Iñigo Errejón
El annus horribilis de Errejón
El líder de Más País ha perdido pie tras el fiasco del 10-N. Mientras Pablo Iglesias hace las maletas rumbo a su flamante despacho de vicepresidente, él encara un futuro de diputado «botonero»
En este 2019 que se agota nos ha dejado un mito del deporte, Raymond Poulidor. El ciclista francés resume como nadie una paradoja de la vida: jamás triunfó a lo grande, fue el eterno segundo (tres veces segundo en el Tour y cinco tercero), pero concitó el favor del público, el cariño de los medios y el respeto de sus rivales. Siempre chocó con dos enormes campeones que se llevaron los laureles de la gloria: Jacques Anquetil y Eddy Merckx.
Salvadas las distancias, es posible que, en estas horas de necesario balance del año político, Íñigo Errejón esté pensando en la trayectoria vital del simpático corredor galo. Ha sido para el ex número dos de Podemos un «annus horribilis». No ha ganado nada, más bien todo lo contrario. Eso sí, conserva la simpatía de parte de los militantes de la izquierda, en Podemos y en el Partido Socialista. Lo que no es sencillo. Y también el cariño de los medios afines al «progresismo».
Con todo, Errejón ha perdido pie a lo largo del intenso maratón electoral vivido. Seguramente, su inestable situación personal no le haya ayudado a generar la imprescindible seguridad que atrae a los votantes. Tampoco caen demasiado simpáticos en este país los políticos que traicionan a sus partidos. Quizá por ello, al ahora diputado de Más País, tratan de excusarlo algunos militantes de Podemos y del PSOE definiéndole como «verso suelto», mientras que otros que le «quieren» menos le ven como un «caballo de Troya» de Pedro Sánchez. Despierta gustos agridulces.
Lo cierto es que, en su corta carrera política, Errejón se ha ganado a pulso la etiqueta de segundón de lujo. Primero de Pablo Iglesias, luego de Manuela Carmena. Y el balance destapa nítidamente su actual situación: mientras Iglesias hace las maletas rumbo a su flamante despacho de vicepresidente en el Palacio de la Moncloa y le espera un preciado escaño en el «banco azul», y Carmena disfruta de un retiro provisional esperando el «gordo» del cargo de Defensora del Pueblo, el líder de Más País tiene por delante el papel de diputado «botonero». Va a vivir enjaulado en el Grupo Plural con lo más variopinto de la «casta»: los nacionalistas de la antigua Convergencia y los regionalistas de Oramas, Revilla y el debutante Teruel Existe. «Poco pienso para tanto pollo», debe pensar quien no solo aspiraba a liderar la izquierda a la izquierda del socialismo, sino también, tal vez en el medio plazo, a asaltar el mismísimo trono de Ferraz.
Ya dice el sabio refranero español que «quien mucho abarca poco aprieta». ¡Y qué mejor prueba de ello que el sainete protagonizado por Más Madrid hace unos días en el Ayuntamiento de la capital de España! Las prisas son malas consejeras. Y las de Íñigo Errejón para que Inés Sabanés se sentase a su lado en el Congreso de los Diputados dejaron vendidos al resto de concejales, que naufragaron en su objetivo de tumbar los primeros presupuestos del equipo Almeida-Villacís. Un error de cálculo que los colocó con cara de pipiolos.
El año 2019 ha sido el del «efecto champán» para Errejón: la espuma subió rápidamente para quedarse sin fuerza luego de descorcharse la botella. Lógicamente, ello va a marcar un 2020 en el que el errejonismo está condenado a sufrir mucho en las tres instituciones donde vive en la más pura irrelevancia política.
En la Asamblea de Madrid, por la que Errejón ha desfilado durante poco tiempo, ya ha soportado su primera grieta con la espantada de su portavoz, Clara Serra. Y, desde luego, no se puede dudar de que la mayoría de los madrileños tiene claro que quien lidera la oposición a la presidenta Isabel Díaz Ayuso es el socialista Ángel Gabilondo.
En Cibeles, más de lo mismo. Tras el último fiasco en la votación de los presupuestos municipales, el antiguo poderoso grupo gobernante de Carmena está dividido en dos, con sus miembros emboscados, puñal en mano, esperando pasarse la factura. No parece que ese avispero le vaya a «rentar» demasiado para su futuro público.
Y en el Congreso, lo dicho. Una legislatura a codazos por ganarse algún minuto entre grupos menores, esos cuyos integrantes dejan vacío el hemiciclo cuando suben a la tribuna de oradores.
Con razón, en estos días, muchos en Podemos (los que sin secundar a Errejón en su «traición» siguen considerándole) reconocen que «para este viaje no hacían falta tantas alforjas». Más cruel sin embargo se muestra el circulo de Pablo Iglesias: «A Íñigo se le está poniendo cara de Diego López Garrido», en referencia al antiguo mandatario comunista que solo consiguió cargo gubernamental cuando se pasó al PSOE. ¿Acabará Errejón en la Casa Común 3.0 de Sánchez tras sus infortunios?
Suelen afirmar los políticos tradicionales –aquellos que se forjaron sin Twitter, gurús, ni modernos escaparates televisivos– que la pregunta que los votantes deben hacerse cuando eligen su papeleta es a quién comprarían un coche de segunda mano. Se trataría, por tanto, de inspirar confianza. Pues bien, pese a la sobreexposición mediática, los posados de pasarela y los episodios con sus cuitas particulares, propias del «famoseo», este año Errejón ha recibido un crudo mensaje de las urnas: mejor que no monte un concesionario de vehículos de ocasión.
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