Crítica de teatro

"Un delicado equilibrio": Lo que pudimos ser y lo que somos ★★★★☆

Hacía tiempo que no veía una producción privada tan cuidada que apostase por el teatro de texto de factura clásica y que estuviera al servicio de la propia obra

Manuela Velasco en un momento de "Un delicado equilibrio"
Manuela Velasco en un momento de "Un delicado equilibrio"Teatro Fernán Gómez

Autor: Edward Albee (traducción de Ben Temple y Alicia Borrachero). Director: Nelson Valente. Intérpretes: Alicia Borrachero, Ben Temple, Manuela Velasco, Cristina de Inza, Joan Bentallé y Anna Moliner. Teatro Fernán Gómez, Madrid. Hasta el 28 de abril.

Hacía tiempo que no veía una producción privada tan cuidada que apostase por el teatro de texto de factura clásica y que estuviera al servicio de la propia obra, no de una gran estrella ni de un director de moda. Y eso es lo que uno puede encontrar en Un delicado equilibrio: teatro de siempre bien hecho, con la única pretensión de contar sobre el escenario la historia que alguien ideó sobre un papel –en este caso, Edward Albee– de la manera más clara, reveladora y hermosa.

Agnes (Alicia Borrachero) y Tobías (Ben Temple) forman un matrimonio acomodado. Con ellos vive Claire (Manuela Velasco), la dipsómana hermana de Agnes. La hija del matrimonio, Julia (Anna Moliner), también está en el domicilio familiar; es allí donde se queda siempre que rompe con un marido –algo que ocurre con bastante frecuencia–, hasta que vuelve a casarse. Un día el matrimonio recibe la visita de una pareja de íntimos amigos: Harry (Joan Bentallé) y Edna (Cristina de Inza). Visiblemente alterados, aseguran que una inusitada –y poco concreta– sensación de miedo les ha empujado a abandonar su casa; su intención es que Agnes y Tobías les abran las puertas de su hogar y les dejen instalarse en él.

Estrenada por primera vez en 1966, la obra sigue perfectamente vigente como inteligente y feroz crítica, con buenas dosis de humor negro, a los modelos éticos y sociales en los que parece que están apoltronadas, más que asentadas, nuestras vidas en el primer y privilegiado mundo; y también como crítica a la perversión, derivada de esa holgazanería moral, de conceptos tan importantes como "amor", "familia" y "amistad".

Aunque no había leído este texto antes, atendiendo al estilo literario que es común a muchos otros de Albee que sí he leído, sospecho que en esta nueva traducción –firmada por Temple y Borrachero– se han limado o eliminado, por fortuna, las oscuras reiteraciones, expoliciones, pleonasmos... y otras figuras retóricas que algunos dramaturgos del siglo XX como él, influidos por las vanguardias y ensuciando más de los debido el potente armazón de sus obras, usaron con cierta estridencia estética y dudosa eficacia poética para sacudir las estructuras lógicas del espectador.

Tanto los versionadores como el director Nelson Valente han tratado de expresarlo todo con la máxima claridad posible, hasta donde Albee lo permite como autor; y eso que la función dura bastante más de lo debido: aunque hay mucho texto con declarada intención dramática, no hay acción suficiente, en verdad, para soportarlo y justificarlo durante las dos horas que dura el espectáculo. Es probable, no obstante, que el director y los productores sean tan conscientes como yo de esto, y que no hayan podido meter más tijera por una cuestión de derechos de autor.

En cuanto a las interpretaciones, hay un formidable trabajo de Manuela Velasco, Ben Temple y, muy especialmente, una sembradísima Alicia Borrachero. Los tres, desde luego, hacen una esmerada labor de composición de sus respectivos personajes que no es frecuente ya ver –quizá porque cada vez se hace menos este tipo de teatro–, dejando que el espectador advierta con nitidez y verosimilitud cada uno de los rasgos de sus distintas, complejas y marcadas personalidades en la ficción. En esa misma línea cabe encuadrar también, en conjunto, el trabajo de Anna Moliner; lástima que, en la escena de la pistola, se suelte de más la melena con unos lloriqueos y una rabieta que dan a la situación una distendida comicidad, pero resultan poco creíbles de acuerdo a la naturaleza de su personaje y al propio código de representación que impera en el espectáculo.

Cabe destacar, por último, la importante aportación de Lua Quiroga Paúl como escenógrafa, no solo para dotar el proyecto de la vistosidad que requiere -y que el público siempre agradece-, sino también para aprovechar en beneficio de la propuesta un espacio tan complicado y extraño como es el del Fernán Gómez.

  • Lo mejor: Da gusto volver a sentarse a ver una buena obra de teatro de texto bien contada, con buenos actores y con un buen envoltorio.
  • Lo peor: Sobra texto prácticamente en todas las escenas. La obra podría recortarse hasta 20 minutos sin menoscabo de su calidad y hondura.