Manuel Escribano, héroe homérico
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El torero de Gerena se asemeja a un héroe homérico, como si su destino, cosido por las cornadas más graves, hubiera sido narrado en hexámetros dactílicos. Manuel Escribano no es Ulises, pero siempre lo espera Penélope, entre la luna y el alba, cuando los sueños, sueños son. Su sangre, en la arena, tantas veces derramada, en aras de la hora, que marca el reloj johnfordiano, es leyenda del triunfo y del valor.
Escribano es gladiador y artista; con una semiótica belmontina y una reminiscencia espartaquista: entre el poderío y el temple, la valentía y la técnica, el torero y el hombre. Es un personaje de Stendhal, antes que de Flaubert, de Galdós, antes que de Valera; de Tolstói, antes que de Dostoievski; de Hemingway, antes que de George Orwell.
Manuel Escribano tiene el perfil de un actor de John Ford, aunque no se parezca ni a Gary Cooper, ni a John Wayne. No es Luis Miguel Dominguín, aun cuando Ava Gardner y Lauren Bacall siempre le hubiesen dado el número de su habitación para tomar un Brandi, después de oír las campanadas exactas del reloj del Palace Hotel.
Pensando ellas en que, además de torero, podría ser Humphrey Bogart en el reparto de una noche de brindis y cigarrillos, en la que las horas son las que deciden el diálogo con un estallido de interjecciones. Después de irse hasta tres veces a portagayola con los miuras, y poner banderillas a los seis, Sharon Stone ya no sabe si Manuel Escribano es Juan Gallardo, el mismo Ulises. O un dios de la Ilíada.