Crisis migratoria
“Día D”: cuando los ceutíes se encerraron en casa
Una semana después de la avalancha histórica de inmigrantes, los vecinos, que todavía tratan de recuperar la normalidad, aseguran que “parecía que estábamos en estado de sitio”. Ninguno salió de casa. Las escuelas estaban vacías y los negocios, cerrados
Hoy hace una semana comenzó un goteo inusual de inmigrantes en El Tarajal, en Ceuta. Pronto se transformó en una avalancha de ilegales que, auspiciados por Marruecos como «arma arrojadiza» contra España, llegaron a la Ciudad Autónoma sin saber, la mayoría de ellos, cuál era el verdadero motivo de ese éxodo masivo. En menos de 48 horas más de 8.000 personas atravesaron el famoso espigón a nado ante la mirada atónita de los residentes de Ceuta, que no daban crédito a lo que estaba ocurriendo. Si bien es cierto que esta ciudad está acostumbrada a lidiar con los pasos continuados de marroquíes y subsaharianos que ven en esta frontera la posibilidad de una vida mejor, la realidad es que ninguno de los lugareños recuerda una situación similar.
De un momento a otro, la ciudad quedó completamente abarrotada de jóvenes (también había familias y madres con bebés, pero la mayoría eran veinteañeros) que se instalaron en parques, plazas, puentes y en la misma calle. Corrían por las avenidas buscando refugio. Ante esta explosiva situación, los ceutíes optaron por encerrarse en casa. «Teníamos miedo, no te voy a engañar. Nadie sabía qué estaba ocurriendo. Era una avalancha de chavales corriendo por las calles, venían sin nada y buscaban comida y ropa. Miraban por los escaparates a ver qué podían coger. Entiendo su desesperación, pero nosotros nos sentíamos inseguros», cuenta Carmen Gutiérrez, que trabaja en el San Pablo Center, una tienda de productos cosméticos y electrodomésticos.
El pasado lunes, cuando cerró la tienda por la tarde y comenzó a seguir la información por televisión le entró «un pánico tremendo», así que al día siguiente decidió no abrir la tienda por seguridad. Y es que la calle Revellín, la principal arteria comercial de la capital, quedó completamente sellada. Todos los locales echaron el cierre. «El lunes había visto grupos de 20 chavales corriendo. Se paraban por aquí, miraban a ver qué había dentro y se iban. Buscaban alimentos. En algunos negocios rompieron cerraduras y escaparates. Por un lado sentía miedo y por otro, compresión. Son seres humanos y tienen la necesidad de robar para sobrevivir, pero claro, nosotros también vivimos de nuestros negocios y esta situación no nos ayuda. Es la primera vez que veo algo así», añade Carmen.
Unos metros más abajo está la joyería que regentan María Jesús y Nieves, que ya ha vuelto a abrir sus puertas: «El primer día fue muy duro y a los comerciantes lo que más nos preocupa es el vandalismo. Muchos vienen por necesidad, otros a delinquir y lo que temo es que al final deporten a los buenos y nos quedemos aquí con los delincuentes». Además, para ellas, esta situación envía una imagen muy negativa de la ciudad, lo que puede suponer un duro golpe para el turismo: «Parecía que estábamos en estado de sitio, con los militares por la calle. Los de fueran verán las imágenes y pensarán que esta no es una ciudad segura. Pero sí que lo es, esto ha sido algo excepcional. Aquí convivimos con la inmigración sin problema, pero lo ocurrido hace una semana es extremo, espero que no vuelva a suceder».
«No podía parar de llorar»
A lo largo de la semana, los negocios comenzaron a levantar la reja de los escaparates y la normalidad regresaba con cautela. Sin embargo, la indignación de algunos residentes continuaba presente. Es el caso de Rosa y José, dueños de un pequeño supermercado en la barriada Polígono Virgen de África: «La gente no viene a comprar porque siguen con miedo. Los inmigrantes continúan por la ciudad, y aunque son menos que al principio de la semana, todavía hay muchos grupos por ahí deambulando. Nosotros tuvimos cerrado los primeros días y luego tan solo vendíamos a través de una pequeña ventana que tenemos», nos cuenta el hombre mientras uno de los inmigrantes entra en la tienda y pregunta si tienen vodka.
«Esto es una vergüenza», dice el vendedor indignado. «Yo no puedo entender cómo unos padres pueden permitir que sus hijos, tan pequeños, vengan aquí solos. He visto niños de 5 ó 6 años caminando sin rumbo por la calle», dice ella, que, además, apunta al miedo que tienen porque aumenten los contagios de coronavirus, ya que los jóvenes marroquíes no llevan mascarilla.
«Dicen que ya han sido devueltos unos 5.000, pero ¿qué va a pasar con el resto? Nos los vamos a comer nosotros. Esta situación es para coger una depresión, de verdad que se me saltan las lágrimas de ver así la ciudad. Los parques llenos de gente durmiendo, el puerto igual... esto es una desgracia», explica con pesadumbre la dependienta.
Los primeros días, los colegios e institutos permanecieron abiertos, pero sin estudiantes: «¿Quién va a llevar a sus hijos a la escuela con esta situación? Les puede pasar cualquier cosa», sentencia Rosa. Irene, que tiene 17 años y estudia primero de bachillerato, la semana pasada se quedó en casa los primeros días «y los siguientes días fui pero había poca gente, incluso algún profesor tampoco asistió a clase».
Su madre, Nieves, a quien le pilló la avalancha de inmigrantes del lunes tomando una cerveza en una terraza del barrio y rauda se fue a casa, detalla que no quería que su hija saliera de casa sola: «La llevaba en coche a todos los sitios. Cuando eres padre, estas situaciones te dan mucho respeto. No quiere decir que los inmigrantes vayan a hacer algo, pero el ambiente es raro, extraño. El hambre es el hambre y todos sabemos que se es capaz de hacer cualquier cosa para sobrevivir».
Madre e hija nos reciben a las puertas de su vivienda, a las afueras de Ceuta, donde todavía, una semana después, se siguen viendo grupos de marroquíes: «Nunca he visto mi ciudad así. Los primeros días no había ni un vecino en la calle, solo estaban ellos subiendo y bajando las avenidas. Me pareció muy curioso, el otro día, cuando vi por televisión la feria de turismo de Fitur, cómo trataban de vender la ciudad, quién va a venir ahora si de lo único que se habla es de los ’'menas’' que hay por la calle», dice la madre de familia.
Irene, por su parte confiesa que alguno de los jóvenes le ha dicho algún piropo «incómodo»: «El otro día uno me dijo: ¡Hola rubia! Me hizo gracia, pero pasé de largo. Luego es verdad que también te miran mucho. No hacen nada, pero a veces te sientes incómoda». Y aunque esta anómala situación ha puesto patas arriba la cotidianidad de Ceuta, Nieves subraya que su ciudad siempre ha sido tolerante con la inmigración y lo seguirá siendo. «Quizá con esta coyuntura, lo que ha ocurrido es que hemos confirmado que Ceuta tiene una posición geoestratégica que muchos habían ignorado. Ahora todos somos bastante más conscientes. Eso sí, Nieves insiste en que lo vivido la anterior semana supone «algo muy excepcional y espero que no vuelva a ocurrir».
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