258), natural de Huesca y primer diácono, convertido finalmente en el glorioso mártir san Lorenzo.

Subrayemos la suma importancia del cargo de primer diácono en la Iglesia romana de entonces, pues además de tener bajo su responsabilidad la administración de las propiedades y la custodia de los bienes eclesiásticos, Lorenzo de Osca estaba llamado a suceder también al Papa tras su muerte. De hecho, san Calixto I sucedió a san Ceferino, y san Sixto II a san Esteban I, de quienes habían sido, respectivamente, sus primeros diáconos. Y de no ser por su cruel martirio, san Lorenzo hubiese reemplazado también a Sixto II en el solio de Pedro.

Resulta crucial rescatar los datos que nos ofrece san Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la Iglesia, sobre las últimas horas de san Lorenzo, los cuales extractamos ahora de su obra De officiis o Los deberes, publicada hacia el año 389 y con la que él quiso cumplir con su deber episcopal. De acuerdo así con san Ambrosio, cuando el pontífice Sixto II era conducido al lugar del martirio, se le acercó san Lorenzo para decirle: «¿Adónde vas, padre, sin tu hijo? ¿Adónde vas, sacerdote santo, sin tu ministro? Tú nunca celebrabas el Sacrificio sin tu ministro. ¿Por qué ahora me abandonas en tu sacrificio? ¿Has encontrado en mí algo reprensible? Mira que ya están a salvo los tesoros que me encomendaste». A lo que el pontífice respondió: «No te abandono, hijo mío, sino que te esperan por Cristo mayores tormentos. A nosotros, ancianos, se nos ha concedido terminar nuestra carrera con un combate [martirio] más leve. De aquí a tres días me seguirás, como al sacerdote el levita [su ministro]».

La profecía se cumplió a rajatabla y, al cabo de tres días, san Lorenzo murió mártir. En las actas de su martirio consta que las autoridades romanas le exigieron la entrega de los tesoros de la Iglesia y que san Lorenzo pidió un plazo de tres días para poder reunirlos todos. Finalmente, hizo honor a su palabra dada pues al tercer día se presentó rodeado de todos los pobres socorridos por las limosnas eclesiásticas y, mostrándoselos a las autoridades, les dijo resuelto: «Aquí están los tesoros de la Iglesia». Sus palabras sonaron a burla y poco después fue quemado vivo ante la rabia e impotencia de sus justicieros.

Reyes y cronistas

No resulta descabellado pensar, pues, que antes de su feroz sacrificio san Lorenzo hubiese puesto a buen recaudo el Santo Cáliz de Valencia en su calidad de tesorero de la Iglesia de Roma, enviándolo a su tierra natal de Huesca junto con una carta suya a la que alude el «Pergamino número 136» de la Colección del rey Martín el Humano, conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona.

El cronista Juan Ángel Oñate considera probable que los destinatarios de la carta fuesen los propios padres de san Lorenzo: san Orencio y santa Paciencia, en su posesión de Loret, convertida más tarde en la Iglesia de Loreto. La carta autógrafa no ha aparecido ni es probable que lo haga jamás, lo cual no mengua en absoluto, en opinión de Oñate, la validez de la tradición aragonesa teniendo en cuenta que en España ni en ningún otro país del mundo, que hubiese constancia entonces, se conservaban autógrafos occidentales de mediados del siglo tercero.

El fresco de San Lorenzo

Además de la carta de san Lorenzo mártir a la que alude el llamado «Pergamino número 136», existía otro vestigio muy revelador como sin duda era el Fresco de San Lorenzo fuori le mura (Fresco de San Lorenzo Extramuros) del siglo XIII, conservado antiguamente en la Basílica romana del mismo nombre o Casa de Dámaso, dedicada al mártir. Aludimos a una de las cinco basílicas patriarcales que deben visitarse en el peregrinaje de las siete iglesias de Roma para alcanzar la indulgencia plenaria en el Año Santo. La imagen pintada directamente sobre la pared donde se contemplaba al santo Lorenzo de Osca entregando un cáliz con dos asas a un soldado, que lo recibía de rodillas en señal de adoración, hablaba por sí sola. Pero el fresco quedó destruido, por desgracia, durante uno de los numerosos bombardeos con que los aliados asolaron la ciudad de Roma durante la Segunda Guerra Mundial.

Por otra parte, es probable que no se tuviese interés en conservar una carta que podía servir de pista a los enemigos de la Iglesia para dar con el paradero de tan codiciada reliquia. Además del peligro cierto que ese rastro epistolar representaba para una hipotética reclamación de la reliquia por parte de la Iglesia de Roma tras la implacable persecución sufrida, perdiéndose así para la Iglesia de Huesca lo que tantos sacrificios y desvelos había costado salvaguardar hasta entonces. La discreción y cautela resultaban así vitales para librar a la reliquia del pillaje de los bárbaros y del fanatismo de los arrianos que abundaban en España. Al parecer, el Santo Cáliz permaneció escondido entonces en la Iglesia de San Pedro el Viejo, en Huesca. Las iglesias donde se custodiaba el Santo Grial se ponían bajo el patronazgo de san Pedro, a quien perteneció el cáliz en su persona y en la de sus sucesores en la Sede de Roma.