Coronavirus

Así cambió mi vida el estado de alarma

De la noche a la mañana, sus negocios cerraron, sus planes de vida se frustraron y se congelaron las relaciones personales. Hay quienes han tenido que «resetearse» profesionalmente, otros que han visto la muerte de cerca y han aprendido a disfrutar de cada instante. Todos vaticinan la terrible huella sentimental que dejará el covid-19 en nosotros

Manuel y Mª Isabel, posan en su casa de Madrid junto a unas fotografías de sus cuatro nietos, a los que desean volver a ver pronto
Manuel y Mª Isabel, posan en su casa de Madrid junto a unas fotografías de sus cuatro nietos, a los que desean volver a ver prontoLuis DíazLa Razón

Hace dos meses que las puertas de nuestros hogares se cerraron. 60 días desde que el Gobierno decretó el estado de alarma y nos sumió en una hibernación «sine die». El miedo al contagio crecía al ritmo que las urgencias de los hospitales colapsaban. Nuestra vida cambió para siempre. El trabajo quedó en suspenso para la mayoría de la población y el encierro no potenció sino la angustia que produce el adentrarse en lo desconocido. Los abrazos quedaron congelados al tiempo que los teléfonos móviles se calentaban por la sucesión sin tregua de videollamadas infinitas.

El mundo tal y como lo conocíamos antes del 14 de marzo ya no existe y, quizá, como indican Isabel y Manuel, nosotros tampoco volvamos a ser los mismos. Ellos, en estos dos meses, han superado el covid-19, han sufrido la distancia de sus familiares y lo que más sienten, la separación impuesta por la cuarentena de sus cuatro nietos. En este tiempo han aprendido mucho, no solo a gestionar su vida de encierro sino a ingeniárselas para estar en comunicación con sus seres queridos. Se han convertido en auténticos expertos tecnológicos y han aprovechado para realizar numerosos cursos de formación online. Manuel tiene 72 años e Isabel 68. Ambos están jubilados. Él era economista y ella técnico de Hacienda, «y ahora somos ante todo abuelos», dicen.

«El 8 de marzo fue la última vez que estuvimos todos juntos, era el cumpleaños de uno de mis hijos y de mi nuera y nos juntamos para celebrarlo. Ahí nos contagiamos, los doce adultos caímos enfermos. El coronavirus me provocó una neumonía, pero el tratamiento funcionó. Asusta mucho esta enfermedad, más aún en los mayores, que somos carne de horca para este virus. La verdad que estuve muy agobiado», relata Manuel. «Una vez que lo superamos, yo he sentido mucho no poder echar una mano a mis hijos con el cuidado de los nietos. Te sientes impotente. Mi hija ha estado muy pachucha y su marido estaba fuera. No poder ayudarles como hacemos siempre ha sido duro», reconoce Isabel, que sueña con poder estrechar a sus cuatro nietos cuanto antes. Y también mi madre, de 94 años, a la que no hemos podido ver desde entonces», añade.

Pilar de Gonzalo, cerró su estudio de yoga y meditación y ha abierto un canal de clases online
Pilar de Gonzalo, cerró su estudio de yoga y meditación y ha abierto un canal de clases onlineLuis DíazLa Razón

Martín, Hugo, Valentín y Lucas, sus pequeños tesoros, son los que ahora les dan toda la vitalidad y el prescindir de su faceta de abuelos no ha sido sencillo. Las tardes de los miércoles, para ellos, eran muy especiales pues es cuando recogían siempre a Hugo a la salida del Liceo Francés. «Íbamos a las 13:30, comía con nosotros y luego echábamos la tarde juntos. Ahora nos conformamos con un: ‘‘Abuelos, os quiero mucho’’ por videollamada», describen con emoción. Estos dos meses han sido una montaña rusa de emociones. Una vez superado el covid-19, emplearon el tiempo organizando la casa, luego se apuntaron a clases online para no perder su rutina, ya que ellos siguen formándose en la UNED sénior. «Me resulta muy difícil estar encerrada y no poder salir cuando me da la gana. Yo tengo una vida muy activa: cuido de mis nietos, quedo con amigas, participo en la parroquia, visito a ancianos para hacerles compañía, ahora, todo eso es inviable», confiesa Isabel.

Sin boda, nietos ni parroquia

Por su parte, Manuel reconoce que todo esto le ha afectado mucho al sueño, «y me obsesionan las secuelas de los que hemos pasado la enfermedad, mira lo que le ha ocurrido a Ortega Smith. Hemos pasado por una situación mala que ha ido mejorando hasta estabilizarnos a nivel de salud y emocional. Hemos vivido todo con resignación. Sinceramente, cuando me confirmaron el contagio pensé que hasta aquí había llegado. Fue la primera vez que pensé seriamente en la muerte», apunta.

En sus sube y baja emocionales también subrayan la boda frustrada de su hijo menor. «Se casaba el 8 de mayo y todo fue anulado. Pero les di la sorpresa y organicé la boda online. Nos conectamos todos en Zoom y brindamos con champán», recuerda Isabel. Este matrimonio no ha tenido más remedio que subirse al carro tecnológico, «del que yo chupo rueda», dice Manuel. «Esto nos ha cambiado la vida para siempre. Pero lo que nos hace tirar para adelante es ver a los cuatro nietos. De hecho, tenemos pendiente llevarlos al parque de atracciones, que nos lo recuerdan cada día que hablamos por teléfono. Eso y una comida familiar será lo primero que hagamos», auguran.

Sobre este cambio inevitable al que nos ha arrastrado la pandemia también da buena cuenta Pilar, de 49 años. Ella tenía montado un negocio de yoga y meditación de éxito que ahora ha tenido que reconvertir. Consciente del futuro poco esperanzador que se avecina para las actividades deportivas en grupo, ella cerró su estudio y se convirtió en profesora online. «Las primeras semanas fueron de mucho miedo, un gran susto, luego llegó el momento de aceptar que tenía que reinventarme, así que, pese a todo lo malo que nos ha traído esta enfermedad, trato de ver el lado positivo para mi crecimiento y evolución personal», reconoce. Así que se puso frente a la cámara y empezó a emitir en Youtube a través de su web (inspirity.life). «Lo que estamos pasando durante estos meses traerá mucha carga emocional. Al principio, cuando tuve que cerrar todo, no veía ningún camino claro: se complica la vida de un día para otro. Pero tras el bajón inicial empecé a crear pequeños grupos con mis alumnos y les propuse dar clases de manera altruista. Luego alguno me dijo que querían aportar algo de dinero, pero no me parecía justo porque precisamente tanto en meditación como yoga el contacto físico es clave. Aun así, hay quien me hace algunas donaciones», relata.

Por si fuera poco, cuando estalló la crisis sanitaria, Pilar esta programando la apertura de un hotel en Bali, donde iba a impartir cursos de su especialidad: «Pero tuvo que suspenderse todo, los inversores que tenía congelaron el proyecto y ahora está en el aire. Quizá se pueda retomar en un año o dos», confía. Para Pilar esta situación nos ha enseñado «lo vulnerables que somos y cómo no podemos controlar nuestra vida al 100%. Sin duda, es un punto de inflexión como sociedad».

Natalia Carretero, de 23 años, se ha reinventado profesionalmente y ha aprovechado el confinamiento para ampliar su formación
Natalia Carretero, de 23 años, se ha reinventado profesionalmente y ha aprovechado el confinamiento para ampliar su formaciónLuis DíazLa Razón

Un antes y un después que también le ha servido a Natalia Carretero. Tiene 23 años y su carrera como artista estaba despegando. Estudió Bellas Artes y su vida transcurría entre organización de eventos artísticos, exposiciones y creaciones varias, pero de la noche a la mañana todo cambió. «Desde el primer día me he sentido como si estuviera en un videojuego y de repente se cerrara la partida y no se hubiera guardado nada. La rutina se cae, se acaba el juego, no hay trabajo y la situación te obliga a replantearte tu ahora y tu futuro. Todo lo que te guiaba, tu planificación, no vale ya para nada», reflexiona.

Ha optado por ampliar su formación en otros ámbitos y se ha apuntado a varios cursos online: «Uno de ellos es sobre márketing, para desarrollar una nueva faceta profesional, eso sí, dentro del mundo del arte. Otro es sobre coaching y desarrollo personal. Tengo la oportunidad de ser joven y poder reorientar mi vida sin demasiados costes». Tiene la suerte de vivir con sus padres y no tener que hacer frente a alquileres y cuotas de comunidad. Eso sí, su independencia también tendrá que esperar. «Cuando salgamos de esta seremos personas diferentes, pero también hay que pensar que de las peores crisis salen los mejores creadores», sentencia con gran carga de optimismo.