Crítica de teatro

"Falsestuff": La originalidad del plagio ★★★☆☆

Desde el punto de vista técnico como un mecanismo de relojería de exquisita precisión

Nao Albet actúa, dirige y firma la función
Nao Albet actúa, dirige y firma la funciónGeraldine Leloutre

Autores y directores: Nao Albet y Marcel Borràs. Intérpretes: Nao Albet, Marcel Borràs, Naby Dakhli, Thomas Kasebacher, Joe Manjón, Johnny Melville, Diana Sakalauskaité, Laura Weissmahr y Sau-Ching Wong. Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 25 de junio.

Regresan a Madrid Nao Albet y Marcel Borràs después de haber deslumbrado aquí a todos con sus dos joyas anteriores: Mammón y Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach. Concebida con ese mismo estilo de las citadas piezas, donde el humor gamberro, la autoparodia y el pensamiento más complejo en torno a la condición humana se mezclan con inusitada armonía, Falsestuff. La muerte de las musas no llega, sin embargo, a convencer tanto como sus predecesoras en lo que concierne al desarrollo argumental y a la solidez de su lógica interna. Esta vez no todo brilla en las tres horas que dura aproximadamente la función, aunque hay, desde luego, algunos destellos tan geniales que bien merece la pena ir a ver, y a admirar, el trabajo de esta inclasificable pareja catalana.

La obra cuenta la historia de un falsificador, llamado André Fêikiêvich, que persigue el delirante objetivo de plagiar el arte incluso desde el mismo momento en el que se está creando, de manera que la copia pierda su sentido estricto y pueda ser perfectamente entendida como original. Al convertirse en víctima de una de sus imposturas, el inflexible productor Boris Kaczynski tratará de encontrar a Fêikiêvich para exigir una reparación; pero no será fácil dar con alguien que ha logrado falsificar absolutamente todo cuanto existe en torno a él.

En la representación como tal, el argumento es bastante más enrevesado y no siempre se sigue con el mismo interés, sobre todo durante el primer tercio; pero sirve de contenedor a una interesantísima reflexión de índole filosófica y estética en torno a conceptos tales como la técnica y el arte –siempre relacionados y en muchos periodos de la historia plenamente identificados–, el genio creador y la inspiración, o la originalidad, si es que hay algo que realmente pueda ser original. En su aspecto formal, el espectáculo es una irreverente y divertidísima sucesión de guiños a la propia creación teatral, de manera que las escenas van mutando incesantemente hasta el final de género, código y estilo: desde la comedia del arte hasta el teatro de objetos, pasando por el thriller de influencia cinematográfica, lo posdramático, el musical, la comedia de salón, lo dancístico, el western… Y todo está muy muy bien hecho. Además, como no podía ser de otra manera tratándose de ellos, hay algunas burlas e ironías gloriosas, como es la escena del artista entregado con presunción a pintar “negro sobre negro” una obra única y maravillosa, o la idea de incluir en la propia función un coloquio posfunción con el equipo artístico.

Por si eso fuera poco, la obra está armada desde el punto de vista técnico como un mecanismo de relojería de exquisita precisión; ver lo que ocurre entre cajas debe de ser otro espectáculo casi tan interesante como el que se ve en el patio de butacas. No quiero ni pensar en el estrés de los utileros, los regidores y los propios actores cada día desde que se levanta hasta que cae el telón.

  • Lo mejor: Albet y Borràs vuelven a rizar el rizo de la metateatralidad haciendo que su “falsificación” sea una de las obras más originales que puedan verse.
  • Lo peor: En el argumento hay demasiadas capas de significación que no siempre están bien delimitadas y clarificadas.