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Sorogoyen: «Somos un país muy humano»

El director presenta «El reino» en el Festival de San Sebastián, una historia sobre la corrupción política en la que no cabe el maniqueísmo, protagonizada por un inmenso Antonio de la Torre

El director de la película, Rodrigo Sorogoyen, y el protagonista, Antonio de la Torre, ayer en la presentación del filme en San Sebastián
El director de la película, Rodrigo Sorogoyen, y el protagonista, Antonio de la Torre, ayer en la presentación del filme en San Sebastiánlarazon

El director presenta «El reino» en el Festival de San Sebastián, una historia sobre la corrupción política en la que no cabe el maniqueísmo, protagonizada por un inmenso Antonio de la Torre.

Como dice Rodrigo Sorogoyen, en una de esas afirmaciones que parecen burdas pero tienen miga, «somos un país muy humano». Aunque lo parezca, no es exactamente la clase de obviedad de decir que hay bosques muy botánicos. Porque hay países en los que la humanidad, es decir, las flaquezas, se imponen sobre las fortalezas, que es aquello que nos acerca a la divinidad o a lo artificial. Por eso, seguramente, somos un país corrupto, realidad que Sorogoyen ha querido plasmar en su nueva película, «El reino», que ayer presentó en el Festival de Cine de San Sebastián. Porque, como apunta el director, la corrupción no es algo ajeno, no la cometen personas tan diferentes a nosotros. «No estamos describiendo la maldad, sino la normalidad, la cotidianeidad más absoluta», asegura sobre algo que descubrimos en los primeros minutos de su nueva historia.

El político medio

Por eso, la apuesta estética de la película es justamente esa, la del tono corriente, las caras comunes, lo más ordinario imaginable. Por eso, Antonio de la Torre, que encarna a un político corrupto, no podía ser alguien que no pudiéramos ser cada uno de nosotros. «Cuando comenzamos la película, estaba claro que el protagonista no iba a ser ni el periodista ni el juez, sino que sería el cargo público», dice la guionista Isabel Peña. De entrada, nos ponemos en sus zapatos, vemos el mundo desde su traje barato y su corbata hortera. «También estaba claro que no podía ser un ministro y tampoco un bedel. Debía ser el escalafón medio y en función de eso fueron tomando forma el resto de decisiones de la historia: si tú o yo fuéramos el personaje, estaríamos en ese rango medio porque es donde más habitualmente hay más cargos públicos. Y de esa manera no estamnos hablando solo del político medio, sino del español medio». Por eso también, aunque son detectables, hay guiños a todos los partidos y a todos los casos sonados de podredumbre (la Gürtel y los ERE de Andalucía como los dos referentes) en España. «Queríamos contar un país», concede Sorogoyen. ¿Y cómo es ese país, este país? «Somos uno poco responsable y tolerante y benévolo con estas prácticas, y, en cambio, bastante intolerante para otras cosas. Somos un país muy humano. No hay actitudes que no se muevan en esos márgenes en la película. Por eso, todos los actores tenían que ser muy reales, aunque es cierto que eso lo convierte en más aterrador. Pero lo importante es que el protagonista pudiera ser yo mismo, mi cuñado o mi padre», apunta Sorogoyen.

El responsable de esta humanidad en la pantalla es Antonio de la Torre, que interpreta a un personaje simpático, enrollado, alguien que nos cae bien a pesar de sus tejemanejes. «Eso es lo que más me atraía del personaje. Que evita caer en el maniqueísmo de la sociedad somos los buenos y ellos son los malos, los que se corrompen. No funciona así, porque ambas cosas no son compartimentos estancos. Los que dicen que no les interesa la política se equivocan, porque vivir ya es un acto político. Coger el tren, ir al médico, salir a la calle y cruzar por el semáforo son actos políticos, porque todo eso existe y está a nuestra disposición por algunas razones. Por lo tanto, si la política está muy corrompida es porque la sociedad también lo está moralmente. Los políticos son consecuencia de la sociedad. Me fastidia la autoliberación moral, ese descargo de culpas», dice De la Torre. El actor no escurre el bulto. «Te garantizo que no podría ser candidato de ningún partido. Te lo digo, seguro que por una cosa o por otra me empapelan», bromea acerca de la limpieza de los expedientes. «Por eso, siempre me ha interesado mucho lo poliédrica que es la condición humana y esa fina capa de moralidad que impregna las cosas a nuestro gusto. Y quería indagar en en el alma de alguien que se corrompe, cómo piensa y cuánto quiere a su mujer y a su hija. Y hasta qué punto le parece que lo que hace es un modo de vida», explica el actor.

Descargo de culpas

Situándonos dentro de la corbata del protagonista aprendemos que él está convencido de lo que hace, tiene su razón o incluso la razón. «Eso le hace llevar las cosas hasta el final. Y es que, cuando tienes una edad, haces un relato de tu propia vida y te la cuentas de una manera que suene medio decente para tener ganas de suicidarte. Algo así como: ''Bueno, hice lo que pude, pero tal, y mira, pues...'' Asumes tus errores pero los reescribes de manera que sean perdonables y dibujas una concatenación de hechos, de causas, que le dan sentido al hecho de estar vivo. De esa manera, haces una narración que te diga que que tu vida no ha sido un absurdo. Y eso pasa a todos los niveles, también el profesional. Cuando la gente está en esta situación de límite moral, arma las cosas de una manera y la mayoría concluye que, por lo que ha hecho, no se merecen esta persecución, que hay cierta injusticia contra ellos. Casi nadie piensa que merezca la cárcel», señala el protagonista del filme, que nunca se permite juzgar a sus personajes. «Es algo que aprendí con Cristina Rota, que todo tiene una explicación, incluso el terrorismo o la violencia. Que otra cosa bastante distinta, claro, es que tenga justificación».

¿Estamos mejor entonces como país cuando se conoce lo que ha sucedido por desagradable que sea y se hacen películas sobre ello? Para Sorogoyen, «la cosa ha mejorado, porque la sociedad está más concienciada. Pero el sistema es el mismo y el cambio en eso ha sido más bien pequeño. Pero democráticamente somos un país más sano». Para Antonio de la Torre, la situación tiene que ver con una manera de entender la vida: « Es un estado moral. Si consideras que no pasa nada por favorescer a un tercero y no te planteas en detrimento de quién o a quiénes perjudicas, ése es el problema de la corrupción, ahí es donde radica. El que se corrompe piensa que no pasa absolutamente nada. Y entonces llega esa sensación de impunidad, ese ''¿A tí que mas te da?''. La corrupción es una manera de ver las cosas individualmente, cortoplacista, de pensar que los míos son solo mi familia y mis amigos. Cuando lo ves en global, si percibes al otro como si fueras tú mismo, es más difícil corromperse».