Cultura

Crítica de teatro

“La vida es sueño”: Alta filosofía con mucha comedia ★★★★☆

Es la primera vez que Donnellan y Ormerod se enfrentan a un texto español del Siglo de Oro con un equipo y un elenco de nuestro país

Ernesto Arias y Goizalde Núñez, en "La vida es sueño" que presenta Donnellan en la Compañía Nacional
Ernesto Arias y Goizalde Núñez, en "La vida es sueño" que presenta Donnellan en la Compañía NacionalJavier Navalfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@42e06ab2
Autor: Calderón de la Barca. Director: Declan Donnellan. Intérpretes: Alfredo Noval, Rebeca Matellán, Ernesto Arias, David Luque, Irene Serrano, Manuel Moya, Goizalde Núñez, Prince Ezeanyim y Antonio Prieto. Teatro de la Comedia, Madrid. Hasta el 26 de febrero.

Uno de los montajes más esperados y potentes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico esta temporada es, sin duda, esta aproximación a La vida es sueño que dirige el aclamado director Declan Donnellan con su inseparable compañero Nick Ormerod como escenógrafo.

Aunque ya había estrenado en 1989 en el National Theatre Fuenteovejuna, esta es la primera vez que Cheek by Jowl –nombre de la compañía formada por Donnellan y Ormerod– se enfrenta a un texto español del Siglo de Oro con un equipo y un elenco de nuestro país. Y el resultado es tan juguetón e imaginativo, y a la vez tan respetuoso con el texto original, como lo son sus frecuentes trabajos a partir de Shakespeare, por los cuales han alcanzado, en buena medida, su merecida fama mundial.

Desde luego, son muchos los riesgos que asume Donnellan en su propuesta, y no de todos ellos sale con igual fortuna; pero hay algunos hallazgos rotundos, maravillosos. Citaré solamente tres: uno es convertir el patio de butacas en la mismísima corte de Polonia, implicando así al espectador mucho más en la acción –ojo, que nadie se piense que lo van a sacar al escenario ni nada por el estilo- y convirtiéndolo no solo en testigo, sino casi también en damnificado, de los actos de los personajes; otro acierto es la manera de resolver la escena, siempre tan complicada de representar a día de hoy, en la que Segismundo arroja por el balcón a un lacayo; por último, es interesante, y aun conveniente, hacer que toda la historia emane de un sueño de Basilio, por cuanto sirve para añadir una capa más de irrealidad y paliar así la inverosimilitud, de acuerdo a nuestros esquemas hoy, de algunas situaciones que presenta el texto, manteniendo intacta, sin embargo, la potencia dramática de las ideas y conflictos que las sostienen. A este respecto, hay que quitarse el sombrero con el trabajo que hace, dando vida a Basilio, Ernesto Arias, que está presente en el escenario durante toda la representación; algunas veces, como asombrado y mudo testigo de su propio delirio; otras, interviniendo en la acción con abrumadora capacidad para transmitir las precisas emociones e incertidumbres que le está provocando en cada momento el decurso de los acontecimientos. Junto a Arias, aunque con menor peso en la trama, destacan dentro del elenco –entre otras cosas, por su destreza en el manejo de la palabra- David Luque, como Clotaldo, e Irene Serrano, en el papel de Estrella.

Por otra parte, la premisa argumental del sueño de Basilio sirve muy bien para justificar el giro hacia la comedia, onírica y surrealista en ocasiones, que propone el director, y que encuentra su mejor apoyo, como es lógico, en el personaje de Clarín –muy bien interpretado asimismo por Goizalde Núñez–, por lo que Donnellan lo ha fortalecido dramáticamente en su propuesta. Pero también el personaje de Segismundo participa aquí muy activamente de la comedia: puesto que no ha tenido contacto con el mundo, el director propone que se enfrente a él de manera intuitiva, desprovista de normas y urbanidad en el lenguaje corporal y en la actitud, tal y como como haría un niño o un animal. Eso provoca situaciones que el actor Alfredo Noval sabe hacer convincentes y risibles; lo malo es que se echa a perder, por desgracia, gran parte de la belleza literaria y reflexiva de sus parlamentos, especialmente en el primer y conocido monólogo de “Ay, mísero de mí”. De manera que uno tiene la sensación de que el personaje a veces no está entendiendo todo lo que dice, o no lo está sintiendo con la intensidad que requieren sus palabras.

Tampoco funcionan demasiado bien los excesivos efectos sonoros –risas, vítores, etc.–, que ralentizan el ritmo y dejan un poco vendidos a los actores, pues esperan una réplica que no se produce sobre el escenario, es decir, en el mismo plano de representación en el que están ellos, sino que llega con el artificio del enlatado y carece, por tanto, del dramatismo que requiere muchas veces la escena. Esto ocurre con relativa frecuencia en el último acto.

Como decía, son muchos los riesgos y son riesgos que comportan, claro está, algunos sacrificios; pero el saldo es positivo: pocas veces habrá tenido el espectador la oportunidad de que le cuenten La vida es sueño de una manera tan amena, clara y original.

Lo mejor

La puesta en escena tiene todo el juego y la imaginación habituales de Donellan y Ormerod.

Lo peor

Hay momentos en los que debería haber brillado más la poesía de Calderón.