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Tercera jornada

Derbi balcánico en el Bosque de Bolonia

El partido más interesante de la tercera jornada de la Eurocopa se disputa sobre la tierra batida de Roland Garros

Grecia se proclamó campeona de Europa en 2004
Grecia se proclamó campeona de Europa en 2004UEFAUEFA

Michel Platini pergeñó dos Eurocopas durante su presidencia de UEFA, antes de que los tribunales de justicia de varios países se interesasen por sus chanchullos. Concedió la de 2016 a Francia, que estuvo a un centímetro de reeditar en París el título que él conquistó en 1984 (ay, Arconada...) y desparramó la de 2020 por todo el Viejo Continente, doce sedes sin considerar, no obstante, los dos estadios de la Ciudad de la Luz que acogieron la primera y la última final del torneo. Ni el Parque de los Príncipes (1960) ni Saint Denis (2016) verán fútbol de selecciones este mes... aunque el duelo más importante de esta tercera jornada se disputa en el Bosque de Bolonia, un Serbia-Grecia que detendrá los relojes en todo el orbe.

Novak Djokovic y Stefanos Tsitsipas son hoy los depositarios de una rivalidad deportiva legendaria en los Balcanes, los campeones que defenderán en combate singular a sus respectivas naciones caídas en la fase previa de la justa futbolera (Finlandia eliminó a Grecia y Serbia no pudo con Escocia en la repesca). Yugoslavia –con una base serbia: el portero Milutin Soskic, el exquisito extremo Dragan Dzagic, el goleador Milan Galic...– fue subcampeona en dos de las tres primeras Eurocopas y Grecia protagonizó, en Portugal 2004, la más fabulosa sorpresa de todos los tiempos al levantar la copa en Lisboa con el gol de Charisteas, que certificaba un triple 0-1 desde cuartos: el mariscal Otto Rehhagel se llevó el título mediante la mera acumulación de defensas en el área de Antonis Nikopolidis, ese sosias de George Clooney que alegraba las pajarillas de las aficionadas.

Los embates deportivos –casi siempre ayunos de deportividad, sin embargo, por ser gente toda proclive a la ebullición sanguínea– entre serbios y griegos se libran en cualquier arena, mayormente en las canchas de baloncesto desde los duelos de Obradovic con Gallis, de Bodiroga contra Papaloukas o, ahora mismo en la NBA, de Jokic frente a Antetokounmpo, los dos últimos MVP’s de la liga estadounidense. En tenis, que es lo que nos ocupa, la rivalidad se extiende hasta Australia, que acoge multitudinarias comunidades de todas las etnias balcánicas para importar derbis europeos entre jugadores bajo la misma bandera: helenos como Nick Kyrgios o Thanasi Kokkinakis y eslavos como Bernard Tomic o Jelena Dokic. La policía tuvo que intervenir alguna vez en la Rod Laver Arena de Melbourne para atemperar la ira de los seguidores del grecochipriota Marcos Baghdatis, seguidor furibundo del Apollon Limasol y finalista del Open oceánico en 2006.

La ausencia de las selecciones griega y serbia en la Eurocopa habrá supuesto un alivio para las fuerzas de orden público de los diversos países que la acogen, ya que son un foco del movimiento ultra –salpimentado por el agresivo nacionalismo que impera en la región– continental. Huelga, por obvia, cualquier referencia histórica al «Avispero de los Balcanes», donde las alianzas y las enemistades se enlazan por los motivos más fútiles. Los hinchas del PAOK de Salónica, por ejemplo, están hermanados con los Grobari (significa «Enterradores»: angelitos...) del Partizán de Belgrado porque comparten colores albinegros y odio común hacia los rojiblancos del Olympiacos ateniense y del Estrella Roja (los Delije o «Héroes»). En Moscú, la tercera pata de la Santísima Trinidad ortodoxa, los ultras del Spartak están hermanados con los segundos y compensan los del CSKA con su cariño hacia los primeros. Pero cuando se juega por la Patria, todas las coaliciones se disuelven bajo el peso aplastante de la enseña nacional.

En esta Eurocopa, griegos y serbios se alinearán más por antagonismo con sus rivales seculares, que debutan en este día de San Antonio, un santo tan europeísta que figura en los libros como «de Padua» a pesar de que nació en Lisboa. Mientras se juegue en la Philippe Chatrier, los partidarios de Djokovic cantarán los goles que Inglaterra pueda marcarle a los católicos de Croacia y los seguidores de Tsitsipas soñarán con la derrota de Macedonia del Norte, esos eslavos usurpadores del legado de Alejandro Magno, con Austria. No hay nada como las malas relaciones vecinales para conferirle interés a un torneo sin tu selección favorita.