Amarcord
Muhammad Ali o cuando el nombre es el espejo del alma
El mejor boxeador de la historia, Cassius Clay, se convirtió al Islam hace 59 años. Pasó a llamar Muhammad Ali para resaltar la condición de hombre libre de su nuevo yo
Nadie lo ha confirmado nunca, pero tampoco desmentido. La escena más emblemática de la teleserie Raíces (1977), que narraba la epopeya de los esclavos negros del sur de Estados Unidos, muestra al cruel capataz azotando a un orgulloso mandinga llamado Kunta Kinte (LaVar Burton) al que quieren rebautizar con un nombre cristiano. El pertinaz, pese a los latigazos que laceran su espalda, «me llamo Kunta Kinte» del joven protagonista parece inspirado por la discusión del campeón del mundo de boxeo contra Ernie Terrell en vísperas de su combate por el título de 1967 en Houston. El aspirante insistió en llamarlo Cassius Clay durante una entrevista televisiva. «¿Por qué me llamas así? Sabes que mi nombre es Muhammad Ali».
Terrell era uno de esos bocazas que proliferan por los cuadriláteros y no se apeaba del pollino. «Te conocí como Cassius Clay. Te dejo como Cassius Clay», provocó a su rival, que montó en cólera. «Siempre habrá un tío Tom negro que me llame por mi nombre de esclavo», replicó Ali, para acto seguido anunciar: «Voy a torturarte. Un nocaut limpio será demasiado rápido para ti». Y cumplió. Durante 15 asaltos lo machacó minuciosamente sin darle tan fuerte como para tumbarlo y, cuentan quienes presenciaron el combate a pie de ring, durante cada una de las brutales series de puñetazos que descargaba sobre su cuerpo preguntaba. «¿Sabes ahora cuál es mi nombre?»
Tres años antes de aquello, el recién proclamado campeón mundial de los pesos pesados había decidido mutar de Cassius Clay a Muhammad Ali. Desde su adolescencia en un barrio pobre de Louisville (Kentucky), el futuro boxeador había simpatizado con la causa negra y mahometana, en concreto desde que recibió por calle un panfleto de la Nación del Islam, la controvertida organización que dirigía Elijah Muhammad. El activista sabía que el boxeador sería un activo propagandístico de su primer orden y demoró su conversión pública dos veces: pretendía esperar a que ganase el oro olímpico en Roma 1960, pero luego aplazó el anuncio hasta después de que se proclamase campeón del mundo por primera vez, lo que logró al derrotar en Miami a Sonny Liston el 25 de febrero de 1964.
Una vez ceñidos los cinturones de la AMB y la CMB, Elijah Muhammad tardó sólo diez días en orquestar la ceremonia. Cassius Marcellus Clay renunciaba a su nombre de esclavo y apostataba del cristianismo que los amos imponían a los negros en las plantaciones sureñas para abrazar el Islam con el nombre de Muhammad Ali, que significaba en árabe «el amado por Alá». La cincuentena de combates que, desde entonces, lo convertirían en el mayor mito de la historia del boxeo los pelearía con su alias de converso.
No se trataba sólo de una elección religiosa. En los Estados Unidos convulsos de los años sesenta, cada gesto tenía una implicación política y la fe mahometana de Muhammad Ali comportaba, por ejemplo, un compromiso firme contra la guerra de Vietnam, para la que fue reclutado en la primavera de 1967. Aunque su llamada a filas era simplemente simbólica, para que le prestase su imagen al Ejército sin opción alguna de acabar en el frente, el púgil alegó problemas de conciencia para atenderla, se proclamó objetor y se metió en un laberinto jurídico que le valieron cinco años de condena a prisión, que no cumplió, y la retirada de su licencia de boxeador profesional.
«Ningún vietcong me ha insultado llamándome negro», fue la estoica reacción de Ali a una sentencia que lo tuvo más de tres años sin pelear, seguramente los de plena madurez de su carrera. Un juez federal de Texas aceptó su apelación en 1970. Tenía 28 años... y algo de tiempo por delante para recuperar todos sus títulos.
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