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Despedida de un clásico

El último final de Mortadelo y Filemón: sale a la venta el último trabajo de Francisco Ibáñez

Llega a las librerías «París 2024», el álbum con los dos agentes de la T.IA. en el que estuvo trabajando el artista hasta pocas horas antes de su fallecimiento

La mano de Nuria Ibáñez sostiene algunos apuntes inéditos de su padre con Mortadelo y Filemón en su mesa de trabajo
La mano de Nuria Ibáñez sostiene algunos apuntes inéditos de su padre con Mortadelo y Filemón en su mesa de trabajoMiquel González/Shooting

Dicen que después de su muerte, aquellos que visitaban alguno de los últimos talleres de Picasso podrían percibir al artista aunque no estuviera presente. Era como si aquellas paredes o los caballetes vacíos acabaran de ser tocados por la mano del artista, aunque hacía tiempo que no estaba allí. Algo así ocurre cuando uno tiene el privilegio de entrar en el estudio de Francisco Ibáñez, el padre de algunos de los mejores y más divertidos personajes del cómic español. En un piso en el barcelonés barrio de la Verneda, desde 1965, Ibáñez estuvo dibujando las andanzas de los agentes Mortadelo y Filemón, de los chapuceros Pepe Gotera y Otilio, del cegato Rompetechos, de la familia Trapisonda que es un grupito que es la monda o de los vecinos del número 13 de la Rue del Percebe. Su último día de vida, Picasso lo dedicó a intentar acabar un cuadro que dejó inconcluso. Horas antes de su inesperado fallecimiento, Ibáñez estuvo lápiz en mano tratando de acabar la última aventura de Mortadelo y Filemón. Esas páginas inacabadas se publican hoy en «París 2024» la que ya es la misión final de los agentes de la T.I.A. Bruguera, de acuerdo con los herederos del dibujante, ha decidido dar a conocer esas páginas tal cual, sin retoques, sin entintar, con los dibujos en una página y en la otra el guion que Ibáñez redactó en su fiel máquina olivetti eléctrica.

La mesa de trabajo de Francisco Ibáñez
La mesa de trabajo de Francisco IbáñezMiquel González/Shooting

«Aquí es donde dibujaba», nos señala Nuria Ibáñez, hija del artista quien ha abierto las puertas del estudio a este diario. El espacio es aparentemente pequeño, pero «es que él no necesitaba más. Lo único que quería era buena iluminación natural. Lo demás no le importaba porque era totalmente analógico. Le regalamos un ordenador y nos dijo que para qué lo quería. Luego le dedicó un álbum titulado “El ordenador, ¡qué horror!”. No quería saber nada de tecnología».

Sobre la mesa de trabajo de Ibáñez han quedado las hojas de DINA 4 en las que han quedado en blanco las viñetas que debían formar parte el álbum con la misión de Mortadelo y Filemón en los inminentes Juegos Olímpicos de París. Hay también algunos bocetos para personajes, como el que se reproduce en esta página y que ha quedado inédito. En ellos, como en el libro «París 2024» se constata la fuerza del trazo de Ibáñez a sus 87 años. «Su ritmo de trabajo era frenético. Podía despertarse a medianoche con una idea y ponerse a trabajar en su estudio. Muchas veces cuando nos levantábamos por la mañana, él ya llevaba mucho rato dibujando. Pero es que él mismo recortaba las vacaciones para seguir trabajando. "Es que esto tiene que estar para septiembre", nos decía», apunta Nuria Ibáñez.

Nuria Ibáñez en el estudio de su padre
Nuria Ibáñez en el estudio de su padreMiquel González/Shooting

El dibujante vivió en esta casa desde 1965, lo que es prácticamente toda la vida de Mortadelo y Filemón, si tenemos en cuenta que los dos personajes nacieron en 1958 en las páginas interiores de la mítica revista «Pulgarcito» de la Editorial Bruguera. Si se pasea por los alrededores del estudio, uno cree entrever algunos de los elementos que aparecen en los decorados urbanos de los tebeos del maestro, como es el caso de un bar llamado El Porrillo, palabra casi sacada del vocabulario ibañezco. ¿Era la calle la inspiración? Su hija contesta, en este sentido, que «miraba los periódicos. Se fijaba mucho en lo que aparecía en la Prensa, pero estaba muy atento a lo que pasaba en casa o en la calle. En cualquier momento caminando podía ver algo que fuera una idea para un nuevo álbum. No necesitaba libreta porque lo apuntaba directamente en la cabeza. Podía fijarse en alguien, lo miraba, lo captaba y luego lo modelaba en tres dimensiones en su cabeza, sin necesidad de tomar apuntes».

Figuras de algunas de las creaciones más conocidas de Ibáñez
Figuras de algunas de las creaciones más conocidas de IbáñezMiquel González/Shooting

Al pie del cañón, el dibujante nunca pensó en la jubilación porque, como decía a su familia, «¿para qué? ¿Con 87 años que hago». «A mi padre le coincidía la afición con el trabajo. Para él ponerse ante la hoja en blanco era una liberación. Las páginas fueron una terapia en los momentos duros, así que el hecho de poder seguir dibujando le daba la vida. Mi madre, en cambio, sí quería que frenara ese ritmo».

El libro que ahora se publica es Ibáñez en estado puro, con su envidiable talento para crear gags cómicos y llevar hasta el límite a Mortadelo y Filemón. «Hemos sido muy escrupulosos por lo que las páginas aparecen en bruto, sin ninguna alteración. Es una obra no acabada, pero el lápiz sí está acabado», aclara la heredera del artista. La edición también sirve para destruir algunas leyendas falsas sobre un hipotético equipo que ayudaba a Ibáñez.

Desde que falleció Francisco Ibáñez el 15 de julio del pasado año, mucho se ha especulado sobre el futuro de sus creaciones de tinta china. ¿Pasarán a manos de otro dibujante, como ha sucedido con Astérix? «Mantendremos vivo a Mortadelo y Filemón con el material que hay. Estamos hablando de un volumen de más de 200 álbumes solo de Mortadelo, a los que hay que sumar otras series como la 13 Rue del Percebe. Queremos que se revalorice el cómic, que pueda llegar a las escuelas y que lo redescubran. Hay mucho material por volver a leer», concluye Nuria Ibáñez añadiendo que es «mejor» no sustituir por otra mano al genio. Como pasó con Picasso.

Un vistazo al taller de un referente de los tebeos

►En el estudio de Francisco Ibáñez, muy alejado de los grandes y espectaculares de los dibujantes de superhéroes estadounidenses, todo sigue igual. Los lápices y los rotuladores de punta fina negra siguen en su sitio. Solamente hay una goma «porque mi padre no borraba. Lo tenía todo muy claro». En las estanterías hay ejemplares de su abundante producción, como los míticos Olé o Super Humor, además de algunas figuras de sus creaciones. En la pared quedan originales de sus amigos Gin, Raf o Segura que nos remiten a sus años en Bruguera.