Fútbol
España y el Mundial que nadie esperaba
La selección femenina derribó todas las barreras para ganar la Copa del Mundo y adornar su escudo con una estrella. Las internacionales españolas ahora son referentes dentro y fuera del terreno de juego
Cuando Olga Carmona marcó el gol que dio a España el título de campeona del mundo, el universo futbolístico terminó de encajar. Si España tenía a la mejor jugadora del mundo de los dos últimos años, a la mejor jugadora del Mundial y al equipo campeón de Europa, el Barcelona, lo lógico es que fuera una de las aspirantes al título del mundo. Pero cuando la selección española aterrizó en Nueva Zelanda para disputar el Mundial estaba medio rota. Quince jugadoras se habían negado a jugar un año antes. La mayoría dieron marcha atrás pensando en no perderse una Copa del Mundo que a muchas les llegaba en su mejor momento deportivo. Alexia, aunque aún no había recuperado su mejor nivel después de la lesión de ligamentos, llegaba de ganar dos Balones de Oro consecutivos; Aitana ya había sido la mejor jugadora de la selección nacional el verano anterior, cuando llegó hasta los cuartos de final de la Eurocopa e Irene Paredes, por ejemplo, seguía siendo una de las mejores centrales del mundo. Por el camino se habían quedado Patri Guijarro y Mapi León, que se negaron a volver a la Roja aún a riesgo de perderse el torneo de su vida, y otras más porque el seleccionador, Jorge Vilda, no quiso contar con ellas.
Era una selección con las tripas revueltas. La jerarquía de capitanas había cambiado. El brazalete ya no se asentaba en el brazo de Alexia o de Irene Paredes. Ahora pertenecía a Ivana Andrés, con Irene Guerrero y Esther como escuderas. Pero el Mundial nació torcido y ninguna de ellas lució la cinta de capitana en la final. Ese orgullo perteneció a Olga Carmona, la trágica heroína de una final que le preparaba una desagradable sorpresa después. Al Mundial la selección llegó el dolor de la muerte del padre de Irene Paredes y se fue con la tristeza del fallecimiento del padre de Olga.
Entre medias, una sucesión de sensaciones encontradas. Dos victorias cómodas en los dos primeros partidos contra Costa Rica y Zambia, que le dieron la clasificación para la segunda fase sin necesidad de jugar el tercer partido. Y ahí, en el tercero contra Japón pareció que todo se derrumbaba. Contra el primer rival serio que se encontró, España salió goleada (4-0) y con la sensación de que la caída sería confirmada en el siguiente partido contra Suiza.
Y a partir de ahí sucedieron cosas inexplicables. España goleó a Suiza en los octavos de final y demostró su fortaleza mental en cuartos contra Países Bajos. Las neerlandesas forzaron la prórroga con un gol en el tiempo de prolongación, pero la Roja supo sobreponerse con un gol de Salma Paralluelo en la prórroga. Algo parecido pasó en las semifinales contra Suecia, donde Olga Carmona ya avisó de lo que sabía hacer en los últimos minutos de partido. No le importó a España que las suecas empataran pocos después de marcar el primero. Suecia era la primera selección del ranking mundial, pero eso también ha cambiado. Ahora es España la que luce más arriba.
Pasaron muchas cosas por el camino para que todo encajara de repente, aunque sólo fuera durante un rato, unos pocos días que convirtieron a la selección española en la mejor del mundo. Pero también en algo aún mejor, una selección sin problemas. O al menos una selección que se había olvidado de que los tenía.
Decía Irene Paredes antes de comenzar la competición que podía ser el Mundial del despegue del fútbol femenino. El de la confirmación de que algo bueno se estaba formando. Y cuando acabó el Mundial, por fin Aitana Bonmatí vio cumplido su deseo de que las niñas ya no tuvieran que mirar al fútbol masculino para encontrar referentes. Ahora las referentes son ellas, dentro y fuera de los campos.
Esta generación de jugadoras se crio jugando en torneos mixtos y escuchando voces de padres a medio hacer que abroncaban a sus hijos por dejarse regatear o por dejarse quitar la pelota por una niña. Esas niñas ahora son campeonas del mundo y mueven conciencias.
De repente los prejuicios volaron por los aires. Ya a casi nadie se le ocurre decir aquella presunta gracia cargada de machismo y de supremacismo estúpido que decía que el fútbol femenino no era ni fútbol ni femenino. Las audiencias acompañaron a la selección en sus partidos, aunque los horarios no fueran los mejores. Entrenadores como Guardiola han alabado a Aitana Bonmatí y algún periodista se atreve a decir que la Balón de Oro es su futbolista «preferido» porque no hay ningún hombre que haga con el balón las cosas que hace ella.
El Mundial premió el talento de unas futbolistas que han peleado mucho para llegar hasta ahí. Jugadoras, algunas de ellas, que hace sólo ocho años clasificaron a España para su primer Mundial. En Canadá. Entonces Ángel Villar era el presidente de la Federación; Nacho Quereda, el seleccionador y las internacionales denunciaron que llegaron al campeonato sólo tres días antes del debut. Sin tiempo para adaptarse a los horarios, siendo la única selección que no había disputado ningún amistoso de preparación y con un desconocimiento absoluto de las rivales. El «scouting», entonces, lo hacían las jugadoras por su cuenta, con la ayuda de una compañera que se preocupaba de buscar los partidos de las rivales para conocer a qué se iban a enfrentar.
En sólo ocho años España ha pasado del descuido y del amateurismo absoluto a ser campeona del mundo. De repente todas las barreras cayeron. En el Mundial de 2019, en Francia, parecía imposible que España pudiera competir con selecciones como Alemania o como Estados Unidos, la que dejó a la selección fuera del campeonato. Y el verano pasado fue una heroicidad forzar la prórroga en la final de la Eurocopa contra Inglaterra. El mismo rival al que España superó en la final del Mundial.
Desde cuartos de final, la selección pasó por encima de las dos últimas campeonas de Europa (Inglaterra y Países Bajos) y de la número uno de la clasificación de la FIFA, Suecia. Las suecas había apartado a Estados Unidos de la lucha por el título. El camino parecía marcado para llevarlas hasta la final. Pero España tenía marcada su destino. El Mundial era de la Roja, que empataba a estrellas con sus compañeros de la selección masculina mucho antes de lo que la lógica hacía prever.
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