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Las tortugas bobas, migrantes climáticas en el Mediterráneo
Las costas de Baleares, Cataluña, Levante y Andalucía registran gran número de nidos y nacimientos de esta especie

La tortuga boba es habitual en las costas mediterráneas españolas. Ni lo avistamientos como la pesca, accidental o voluntaria, son nuevos. Lo que sí es nuevo es que hembras reproductoras de esta especie, altamente migratoria, salgan del mar en una playa de la península o Baleares, busquen un lugar propicio, hagan un nido, pongan sus huevos y unos 40 días después salgan de ellos un montón de tortuguitas. Porque son filiopátricas, es decir van al lugar donde nacen para reproducirse.
Hasta estos últimos años. A partir de 2001 empezaron a venir algunas esporádicamente a anidar y desde 2014 son ya más que frecuentes. Tanto como que en diez años se han detectado 70 intentos de anidación, -el año pasado hubo 29 y este 13- más los que no se hayan podido conocer, porque las tortugas anidan por la noche.
Todo indica que es el aumento de la temperatura del mar en los hasta ahora lugares tradicionales donde se reproducía la tortuga boba, Grecia, Italia, Chipre y Turquía, lo que las lleva a explorar nuevos lugares. Además de ser altamente migrante, ahora es también una migrante climática.
De uno de los nidos del año pasado salieron las 22 tortugas que han vuelto a la playa de Almassora, Castellón, donde nacieron, para ir por primera vez al mar. Atraídas por las luces del paseo marítimo que ganaban a la claridad del mar, adonde se dirigen normalmente, se habían ido en dirección contraria y fueron rescatadas por expertos y los propios vecinos. Con no más de 20 gramos de peso y cuatro centímetros de caparazón, son muy vulnerables y tienen un montón de depredadores: peces, cangrejos, aves marinas, carnívoros, etc.
Su rescate no fue casual. Al contrario: es una de las acciones previstas en la Estrategia para la conservación de la tortuga boba, Caretta caretta, y otras especies de tortugas marinas, y el Protocolo de atención a eventos de anidación. Ambos elaborados dentro del proyecto Life Intemares, que coordina la Fundación Biodiversidad.
Se trata de asegurar la supervivencia de la especie, que está catalogada como vulnerable en el Catálogo Español de Especies Amenazadas y considerada de interés comunitario en el ámbito europeo. Además, las tortugas marinas son indicadoras del buen estado ambiental del medio marino. Así que, es imprescindible hacer lo posible para que sigan adelante.

Cría en cautividad y marcaje
Ese rescate fue coordinado por Jesús Tomás, del Departamento de Zoología de la Universidad de Valencia. «Hay mucha mortalidad natural, la estimación es que sale adelante una de cada 500». Tomás también localiza nidos, evalúa su estado y participa en la decisión sobre cuáles se dejarán para que sigan su proceso natural y de cuáles se extraerá una cuarta parte de los 100 huevos que, de media, suelen poner estas tortugas. Los extraídos se llevan a la Fundación Oceanogràfic, e incubados allí hasta que nacieron las crías. Tomás está comprobando por sí mismo cómo las tortugas bobas han pasado de «estar aquí, alimentándose y sin poner huevos, salvo en algún año especialmente cálido. Pero, es que ahora todos los años son especialmente cálidos. Lo que era una variación interanual de temperaturas, es la tendencia creciente».
En el Arca del Mar de la Fundación Oceanogràfic las tortugas «con alimento, salud, condiciones y temperaturas del agua adecuadas, salen adelante. En la naturaleza, tardarían mucho tiempo en alcanzar una talla y una peso para tener menos depredadores. Alcanzarán la madurez a los 20 o 30 años, y será cuando, quizá, las hembras vuelvan aquí a», explica José Luis Crespo, responsable del área de Conservación de la Fundación Oceanogràfic, donde se realiza el programa de cría en cautividad de neonatos, otra de las acciones del proyecto.
En su vuelta al medio natural todas llevan un chip, para reconocerlas si son capturadas, y dos de ellas – la única hembra y uno de los machos-, un transmisor satelital desarrollado específicamente en la Universidad Politécnica de Valencia, pegado en el caparazón. Eduardo Belda, investigador de esa
universidad, apunta que «estos animales, tienen una altísima movilidad, lo que hace muy difícil tener información sobre cuáles donde se alimentan, por dónde migran, etc. Con estos equipos podremos saber cosas que antes no sabíamos, como dónde hay más amenazas o mayor esfuerzo pesquero, en qué épocas puede haber problemas, etc. Todo ello servirá, entre otras cosas, para que las administraciones puedan implementar medidas preventivas para la conservación basadas el mejor conocimiento».
El conocimiento científico, como se ve, es imprescindible para establecer medidas de conservación y prevención. Por eso una parte de las acciones se dirigen a la conservación y otras a la mejora del conocimiento de la especie. También es crucial la colaboración y coordinación entre las administraciones estatal, autonómica y local, las universidades, las fundaciones y todos los socios colaboradores del proyecto. Es el buen funcionamiento del engranaje que forman todas estas entidades lo que está haciendo posible que las acciones previstas ahora, y las futuras, tengan éxito.
La evolución de una especie ante sus ojos
El entusiasmo con que hacen su trabajo, y lo cuentan, los científicos empeñados en asegurar la conservación de la tortuga boba, incluye la conciencia de que son parte de una cadena de generación de conocimiento científico. José Luis Crespo lo tiene claro: «Las tortugas que soltamos ahora quizá vuelvan dentro de 20 años a anidar aquí, Lo mismo ya estamos jubilados y no las vemos. Pero todo lo que estamos haciendo lo recogerán otros, les servirá y lo continuarán. La ciencia es así».
En ciencia, añade Jesús Tomás, siempre estás sentando bases, recogiendo datos para que se puedan responder preguntas en el futro. Por eso hay que hacerlo lo mejor posible». A cambio, destaca Tomás, «nosotros estamos asistiendo al proceso de adaptación de una especie al cambio climático. Es la evolución en acción».

La sociedad civil.
La sociedad civil también tiene un papel importante en la conservación de la tortuga boba. La pesca es una de las amenazas para las tortugas marinas, por ejemplo, atrapadas en las redes accidentalmente. Por ello los pescadores, pueden ser «colaboradores esenciales para desarrollar ciencia y conocimiento para la conservación de la especie. Nos avisan cuando algún ejemplar resulta atrapado en las redes, de forma que podemos llevarlo al Oceanogràfic y recuperarlo para que pueda volver a su medio natural. También trabajamos mucho con ellos y nos dan información muy relevante para la conservación», refiere Crespo.
La Comunidad Valenciana es donde más eventos de nidificación se están produciendo. Solo en este verano pasado ha habido ocho. El rescate de las tortugas liberadas en Almassora fue posible porque previamente, cuando nacieron, alguien se dio cuenta de lo que estaba pasando, le dio la importancia que tenía y actuó correctamente: dio aviso al 112 y así se puso en marcha el operativo que hizo posible que los expertos acudieran y, ayudados por los propios vecinos, recuperan muchas de esas tortugas despistadas.
Por tanto, la concienciación ciudadana es también fundamental. Y entre las acciones del proyecto se realizan actividades de formación y sensibilización a diferentes colectivos: pescadores, escolares, policías locales y otros cuerpos de seguridad, socorristas y otros profesionales que trabajan en las playas, etc. El caso es que el todo el mundo interiorice qué hacer ante una huella grande y rara, como de ruedas de camión, perpendicular a la línea del agua, porque bien pueden ser los pasos de una tortuga que ha salido del mar para desovar y por ahí cerca puede haber un nido que se puede destruir simplemente clavando una sombrilla en la playa. En general ante la localización de un nido, un rastro o una tortuga marina, se debe avisar al 112.
Las vida de las tortugas bobas
Son especies migrantes, se mueven de un lado a otro del Mediterráneo con una rapidez enorme, pero cuando son pequeñitas migran pasivamente. Es decir, van donde les llevan las corrientes marinas y comen todo lo que flota, incluso plásticos. Los adultos se sumergen a más profundidad, hasta y
A partir del momento que alcanzan la madurez, a los 20 o 30 años, las hembras reproductoras ponen huevos cada dos o tres años. Es una especie filopátrica: vuelve a la playa donde nació para reproducirse, al principio del verano. Se orientan por campos magnéticos para dirigirse a la zona, y las playas concretas las localizan por las improntas olfativas y visuales que reciben al salir del nido.
Cada tortuga pone una media 100/150 huevos, de un tamaño similar a una pelota de ping pong y permanecen en el nido solos durante la incubación, que dura unos 80 días.
El sexo de las tortugas lo determina la temperatura del nido durante la incubación. Esto ocurre en el segundo tercio este periodo. Si la temperatura es más baja, se alarga y saldrán tortugas macho; si es más cálida, será más breve y saldrán hembras.
En las playas españolas están naciendo sobre todo machos, mientras que en las de Chipre se producen muchas más hembras.
Marcaje satelital
Una hembra y uno de los machos liberados en la playa de Almassora llevan pegados a sus respectivos caparazones unos dispositivos de seguimiento vía satélite. Estos equipos, desarrollados por la Universidad Politécnica de Valencia, se adaptan a las nuevas a las nuevas constelaciones de satélite. Llevan incorporadas unas placas solares una batería y una batería que permite hasta 4.000 recargas lo que supone una duración de 10 años. Durante todo ese tiempo pueden estar emitiendo señales que darán información sobre los movimientos del animal.
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