Sevilla F.C.
Lopetegui y el antídoto para frenar al Bayern en la final de la Supercopa
El Sevilla busca un título ante un rival que desde mayo ha ganado 16 partidos seguidos y se ha embolsado la Champions, la Bundesliga y la Copa alemana
Es persona Julen Lopetegui de darle mucho al caletre, en las vísperas de cualquier partido y contra cualquier rival, para conjurar las virtudes del oponente. Mucho más, claro, si se trata de un día «señalaíto» como el de una final y enfrente está el Bayern de Múnich, la fabulosa máquina engrasada por Hansi Flick durante el confinamiento y que acumula, desde mayo, dieciséis victorias en otros tantos partidos oficiales, con 57 goles marcados (3,5 de promedio) por sólo 12 encajados y que, por el camino, se ha embolsado la Champions, su octava Bundesliga consecutiva y la Copa alemana, además de meterle ocho el viernes al Schalke en su arranque de la campaña 20/21. Números que asustan a cualquiera... menos al hijo de un «harrijasoketa» de Asteasu.
Sin tanto brillo, el Sevilla también está invicto desde febrero, un mes que Lopetegui terminó abroncado en el Sánchez-Pizjuán tras haber agarrado por los pelos y de forma un poquito vergonzosa el pase a los octavos de final de la Liga Europa ante el modesto Cluj rumano. Tres días después, el 2 de marzo, visitó el coliseo de Nervión un Osasuna que se marchó derrotado en la última jugada del descuento, pero cuya remontada de dos goles, con diez jugadores tras la expulsión de su portero, redobló la furia de la exigente afición sevillista hacia el entrenador vasco.
El COVID-19, valga la paradoja, lo curó todo y reanudó la competición un Sevilla huracanado, que el 11 de junio tomó carrerilla merendándose al Betis en el derbi y que no paró hasta asegurarse la cuarta plaza varias jornadas antes del final de la Liga y sumar su sexto título de la Europa League. Esas diez semanas de triunfos convirtieron a Fofito –el apodo que el guasón hispalense le había puesto a Lopetegui por su parecido razonable con el célebre payaso de la tele– en don Julen.
Es un Sevilla muy parecido al agosteño el que se presentará en el Ferenc Puskas Arena de Budapest. Banega se ha ido a Arabia y Reguilón se ha marchado a Londres, dos bajas sensibles que Monchi ha paliado con el retorno de Ivan Rakitic y con Marcos Acuña, un internacional argentino recién fichado al Sporting de Lisboa. Además, un frente de ataque convertido en «sospechoso habitual» durante casi toda la temporada pasada se ha visto reforzado con Óscar Rodríguez, que recién debutó con España, y Carlos Fernández, que retorna hecho un delantero de tronío de su cesión al Granada. Poca duda plantea así la alineación de esta noche, ¿no? Pues sí que las hay.
Medita Lopetegui, a decir de las pocas personas que pueden fisgonear en la burbuja hermética en la que se han convertido los entrenamientos, cambiar el dibujo para armar una defensa que empareje a sus centrales, Diego Carlos y el formidable Koundé, con Lewandowski y Müller, los dos arietes del Bayern. Quedaría de este modo Gudelj de líbero y, lo que es más interesante, se liberaría el carril izquierdo para Ocampos lo que, con Jesús Navas en su parcela derecha, proporcionaría al Sevilla dos alas ciertamente amenazantes y aptas para explotar el único punto débil que se le intuye a los bávaros: la dificultad de dos centrales pesadísimos (Süle y Boateng, pues Alaba es duda) para colmar los huecos que dejan las incorporaciones ofensiva de los laterales.
Otra corriente se decanta, no obstante, por pronosticar que Lopetegui dará continuidad a la alineación que le ganó la Liga Europa al Inter y al Manchester United, que tampoco son dos rivales menores, con la única variante segura de introducir a Rakitic por Banega y la incógnita del lateral zurdo, posición para la que lo lógico sería confiar en Sergio Escudero antes que en un Acuña que apenas si ha entrenado cuatro veces con sus nuevos compañeros. Para el Sevilla, además, la Liga empieza en tres días y habrá por tanto tiempo de sobra para ver a todos los refuerzos en acción.
El único punto flaco, por ponerle una falta, de Julen Lopetegui desde que fichó por el Sevilla son las conferencias de prensa. Ni en su versión presencial ni en las tenidas telemáticas de hogaño se suelta el guipuzcoano con un titular, una palabra más alta que otro o una frase medianamente potable. No iba a ser una excepción su comparecencia de ayer, pese a que el mercado está caliente, incluso hirviendo, con las especulaciones de un traspaso de Jules Koundé al Manchester City, que ya habría ofertado una cantidad muy cercana a sus ochenta millones de cláusula: «Todo queda en un segundo plano por la ilusión que despierta la posibilidad de ganar un título contra un rival grandioso». Ni siquiera son creíbles las repetidas alabanzas al Bayern Múnich, del que dijo que «hacía tiempo que en Europa no aparecía un equipo de esta calidad». Porque es que este hombre, palabrita del Niño Jesús, decía algo muy parecido en vísperas de un duelo copero contra el Bergantiños.
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