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Cultura

Crítica de teatro

“La gota de sangre”: Simpático y desconocido juguete de Pardo Bazán ★★★☆☆

Roser Pujol y Gary Piquer protagonizan "La gota de sangre" Pablo Sarompas

Autora: Emilia Pardo Bazán (versión de Ignacio García May). Director: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Intérpretes: Roser Pujol y Gary Piquer. Teatros del Canal (Sala Negra), Madrid. Hasta el 19 de diciembre.

Aprovechando alguna efeméride importante de sus biografías, Juan Carlos Pérez de la Fuente sigue en sus últimos trabajos revisitando y poniendo en justo valor la obra de nuestros grandes escritores. El año pasado fue Pérez Galdós, en el centenario de su fallecimiento, y ahora es Pardo Bazán, de cuya muerte se han cumplido cien años en este 2021 que va tocando a su fin. El empeño del ya veterano director escénico no puede ser más estimulante para quienes amamos ese tipo de teatro que se construye sobre una base textual sólida, fundamental, imperecedera; sobre un armazón literario que tiene, ya en sí mismo, un horizonte artístico pleno.

Y la verdad es que no se lo está poniendo nada fácil a sí mismo; porque no está recurriendo a primerísimos títulos que favorezcan el reencuentro del público con unos unas tramas que ya conoce, sino que está apostando porque ese público descubra otras historias, otros personajes, incluso otras formas, tonos y estilos de esos grandes autores. Y eso es lo que ocurre con La gota de sangre, una narración versionada por Ignacio García May –nada mejor para adaptar a un gran escritor que buscar a otro que también lo sea– en la que se aprecia con nitidez toda la belleza del lenguaje de la autora de Los pazos de Ulloa, pero que, al mismo tiempo, nos deja verla en un registro atrevido, irónico, gamberro, muy distinto de ese naturalismo –peculiar naturalismo, en cualquier caso– al que prioritariamente se la asocia.

La gota de sangre es una historia detectivesca que funciona a la vez, precisamente, como una simpática parodia de toda la literatura detectivesca. Como ha ocurrido otras veces con otros escritores geniales, Pardo Bazán se acerca al género no se sabe si para homenajearlo o para desmontarlo, pero el caso es que consigue trascenderlo con una originalidad sin parangón. En primer lugar, hay que señalar, como recuerdan los responsables del montaje, que tal vez sea este el primer relato policial de la historia escrito por una mujer. En segundo lugar, es una obra singular por el propio dibujo que la autora hace de su protagonista y sus métodos: se diría que Pardo Bazán se ríe a carcajadas de la deducción y, sobre todo, de la infalibilidad de su personaje, que no posee una mente especialmente privilegiada y reúne, además, todas las imperfecciones y debilidades de cualquier ser humano corriente.

Pues bien, esa novedosa aproximación psicológica y literaria se mantiene, y aun se potencia, en una versión en la que García May también hace ingeniosos guiños a otros relatos de la autora. Y, sobre ella, Pérez de la Fuente ha levantado con mucha destreza un puro y sencillo divertimento desprovisto, por fortuna, de esa ridícula pretenciosidad que inunda hoy los escenarios; un juguete teatral concebido con inteligencia para que brille ante todo la extraordinaria calidad formal de la literatura de la que parte. Y eso lo consigue generando un clima de acogedora amabilidad en todas las acciones que sirven de sostén a la palabra; un clima de agradable desenfado que afecta a la configuración del espacio, al movimiento escénico, a la manera ágil y eficaz de jugar con las transiciones y a la propia dirección de actores. Estupendo trabajo, a este respecto, de Roser Pujol, plegándose con desparpajo a los matices de los distintos personajes que interpreta, y de un Gary Piquer al que probablemente nunca nadie haya visto tan dúctil anteriormente.

Por supuesto, contribuyen mucho en la creación de ese ambiente tan determinado José Manuel Guerra, fantástico, como siempre, en el manejo de la luz; Tuti Fernández, en la ambientación sonora; y Almudena Rodríguez Huertas, en el diseño del alegre vestuario.

La historia, que puede recordar a algunas de Jardiel Poncela o de Mihura cuando se ponían “policiacos”, no tiene, no nos engañemos, demasiado, en su fondo argumental; pero entretiene, que ya es bastante, y contiene algunas perlas literarias que rezuman una exquisita ambigüedad poética. Baste, como ejemplo, el modo que tiene el protagonista de referirse al mundo en el que vive. Impregnado de un esplín romántico y bohemio con el que seguramente no comulgaba nada Pardo Bazán, lo define como una “cárcel de la realidad, engendradora de mi tedio”.

Lo mejor

El montaje permite descubrir a la escritora gallega en una faceta muy poco conocida.

Lo peor

Más allá de la gracia formal y la ironía con la que fue ideada, la obra original no tiene un contenido sustancioso.
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