Entrevista

Sebastián Álvaro: “En la montaña somos diminutos y muy vulnerables”

Por encima de 6.000 metros, asegura el periodista y aventurero tras dirigir 250 expediciones, sin ayuda y sin poder avanzar por ti mismo «las posibilidades de morir son del 90%»

Sebastián Álvaro, en el Monte Wandell, en la Antártida
Sebastián Álvaro, en el Monte Wandell, en la AntártidaSebastián Álvaro

Sebastián Álvaro es una referencia en el mundo de la montaña y la aventura. Creador del legendario «Al filo de lo imposible», el documentalista y escritor, que ha dirigido más de 250 expediciones a lo largo y ancho del planeta, encumbra los valores éticos del montañismo, que en la mejor tradición de la Institución Libre de Enseñanza y del geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, ensalza como escuela de vida.

Apenas unos días después de la trágica desaparición de los alpinistas españoles Iker Bilbao y Amaia Agirre cuando descendían el Fitz Roy (en la Patagonia) al ser sorprendidos por una avalancha, impidiendo las adversas condiciones climatológica llevar a cabo un intento de rescate, Sebastián Álvaro, que ha coordinado una docena de rescates en altura a lo largo de su vida, desgrana para LA RAZÓN las claves para intentar culminar con éxito la sublimación de la solidaridad montañera: salvar una vida a riesgo de la propia.

¿Cuál es la prioridad a la hora de enfrentar un rescate en altura?

En primer lugar, la rapidez, ya que generalmente se libra una batalla contra el reloj. En segundo lugar, una buena planificación y coordinación de los medios disponibles. En tercer lugar, asumir el riesgo mínimo imprescindible que no suponga la pérdida de más vidas humanas. Por último, ser conscientes de que el objetivo es devolver al accidentado o accidentados a un lugar seguro y minimizando, en lo posible, los daños. A partir de ese lugar seguro, se harán cargo otras personas (qué habrá que tener previstas): médicos, transporte, hospitales, seguros, familiares, etc.

Para usted la montaña es una escuela de vida. ¿Qué valores encumbra que alguien se juegue la vida en condiciones extremas por rescatar a otros a los que a menudo ni siquiera conoce?

La montaña es una escuela de valores con los que se aprende el arte de escalar montañas, pero también para transitar por la vida con dignidad. Y los principales son, en mi opinión, la valentía y la solidaridad, que generalmente van unidas. Por ello cuando se elevó a valor inmaterial de la humanidad el alpinismo, se declaraba que cuando alguien te pide ayuda en la montaña es una obligación ofrecerla, no es una opción. Por eso cuando, en tiempos actuales, se oyen excusas del tipo «bastante cansado voy yo» o «que se lo hubiera pensado antes», estamos asistiendo a cobardes que no saben lo que representa el alpinismo.

Dada la importancia del helicóptero ¿es sólo cuestión de dinero o de contar con las personas adecuadas?

Ambas cosas deben de ir unidas. El mejor ejemplo lo tenemos con los equipos que forman los grupos de rescate de la Guardia Civil (Greim). Después de una selección muy rigurosa se elige a los mejores y se los somete a un año de formación, teórica y práctica, que les permite actuar en cualquier punto de España para cualquier emergencia en terrenos propios de aventura, sea una montaña, una pared de escalada, una cueva o un barranco, con todos los medios materiales avanzados de los que disponemos hoy en día, desde helicópteros a microvoladuras para extraer una camilla en un paso estrecho. Los resultados los tenemos a la vista: uno de los mejores equipos de rescate del mundo, que hace de España una potencia en lo que se denomina turismo de aventura, y uno de los países más seguros en ese tipo de actividades.

¿Cómo se afronta el debate ético cuando hay que desistir de un rescate o decidir que hay que intentar salvar una vida en detrimento de otra?

Es un debate ético, pero la mayoría de las veces es técnico. Y es muy parecido a las decisiones que toman los médicos en una mesa de operaciones o en una UCI. Llega un punto en que eres consciente de que no podemos hacer todo lo que deseamos, que no somos inmortales – y en montaña, además, diminutos y muy vulnerables–, y que además se pueden estar jugando la vida cinco o seis personas por rescatar a otra y la razón te dice que ni siquiera así te salen las cuentas. Llegado a ese punto esas decisiones las tienen que tomar las personas más cualificadas y responsables. Si es posible consensuarlas mejor, pero si no se deciden y se imponen.

¿Cuál es el rescate más complicado que recuerda haber coordinado, quizá el de Juanjo Garra en el Dhaulagiri?

El de Garra fue complicado porque me pilló en Turquía cuando Juanjo estaba a 8.000 metros sin poder moverse, y en esas condiciones estás muy limitado a la hora de poder movilizar personas y medios técnicos. Pero creo que el rescate más complicado que he coordinado fue en 1999, el del alemán-colombiano Volker Stalbom en el Nanga Parbat. Con diversas fracturas, inmovilizado a 7.000 metros en la vertiente de Diamir, una pared colosal técnica, muy empinada y con un muro de roca vertical de granito de unos 200 metros y luego un corredor de nieve de 1.000 metros. En esas condiciones, y sin contar con helicópteros pakistaníes, que no se atreven a pasar de 5.000, ese hombre hubiera muerto irremediablemente en pocas horas si no hubiésemos aparecido nosotros en el campo base. En unas horas preparamos el equipo y una camilla cortando un bidón, y en dos días mis compañeros subieron de 4.200 a 7.000 metros a por Volker y al día siguiente estaba en el campo base. Una hora más tarde ya estaba en un helicóptero camino del hospital de Gilgit. Pero tener a tu disposición a José Carlos Tamayo, los hermanos Iñurrategi, Jon Lazcano y el porteador Ibrahim Rustam es un lujo que no siempre puedes tener.

En la zona de la muerte ¿un montañero debe asumir que no será rescatado si no puede valerse por sí mismo?

Cualquier montañero debería saber que, por encima de 6.000 metros, si no va arropado por un buen grupo de amigos y no tiene posibilidades de avanzar por sí mismo, aunque sea arrastrándose con los codos, las posibilidades de morir son del 90%. Eso es lo que me dice la estadística de los doce rescates en los que he participado. Y es importante saberlo para que, cuando se organiza una expedición, no sólo se piense en qué se necesita para subir, sino también para hacer frente a una contingencia grave.