El Gobierno
Ábalos, Grande-Marlaska y Escrivá, los “intocables” de la crisis de Gobierno de Sánchez
La remodelación colea desde que empezó la crisis sanitaria y las diferencias con Podemos. Sánchez tiene un plan pero no se prevé hasta después del verano. La idea es dar un nuevo impulso político al gabinete
Pedro Sánchez se ha encadenado a la palabra «inédito». Alumbró hace poco más de un año el primer Gobierno de coalición de la historia de la democracia. Un hito político que ha obligado a sus componentes a un esfuerzo de convivencia que no siempre ha sido todo lo pacífica que cabría esperar y que cuyas discrepancias se han acrecentado con la pandemia. La crisis sanitaria ha obligado a relegar las prioridades que se marcaron en el acuerdo de programático fundacional y ha tensionado no solo las costuras de la coalición, sino que ha contribuido al desgaste político de muchos de sus miembros.
La remodelación del Gobierno sobrevuela el Palacio de la Moncloa casi desde que comenzara la pandemia. Varias han sido ya las amenazas de cese o de dimisión por las discrepancias que existen entre los ministros sobre la manera de abordar las consecuencias políticas que ha acarreado el coronavirus y la ambición de las medidas de escudo social, que se deben impulsar para revertirlas. A las filtraciones interesadas de salidas del Gabinete, que han ido –a lo largo de estos meses– desde Pablo Iglesias hasta José Luis Escrivá, sin que llegaran a materializarse; hay que sumar las candidaturas frustradas a organismos internacionales que situaban a la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, presidiendo el Eurogrupo; a la titular de Exteriores, Arancha González Laya, al frente de la Organización Mundial del Comercio (OMC), o al ministro de Ciencia, Pedro Duque, liderando la Agencia Espacial Europea (ESA).
Sin embargo, Sánchez no olvida sus inicios convulsos en Moncloa allá por 2018. Durante su primera etapa en el Gobierno y en apenas seis días tuvo que hacer frente a la primera dimisión, la del malogrado ministro de Cultura Màxim Huerta por haber tributado a través de una sociedad interpuesta durante su etapa como presentador de televisión. Solo tres meses después, la titular de Sanidad Carmen Montón seguía su estela por supuestas irregularidades en un máster, a pesar de contar con el respaldo del presidente. Tras estos dos golpes, que obligaron a buscar un relevo sobre la marcha, el Ejecutivo socialista se convirtió en un bloque monolítico –cuya esencia aún pervive hoy en el de coalición– que se hizo impermeable: «Piel de pingüino», que diría el propio Sánchez, ante las polémicas y las peticiones de dimisión de la oposición que, por muy graves que hayan sido las polémicas, no han tenido ningún efecto.
Solo la salida de Salvador Illa, el pasado mes de enero, para asumir las riendas de la candidatura del PSC en las elecciones catalanas obligó a realizar un «mínimo ajuste». Un cambio quirúrgico, que se entiende como un parche, forzado por las circunstancias, dejando para el futuro una remodelación de mayor calado. Aunque desde algunos sectores del Ejecutivo, los vinculados con Podemos, se presionara entonces para aprovechar la vacante en Sanidad y acometer una reestructuración de más trascendencia, Sánchez se reserva esa baza para el futuro. La activará cuando estratégicamente mejor le convenga. En un contexto en el que se haya superado la crisis sanitaria y la remodelación pueda servir para dar un impulso electoral al Gabinete.
Fuentes consultadas por este diario no desmienten que esta eventualidad esté en los planes del presidente, pero siempre vinculan cualquier movimiento en clave estratégica dentro del Gabinete a tener controlado el coronavirus y en el calendario de Moncloa esto no ocurrirá hasta después del verano, cuando desde Sanidad cifran en un 70% la población vacunada contra la Covid-19. En caso de avanzar en esta vía y siempre que la coalición se mantuviera viva, algo que dudan ya los socios del Ejecutivo, los socios han convenido que la asimetría representativa entre el PSOE, con 120 diputados, y Unidas Podemos, con 35, se mantendría. Esto es, que el equilibrio de fuerzas que en 2020 se materializó en un 18 (para los socialistas) a 4 (para los morados) se mantendría y cada partido sería el responsable de articular cambios en las carteras de su cuota.
Aunque los cambios solo están en la cabeza del presidente del Gobierno y de alguno de sus colaboradores más estrechos en el núcleo duro de Moncloa, lo cierto es que hay algunos indicios que pueden marcar la decisión final. El éxito de la «operación Illa» en Cataluña y la posibilidad de reeditar la maniobra en la Comunidad de Madrid y en Andalucía han colocado en la plataforma de salida a algunas ministras del Gabinete. Para la Junta suenan desde la vicepresidenta Carmen Calvo hasta la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Sin embargo, la primera no quiere y la segunda, que fue un perfil al alza en el primer gobierno socialista, ha acusado el desgaste de asumir la portavocía del Ejecutivo en este segundo mandato. Margarita Robles sonó en todas las quinielas para Madrid, pero finalmente repetirá Gabilondo. Robles es la ministra que goza de más popularidad por su gestión de las Fuerzas Armadas en la pandemia.
Otra cuestión a tener en cuenta es la visibilidad. De cara a la conformación de la coalición, Sánchez prescindió de dos de los titulares que menor visibilidad habían tenido en la primera etapa: los titulares de Cultura, José Guirao, y Sanidad, María Luisa Carcedo. En este caso, varios son los ministros que tienen un perfil bajo: Alberto Garzón, Manuel Castells, Luis Planas o José Manuel Rodríguez Uribes, entre otros. También los hay que han tenido mucha visibilidad, pero para mal, por las polémicas con sus socios de coalición. En este punto estarían José Luis Escrivá, Carmen Calvo, Juan Carlos Campo, Nadia Calviño, María Jesús Montero, José Luis Ábalos y Fernando Grande Marlaska, aunque este criterio no pesará en la decisión de Sánchez ya que muchos de estos nombres son «intocables» para el.
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