Sabino Méndez

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La única salida, para que unos y otros queden un poco bien en esta astracanada, terminará siendo vender barata la membresía de la comisión de secretos oficiales

El portavoz de Esquerra Republicana (ERC) en el Congreso, Gabriel Rufián
El portavoz de Esquerra Republicana (ERC) en el Congreso, Gabriel RufiánAlberto OrtegaEuropa Press

El asunto de los políticos independentistas espiados por el CNI parece improbable que pueda poner en riesgo la legislatura, pero es ese tipo de dragones en los que nuestras lumbreras políticas se ponen a practicar equitación y luego no saben cómo bajarse ni detener la montura desbocada.

Esquerra Republicana gesticulará, contendrá la respiración, pondrá el grito en el cielo, se negará a comer, llorará por los rincones, amenazará, mirará torvamente con el ceño del despechado, etc. Pero no olvidará que, ahora mismo, es el peor momento electoral para sus allegados de cara a romper la baraja de la legislatura.

Obviamente, buscará algún tipo de teatralización que les permita una salida airosa frente al mercado regional interno, es decir, a su parroquia. De hecho, la campaña litúrgica ya ha empezado en TV3, a todo gas, desde hace dos días, con amplios espacios para que abogados discutibles se expliquen a su gusto y ofrezcan una especie de anuncios–homilías– donde su versión del tema es tratada como palabra divina. Al igual que siempre, se habla solo para la mitad independentista y se elide la opinión de aquella otra mitad de catalanes a los que les parece bien que se espíe a los reinsertados que amenacen públicamente con reincidir (siempre que se haga con arreglo a ley, por supuesto). Ese, y no otro, es el problema actualmente en Cataluña: la quiebra de la confianza entre los propios catalanes; una triste herencia del intento de hacer trampas con las reglas en el año 2017. Los independentistas dicen que el espionaje ha llegado demasiado lejos, afectando familiares e intimidades. Y los constitucionalistas, acostumbrados a las hipérboles secesionistas, no se los creen del todo y exigen que se les muestren datos fehacientes, no sea que alguien esté haciendo el tonto en Toronto y haya apretado la tecla de «aceptar cookies».

En cualquier caso, la reacción gubernamental ha quedado tibia, porque la jugada de ERC de sacarles ahora trapos sucios que ya llevaban año y medio en marcha no es otra cosa que una embestida por el poco caso gubernamental a su demanda de una mesa de negociación, la eterna mesa. Una embestida que trae a cuestas su propio burladero portátil, consistente en obligar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a llevar adelante las próximas votaciones con la ayuda del Partido Popular. Se ha echado de menos, en la faena de muleta del diestro, un poco de cintura ante el miura que no le obligara a tener que sonrojarse para sacar adelante unas votaciones.

Al final, la única salida, para que unos y otros queden un poco bien en esta astracanada, terminará siendo vender barata la membresía de la comisión de secretos oficiales, que cambiarán hoy mismo, de tres quintos (210 votos) a mayoría absoluta (176) para su constitución. Así, una vez más, se vaciará de contenido una institución solo por conseguir los votos necesarios y ERC y Bildu estarán dentro. Ayer fue el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), hoy el CNI.

Los desperfectos, cuando termine todo esto, serán considerables. Nos vamos a pasar una larga época institucionalmente en obras. Y lo más triste es que esos intercambios de cromos probablemente no servirán para nada, porque hay que conocer un poco el mapa emocional del nacionalismo catalán para saber que la majadería más habitual de la zona suele ser quedar atrapados en cuestiones de orgullo y terminar en votaciones sin sentido en las que nadie sabe que va a pasar. Sea como sea, si en virtud de esto que escribo, el CNI considera la posibilidad de registrar mi apartamento con autorización judicial, quisiera aclarar que esa cuquillera con remaches que hay en el fondo del armario no la he usado nunca. Fue un regalo de unos amigos gamberros del cual nunca encontré el momento oportuno para desprenderme.