Gabriel Calderón y la épica de dar la vida por tu hijo
La muerte de su hermana le marcó, pero asegura que esto no va con ella y sí con la forma de canalizar el dolor. Así, el dramaturgo uruguayo regresa a Madrid con un drama en el que es “imposible no llorar”, aseguran
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Solo Elias Canetti (1905-1994) logró calmar, en parte, todo ese dolor que invadió a Gabriel Calderón (1982) tras la pérdida de su hermana. La escritura le abstrae al autor uruguayo, «y, para escribir, siempre leo». Fue en ese proceso de búsqueda de una salida cuando dio con El libro contra la muerte (Galaxia Gutenberg), del pensador búlgaro. Un título «revelador», sostiene de unos argumentos que le «insuflaron» energía: «Me entusiasmó. Encontrar palabras que distraigan, que hagan pensar o respirar es regalar vida». Canetti se convirtió así en la luz que necesitaba Calderón: «Es tan seguro que morimos como que quien lee esto está vivo», firmaba el escritor y, mientras, el director se dedicó a vivir y a aumentar su producción.
Dentro de esa atmósfera, el uruguayo decidió dar de lado a la inercia de anteriores trabajos, ni teatro político con ciencia ficción ni reescribir clásicos. «Esta etapa no conectaba con eso», defiende, así que se lanzó a por un drama que ni siquiera ha dejado ver a su madre; «sí a mi padre, pero para ella sería muy doloroso y ha estado de acuerdo». Porque, aunque Ana contra la muerte no va de la desaparición de su hermana, sí habla de perder a un hijo. «No cuenta mi dolor, pero sí me hizo entender la desesperación que se puede llegar a alcanzar. Aunque también mentiría si dijera que no tiene absolutamente nada que ver con lo que ocurrió. Es otra manera de comprenderlo». Aun así, afirma Calderón que no pretendía usar el arte como salvación o terapia, «pero sucedió».
Hacía ya años de aquella despedida, «uno de los hechos más importantes de mi vida», cuando el dramaturgo se topó con un titular que marcaría el desarrollo del montaje que presenta en Madrid, dentro del Festival de Otoño: «Encarcelada una madre por pasar drogas para intentar salvar la vida de su hijo»: «Luego, la jueza la liberaba para poder asistir a la muerte del pequeño y todo eso engendraba luchas y pérdidas. Un diálogo definitivo, una conversación en un momento límite», explica.
Entendió el autor de Historia de un jabalí o algo de Ricardo (que ya fue un éxito en el mismo sitio en el que presenta este montaje, en la Abadía) que ahí «había una posibilidad poética» y se decidió a abrazar el tabú de la muerte. «Cualquiera puede entender lo que haría una madre cuando sabe que su hijo puede morir, y eso –añade–, en el teatro, toma dimensiones épicas». Tan épicas como para acudir a una leyenda, relata: «El mito de la madre es diferente al del padre; una madre que ve cómo atropellan a su hijo sería capaz de levantar el coche con sus propias manos, porque en ese momento saca una fuerza descomunal».
Con el argumento esbozado, se le presentó el «desafío», señala, de la función: «Evitar los golpes bajos en un tema tan sensible». Calderón caminaba por un «campo minado» en el que no pretendía suavizar el drama, «pero sí abordarlo con mucha delicadeza».
Una obra «dura», afirma, sobre una madre que confiesa que sería capaz de «robarle la enfermedad» a su hijo con tal de salvarle. Probablemente lo haría cualquier madre. Y cuenta el equipo que las actrices (Gabriela Iribarren, Marisa Bentancur y María Mendive) tenían problemas para aprenderse el texto porque «hay dos o tres escenas en las que es imposible no llorar». Calderón, en los ensayos, dejaba que ocurriera, lloraban juntos un rato y luego seguían. Pero Ana contra la muerte no es un drama sentimental, sino un grito metafórico atravesado por otras muchas cuestiones.
«Cuestiones filosóficas de un lado, porque se plantea qué hay detrás del rechazo a la muerte tan consustancial al ser humano. Cuestiones psicológicas, porque se plantea qué hay detrás de esa manipulación de la memoria que, consciente o inconscientemente, quizás en defensa propia, llevamos a cabo tantas veces». El texto de la obra, en cierto momento, dice: «Hay recuerdos lindos que las palabras despiertan, que nos hacen reír y respiramos mejor, pero también hay recuerdos peligrosos...». Y cuestiones políticas, porque Ana es «pobre», o solo carente de una serie de privilegios que disfrutan otras personas y que a ella se le niegan.
- Dónde: Teatro de la Abadía (Sala José Luis Alonso), Madrid. Cuándo: 25, 26 y 27 de noviembre. Cuánto: de 8 a 17 euros.