Amarcord

Joaquín Blume, entre un boicot estúpido y una tragedia aérea

El rey de la gimnasia a mediados de los 50 del siglo pasado murió sin haber catado la gloria olímpica que mereció

Joaquín Blume, en pleno ejercicio de anillas
Joaquín Blume, en pleno ejercicio de anillasAgencia EFE

Fue el crack por generación espontánea que inauguró la era de los pioneros del deporte español, junto a Fede Bahamontes y antes que los Manolo Santana, Paquito Fernández Ochoa o Ángel Nieto. Joaquín Blume Carreras, catalán con sangre germana y ángel dorado con el que soñaron todas las señoritas casaderas de su época, vivió a toda velocidad y murió demasiado pronto, dejando un breve, pero intenso rastro de excelencia gimnástica. No conoció la gloria olímpica por culpa de dos bromazos pesados del destino: el boicot franquista a los Juegos de Melbourne de 1956 y el accidente de avión que le costó la vida en la primavera de 1959.

Hijo la burguesía barcelonesa y de un profesor de gimnasia de origen alemán, Armand Blume Schmadecke, sus padres huyeron del terror rojo durante la Guerra Civil que regía en la Ciudad Condal, a la que volvieron en 1940, cuando Joaquín no había cumplido aún los 7 añitos. A los 16, en 1949, ya era un consumado deportista que se proclamaba campeón de España absoluto, encaramándose a un trono que ocupó hasta su muerte: diez ediciones consecutivas. Su única experiencia olímpica, en 1952, le llegó demasiado pronto. Viajó antes de cumplir la veintena a Helsinki, a los Juegos que presenciaron el sobrehumano triplete de Emil Zatopek, y no se metió en la final de los 24 mejores, aunque ya dejó algunos retazos de su asombrosa destreza.

La progresión de Joaquín Blume fue constante a partir de esa primera experiencia. En el Europeo de 1955, cuando sólo los japoneses se invitaban a los podios que casi copaban los gimnastas del Viejo Continente, estuvo entre los diez mejores del concurso general y en alguna final por aparatos. Pero nunca se colgó las medallas, en plural, que le prometían los Juegos de 1956 en Melbourne porque el régimen del general Franco los boicoteó debido a la presencia de la Unión Soviética. Conversó con la Federación de Alemania para nacionalizarse y no perder la oportunidad, pero Juan Antonio Samaranch, Delegado Nacional de Educación Física en Barcelona, lo disuadió.

Todos los campeones olímpicos de gimnasia en Australia menos el japonés Takashi Ono (barra fija) fueron europeos y a todos los batió Joaquín Blume en el campeonato continental del año siguiente en París, donde ganó el oro en el concurso general, caballo con arcos, anillas y paralelas, además de la plata en barra fija. ¿Cuántas medallas iba a ganar en Roma 1960? Muchas, pues competiría con 27 años, en plena madurez, contra adversarios a los que ya había derrotado como los soviéticos Yuri Titov y Boris Shaklin o el potente equipo anfitrión que habían armado los italianos alrededor de los hermanos Carminucci.

Nunca se sabrá porque Joaquín Blume murió a los 26 años en el Pico Telégrafo de la sierra conquense, donde se estrelló el vuelo de Iberia que cubría el trayecto entre Madrid y Barcelona. Fallecieron los 28 ocupantes del avión, entre los que estaban su mujer, Josefa Bonet, y los también gimnastas Olga Solé, Pablo Uller, José Aguilar y Manuel Pajares.