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Historia

Lisboa

Última carta al maestro Luis Miguel Enciso

El historiador, senador de UCD y que dirigió una gran actividad cultural, falleció ayer a los 88 años; su amigo Alfredo Alvar se despide de él.

Luis Miguel Enciso fue maestro de historiadores y sus libros y artículos forman un corpus esencial de nuestra historiografía. Foto: Jesús G. Feria
Luis Miguel Enciso fue maestro de historiadores y sus libros y artículos forman un corpus esencial de nuestra historiografía. Foto: Jesús G. Ferialarazon

El historiador, senador de UCD y que dirigió una gran actividad cultural, falleció ayer a los 88 años; su amigo Alfredo Alvar se despide de él.

No sé, Luis Miguel, cuántas lecciones me has dado en esta vida que acabas de dejar. Lecciones de historia y de las otras también. Unas en el Valmoral, en el Wellington, en pasillos universitarios, o, finalmente, con nuestro bocadillo de jamón alrededor de Pepe leyendo poesías de todos vosotros. Y te puedo confesar en esta carta desa-sosegada (que no podrá ser modelo de ninguna «Ars epistolica»), que muchas veces al despedirnos con ese último paseo desde el hotel Wellington hacia la Escuelas Aguirre, me venían a la mente muchas misivas abiertas del siglo XVI en adelante en que se hablaba de cómo amasar el barro que es nuestra vida.

A una le tengo especial cariño: se dice que la escribió Cristóbal Plantino, el architipógrafo de Felipe II. Hasta hace poco la vendían en español en su Museo en Amberes. Lleva por título «La felicidad de este mundo» y habla de que, en síntesis, «la felicidad de este mundo» es «esperar con gran sosiego la muerte». Pasé contigo no sé cuántas horas oyendo ideas, consejos, explicaciones y síntesis. Pero siempre a sabiendas que en cualquier momento la seriedad de la conversación se desbarataría por algún comentario jocoso. A fin de cuentas, comoquiera que eras un pozo de experiencias, más de una vez parecía oírte (como si fueras Andrés Fernández de Andrada recitando su copiosa «Epístola moral a Fabio») un:

«Fabio, las esperanzas cortesanas

prisiones son do el ambicioso muere

y donde al más activo nacen canas».

o a veces un socarrón:

«Una mediana vida yo posea,

un estilo común y moderado,

que no le note nadie que le vea».

Pero también vi en ti al don Diego de Miranda de Quijote I, XVI, más conocido como el «Caballero del verde gabán», el que manifestaba que «paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos [...] Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros», etc. Muchas veces hablabas con esos tus amigos de los libros que merecían la pena, con ellos comías, alguna que otra vez murmurabas con buen sentido del humor, pero, sobre todo, repartías tus bienes con los pobres porque a pocos como a ti hemos visto hacer caridad con los más necesitados y sin alardes.Y una madrugada de tristeza inmensa para unos, y de alivio para ti, como buen creyente, todo lo de acá ha concluido.

Todo, que no fue poco.

Luis Miguel Enciso Recio nació en Valladolid el 8 de abril de 1930 y ha muerto en Madrid. Se licenció en Valladolid en 1952 y en 1955 defendió su tesis doctoral, dirigida por Vicente Palacio Atard, sobre Nipho y el periodismo español del siglo XVIII. En 1965 ganó la cátedra de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Valladolid y desde 1979, ejerció en Madrid. Su actividad docente, copiosa, fue acompañada por su capacidad de organización científica: casi 40 tesis doctorales dirigidas; más de medio centenar de tesis de licenciatura, así como cargos académicos en las dos universidades en que ejerció y ayudó a un gran número de catedráticos de Historia Moderna por otras universidades.

En Enciso destacaba su faceta como creador y fundador o primer director ora de la Casa Museo de Colón en Valladolid, ora de la famosa «Cátedra Felipe II» de la UVA; o de los congresos internacionales sobre el Tratado de Tordesillas, Carlos III, la Burguesía en la Edad Moderna, el Dos de Mayo y tantas reuniones científicas de extraordinario y altísimo nivel. Su producción bibliográfica es imposible de sintetizar: más de 250 publicaciones. Pero si a Enciso se le buscara se le encontraría pensando en la Ilustración como fenómeno histórico, ideológico y del pensamiento español; si necesitáramos saber sobre la incidencia de la Revolución Francesa en España, habría que acudir a sus escritos; si a las Reales Sociedades Económicas, lo mismo; si el tema fuera el patronazgo de Carlos IV, también y así sucesivamente. Pero hay más: Enciso fue el creador de una escuela ¡que lleva dos generaciones de investigadores! dedicada al estudio de la Italia española, cuyas investigaciones han revolucionado el mundo epistemológico y del conocimiento sobre esa Península y la nuestra desde el siglo XVI.

Inquietudes y gustos

Fue Presidente de Sociedades Autonómicas (Tordesillas, 1993-1995) Estatales (España Nuevo Milenio, 1999-2002; Conmemoraciones Estatales, 2002-2004) o Comisario de Pabellones españoles (Lisboa, 1998) en una deslumbrante actividad. Sépase que casi nada de lo que se hizo en España desde 1992 a 2004 permaneció ajeno a sus inquietudes y gustos. Centenares de investigadores, científicos, creadores y políticos vivieron pendientes de la originalidad de Enciso (y de Luis Ribot) durante esa década. Pero para Luis Miguel Enciso, hombre de acción, la vida académica –aunque le satisfacía– le dejaba un hueco que solo la actividad política llenaba. La política al uso de los ilustrados, como servicio al bien público: En 1977, presidente del Partido Democrático y Liberal de Castilla y León; entre 1977 y 1982, senador de la UCD por Valladolid; presidente y portavoz de su grupo en la Cámara Alta; y en 1983 vicepresidente del Partido Demócrata y Liberal. En fin: Encomienda con placa de la Orden de Alfonso X el Sabio; Medalla al Mérito Constitucional; Gran Cruz al Mérito Civil; Officier des Palmes Academiques; Académico de la Historia, Doctor Honoris Causa por varias Universidades...

Descansa en paz, que te lo mereces. Cuida de tu afligida mujer y tus doloridas hijas; vela por tus nietos y atiende a tus yernos. Por Pepe Alcalá Zamora no te preocupes, porque seguiremos atendiéndole como épicamente hiciste tú.

No hace tanto que con ilusión me regalaste el libro de tus prólogos que habían preparado tus discípulos. Te brillaban los ojos al citar a varios de ellos, en especial a Germán Rueda. Aquel día, en el Wellington, a pesar de la enfermedad te sentías feliz. Me diste el último de tus sabios consejos: «Habla con tus hijas, mucho; que te tengan confianza». Luego, salimos andando hacia las Escuelas Aguirre. Te extendí el brazo para que, si lo necesitaras, te apoyaras. Te apoyaste. Los dos sabíamos, en silencio, por qué. Cuánta pena. Cuánto ha perdido tu familia. Cuánto tus admiradores y amigos. Cuánto las instituciones a las que pertenecías.