Sílvia Munt: "Las mujeres cabreadas son las que hacen la historia"
La experimentada actriz y directora estrena "Las buenas compañías", retrato combativo sobre los derechos abortivos y reproductivos en el tardofranquismo
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Por primera vez en la complicada historia de nuestro país, sin que la dictadura se interponga, el feminismo está siendo capaz de mirarse a sí mismo. A sus aciertos y sus históricas conquistas, pero también a sus debates, a sus claroscuros y a sus esencias mismas. Y es que, aunque la batalla se detuvo por avasallamiento durante cuatro décadas, el movimiento social en favor de los derechos de la mujer se retomó en España a mediados de los setenta, por ejemplo, enarbolando el derecho al aborto. Es en esa grieta social, estructural y común a toda Europa, en la que la directora Sílvia Munt narra en trabajo de orfebrería "Las buenas compañías", trasladando su acción hasta las mujeres de Rentería que protestaban por la detención de las conocidas como Once de Basauri.
Munt, que atendía a LA RAZÓN en el último Festival de Málaga, dirige aquí con excelente pulso a Alicia Falcó, su joven protagonista y uno de los descubrimientos del año en el audiovisual español, participando también en la serie "Nacho", y a una extraordinaria Itziar Ituño, desde ya candidata al Goya a la Mejor Actriz de Reparto, aquí madre coraje. Y así, entre lo histórico y la pura percepción rebelde de la que entiende como su álter ego, la realizadora se apoya en los cientos de relatos de mujeres que, ante lo ilegal del aborto en España, se veían obligadas a convertir la práctica en un ejercicio de riesgo. Bien mediante métodos chapuceros o insalubres, bien hipotecando media vida para poder pasar a Francia o viajar hasta Inglaterra. Pero lejos de lo morboso, huyendo de lo gráfico y, por supuesto, desechando lo panfletario, "Las buenas compañías" termina en película de percepciones, de medias verdades conscientes, de estados de ánimo, casi. Todo un acierto, dado lo delicado, incluso todavía hoy, de la materia.
-¿Le gusta estar pendiente a qué se ha dicho o a qué se ha escrito sobre su película?
-Es una dualidad, porque creo que se aprende siempre de lo que está bien escrito. Los tuits y demás no, de eso no me preocupo porque es más masoquista. Cuando trabajo en cine o teatro me gusta digerir. Sí que creo que hay algo fundamental, y es lo de tener al público, aunque sea en un pase de prensa como en el festival, aplaudiendo la película, disfrutándola. Con eso ya estoy pagada, porque habían empatizado con los matices de sus personajes, con sus contradicciones. Eso me da mucha tranquilidad. Luego, que venga lo que venga.
-Hay una casualidad histórica, y es que el mismo día que presentaste tu último trabajo en Málaga, "Pretextos", en 2008, fue también cuando Rodrigo Sorogoyen debutaba con "8 citas". Para que te hagas una idea de lo que ha llovido. ¿Qué ha pasado en todo este tiempo?
-¡No me digas"Ha pasado, principalmente, que he trabajado para televisión. Hice "Bajo el mismo cielo" o "Vida privada", además de muchas series y mucho teatro. Pero es que los procesos del cine son mucho más lentos que los del teatro, por ejemplo. Porque también hice un documental, "La granja del Pas", que sí estrenamos en Valladolid y ganó el premio más importante.
-¿Dónde está el germen de esta película? ¿Cuándo te pones a trabajar en ella?
-La película nace de un corto documental, realmente, donde las mujeres que habían ido a abortar a Biarritz explicaban su experiencia, su caso. Ese corto lo vio Jorge Gil, co-guionista, y como era profesor de quien había dirigido el cortometraje, nos pusimos a trabajar sobre ello. Él hizo una pre-escaleta y me preguntó si quería entrar. Me interesó mucho porque era mi época, cuando yo tenía 17 años como Bea, la época en la que yo empecé a gritar para que me escucharan. También me acordé de ese tiempo de vivir como hija de padres separados, haciendo de madre de mi madre, limitada económicamente. Como todos, me sentí libre después de tanta represión, así que hice de Bea un álter ego mío. Volqué mis vivencias con las suyas, fusionando ficción y realidad histórica. Partía de la necesidad de explicar toda una generación, porque no dejamos de ser el presente de aquel pasado, ese mismo que todavía tiene que reivindicar cosas que no se han conseguido. La violencia continúa, la precariedad también, que es sinónimo de falta de información, forzando todavía a muchas a jugarse la vida.
-La película nos lleva a Rentería, a finales de los setenta, pero se sigue sintiendo culturalmente relevante hoy en día. Quizá no tanto en España, pero sí cuando miramos a países como Estados Unidos, donde el aborto es materia candente en lo político. ¿Cómo se evita caer en el panfleto?
-Era un peligro, porque me daba auténtica grima. Era un peligro constante del que solo nos podía librar el guion, manteniéndolo en equilibrio, no explicitando nada. También en los tiempos del montaje, para que la información que te va llegando no resulte insoportable, para que esos personajes sean humanos, contradictorios. Todos te pueden caer o mal por momentos, protagonista incluida, que es una cobarde respecto a su madre. Es más, cada minuto y cada segundo está muy medido para que esa sensación de humanidad se profundice. Los cánticos de la época, por ejemplo, los he reducido muchísimo porque me parecían redundantes. Cuando te gustas demasiado haciendo una película... malo. Ese fue el peligro siempre a evitar, equilibrar bien la película en términos emocionales, sin olvidarse de que estamos hablando de algo tan sumamente material que te puedes morir de ello.
-¿Era una época consagrada a los silencios?
-Tú sentías muchas cosas, pero te encargabas de silenciarlas, de callarlas. Ni te planteabas si eras hetero o eras lesbiana, porque la mera duda había que esconderla. No le decías nada a nadie, y por eso en ese sentido es muy útil saber de dónde venimos, lo que pasaba. Éramos invisibles, en general, las mujeres. Paríamos y criábamos, pero nadie se encargaba de nuestras necesidades, de lo que padecíamos y sufríamos. Eso recomenzó en España a finales de los setenta. Por eso creo que todo eso junto iba haciendo que las mujeres de la época fuéramos descubriendo capas, sorprendiéndonos a nosotras mismas. Decías: "Hostia, uno a veces vive recordando". Viví todo eso, pero cuando lo recuerdo es cuando realmente me doy cuenta de la magnitud, del problema y de la tragedia. Sentías rabia, incluso, contra tu madre, porque asumía toda esa opresión como normal, aplastante.
-Parece obvio comparar "Las buenas compañías" con "El acontecimiento", la película francesa que ganó en el Festival de Venecia y que se acercaba al aborto en una época parecida, pero desde un lugar más gráfico. Aquí se evita lo explícito. ¿Era para evidenciar que se trataba de un tabú hasta sus últimas consecuencias?
-Para mí, toda la película es la mirada de Bea. Qué ve Bea y qué no ve. Qué escucha y qué no quiere escuchar. Eso es lo que somos, cuando somos jóvenes. Empezamos a mirar a través de una puerta, escuchar a través de una pared y a montarnos historias, entre la realidad y la ficción. Ese fue siempre el punto de partida, porque era más sugerente ver, por la rendija de una puerta, una sábana ensangrentada que todo el proceso de aborto. Escuchar ese llanto de dolor es más poderoso que cualquier imagen. Lo que yo odio es lo obvio, lo radicalmente obsceno. A mí me gusta mucho "El acontecimiento", pero son visiones radicalmente distintas. Yo prefiero jugar en el campo de la percepción, porque así es como reciben el mundo los adolescentes, entre medias verdades.
-Me parece increíblemente interesante esa perspectiva, sobre todo para ponerla en órbita junto a la insolencia. Y me explico. Por primera vez, sin dictadura que lo interrumpa, el feminismo en España se está viendo envejecer a sí mismo, discutiéndose a nivel teórico, sí, pero también generacional. No hay un solo feminismo, si no feminismos.
-Hay una cosa, que me hacía muchísima gracia, y es que en esas acciones originales de las protestas había algo de gamberro, de irreverente. No solo una cuestión política, que por supuesto, sino también algo contestatario. Ellas iban, también, a pasárselo bien. Eso es lo que quería mi generación, en último término. Fue un festival constante, que en ocasiones acabó mal. Cuando me contaron el secuestro del autobús, la pintura en mitad del pueblo, nos decían que nadie les hacía realmente ni puto caso. Pero no se creían santas, eran mujeres cabreadas que son las que hacen la historia, y hacían frente a la justicia como podían.