Rocío Molina, Niño de Elche y el deseo de desear
La bailaora y el músico llegan a Madrid con “Carnación”, una obra “difícil de explicar”, dicen, pero en la que se desborda la “pasión”
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Rocío Molina arranca a hablar de Carnación sin dejar nada claro: «Es una obra difícil de comentar, porque el deseo es un concepto del que es difícil hablar». Poco a poco se abre y va soltando pensamientos, frases y momentos del proceso en el que va desgranando qué es verdaderamente esta «performance» que llega mañana a las Naves del Español (Matadero) y que ninguno de los implicados acierta bien a descifrar. Es un montaje que hay que verlo, sentirlo, dejarse llevar sin prejuicios, advierte el equipo de una pieza que sirvió para celebrar el León de Plata en la Bienal de Danza de Venecia el pasado julio.
Mientras el dossier se pone más riguroso al hablar de la palabra «carnación» –«en el lenguaje pictórico hace referencia al proceso de coloración de la carne, nos lleva a pensar, por un lado, en el paso de lo imaginario a lo visible, de lo que se esconde a lo que se muestra; por el otro, es inevitable pensar en la idea bíblica del verbo que se encarna. Verbo que, en el lenguaje de la obra, toma la forma del deseo»–, Molina se calza el traje de campechana y habla de la «carne como si fuera un trozo que meter al horno».
Proceso de búsqueda en el que Juan Kruz Díaz le ha ayudado. Sabía ella que tenía que bridar la pieza, pero no cómo, así que en la clave estaba en el codirector: «Soy muy lenta en mis procesos y necesitaba a Juan para llegar antes», reconoce la artista. «En realidad», contesta él, «todo empezó muy fácil»: Molina le dijo «voy a hacer algo que no sé lo que es» y este recogió el guante. «A partir de ahí, todos nos pusimos con la idea loca de hacer algo sobre el deseo. Nos fuimos a un lugar ingenuo e íntimo y aquello comenzó a tomar forma hasta darnos cuenta de que estábamos en algo tan excitante como que entendíamos esos primeros trazos. Salían preguntas muy personales y se abordaban con tanto cuidado que resultó un diálogo en el que lo humano y lo artístico eran lo mismo, iban de la mano».
Al mismo tiempo, el trabajo con Paco «Niño de Elche» estaba en el centro del espectáculo. «Nos tiramos al suelo como dos cachos de carne», sostiene la bailaora; y Niño de Elche, por su parte, se centra en las palabras «cuidado», «íntimo»..., piensa, «aunque también en las pequeñas cosas, no solo pequeños gestos, también en los susurros, en todo aquello que no está en el primer plano», cuenta el músico.
Entre ellos, Rocío y Paco, habrá deseo, sentimiento, pero también violencia. «Es inevitable», dice Kruz Díaz: «Es un terreno muy complejo, pero no tuvimos miedo en abordarlo. Si hay violencia también hay cuidado y entrega». Escenas duras que, para Molina, «son las más bellas. Serán muy violentas, y, a su vez, no se va a corresponder lo que se siente con lo que se ve. Será un choque, no se entenderá y habrá que entrar en el cuerpo para dejarse llevar. Tu moral e ideales dirán una cosa y la belleza otra». «Si entras sin prejuicios puedes salir metamorfoseado. Un cambio de un 1% es suficiente, un mundo», defiende Niño de Elche de una función invadida por la música electrónica y sacra, pero también por el propio caos que se genere en cada momento sobre el escenario. Todo para hablar del deseo.
Barullo en el que Maureen Choi, violinista, hasta llega a frustrarse: «Mi parte es un demonio porque siempre quiero tocar a la perfección, pero aquí me pongo al límite y, cuando no puedo más, aun así tengo que empujar un poco más. Me identifico mucho con la obra porque uno nunca quiere que salga mal, pero soy humana y sé que eso no es siempre posible. Aquí hay una parte de renuncia que es muy bonita porque es natural. Es una aventura, cada día es diferente. Es difícil tocar el violín al lado de Rocío porque el suelo vibra, las piernas vuelan por el aire, el polvo, el traje... Pero hay que olvidarse del entorno y pensar solo en las notas y en el instrumento. La realidad está en el mundo en el que vivo, que es con todo ese caos, con más gente y no solo mi violín».
Dónde: Naves del Español, Madrid. Cuándo: del 3 al 10 de diciembre. Cuánto: 25 euros.