Internacional

Una guerra que arrastra al mundo

El mundo ha cambiado para mal, y la dinámica es aún más desalentadora

Seis meses después de la invasión de Ucrania por parte de las tropas de Vladimir Putin, la denominada operación especial parece atascada, mientras la devastación se extiende. La guerra relámpago nunca existió y las fuerzas armadas rusas fracasaron en ese triunfo humillante sobre Kiev en medio de un baño de sangre y realidad. El giro estratégico de Moscú hacia objetivos más realistas tras la tenaz y heroica resistencia de los ucranianos no ha acelerado un punto final para las hostilidades, sino un estancamiento en el Donbas. Rusia ocupa el 20% de Ucrania pero el precio ha sido espeluznante, con decenas de miles de muertos en los dos bandos, miles de ellos civiles de la nación agredida, cientos niños. Los horrores de una guerra en el corazón de Europa con lecturas y matices singulares, pero un solo culpable, el autócrata del Kremlin, que violó el derecho internacional, las fronteras de un país soberano y que abonó el camino para que los crímenes contra la humanidad se esparcieran por el viejo continente más allá de los fantasmas del expansionismo de la UE y la OTAN. Ucrania es un estado martirizado, en el que un tercio de la población ha abandonado su hogar, al borde del colapso pese a una ayuda internacional del todo insuficiente. Rusia, sí, padece sanciones sin precedentes y un severo aislamiento internacional, pero la realidad es que Moscú ingresa ahora casi el doble de dinero que hace un año por exportar hidrocarburos en la Unión Europea, la misma que demoniza a Putin. Hay que hacer un esfuerzo extraordinario para tomar en serio a una Bruselas con esa moral difusa. El conflicto ha embestido con saña sobre la estabilidad, la prosperidad y los equilibrios del concierto internacional. El mundo ha cambiado para mal, y la dinámica es aún más desalentadora. Nos preparamos para uno de los inviernos más difíciles desde la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo de 1973, pues el suministro de gas y los precios de la energía se han convertido en armas cruciales y dañinas para las democracias, que embebidas en su mundo feliz apenas se habían percatado de su terrible vulnerabilidad frente a las fuerzas autocráticas que pugnan ya de manera indisimulada por alterar el orden mundial al servicio de sus intereses y contra el mundo libre. Los bloques han regresado para quedarse, como fuerzas antagónicas, y la guerra solo ha acelerado y ha agudizado una fricción que ya germinaba en África o Iberoamérica. La más preocupante derivada de la contienda resulta de la ausencia de un horizonte despejado sobre un desenlace definitivo. Todo sugiere que la desgracia tendrá continuidad y los estragos se convertirán en endémicos. No hay victoria ni derrota próximas, ni siquiera escenarios que alienten alguna clase de acuerdo que ponga fin a la carnicería. Demasiados intereses en juego en las cancillerías, y un desgaste todavía asumible para Putin, que no claudicará y menos con el as del aliado chino. En España, el Gobierno debe hacer los deberes que no ha hecho, tampoco en la ayuda rácana a Ucrania. Compartir diagnóstico y respuestas con la oposición. Y por una vez dirigirse a los ciudadanos con la verdad cuando corresponda.